A nadie en su plenitud se le ocurriría tener relaciones íntimas con el periodista Humberto López, es decir, con el policía que habita en él. Policía político que sopla, enloquecedoramente amarillista, la Gran Trompeta Enredadora del Estado del Secuestro. Cederista residual para el segmento estelar de la infratelevisión cubana. A nadie absolutamente. A no ser, claro, que López pague. O chantajee o amenace. O por lo menos brille en el ideario chivatiente de quien lo integre a sus relaciones íntimas.
Cada una de estas tres posibilidades es posible, sobre todo aquellas variantes en las que dos de ellas, incluso todas, aparecen mezcladas parcial o totalmente. Cuba está llena de chivatos, pillos, masoquistas, rebeldes amaestrados, policías del pensamiento. Y abusadores. Sobre todo abusadores. Como López mismo, cuyo ejercicio de la difamación en la infratelevisión cubana ha visto multiplicada, este fin de semana, su miserable esencia: Resulta que el supuesto periodista no es más que un maltratador capaz de abusar de una mujer en plena vía pública y con casi absoluta impunidad, como han mostrado varios videos en las redes sociales (como si no bastara el asesinato de la reputación de tantas informadoras y activistas independientes en horario estelar). Esta vez, la víctima fue la exfiscal Yeilis Torres, actualmente opositora al régimen, quien debió salvar su teléfono del arrebato tras sorprender a López visitando a su «querida».
Como otro «intelectual» robolucionario nada menos que ministro de Cultura, Alpidio Alonso, este «periodista» de la ficción de Estado tiene debilidad por los teléfonos ajenos. Ambos los arrebatan cual rateros empedernidos, con la única diferencia que se trata de rateros respaldados por el Estado misógino en las calles de un país cuyas leyes, diseñadas para proteger la robolución, apuntan siempre a la cabeza de las víctimas de la robolución… sin que jamás la “Federación de Mujeres Cubanas” proteste.
Estos abusadores de mujeres —Alpidio permitió hace pocas semanas que varias jóvenes del movimiento 27N fueran golpeadas y secuestradas en un ómnibus frente al Ministerio de Cultura, de hecho encabezó la operación de escarmiento— anhelan desesperadamente una Cuba sin conexión pero con sirvientas, sin opositores ni críticos ni disidentes, donde ellos y solo ellos puedan guataquear por la libre los interminables campos del brete robolucionario. Para empezar, quienes enfrenten la desinformación, o simplemente no obedezcan, se quedan sin teléfono.
La amante de Humberto López, el mismo López, el ministro de Cultura y el Estado misógino tienen en común su absoluta falta de escrúpulos, su mal gusto, una tenebrosa inhumanidad. A no ser, claro, que López pague. Quedaría excluida su amante.