En un documental no solo se muestra una historia, sino se abre la posibilidad de brindar un retrato del protagonista. Eso es lo que ha intentado el realizador Miguel Castanet Jr. con La amable euforia de la danza, conducir una narración a través de imágenes, testimonios y entrevistas, para contar la vida y obra del bailarín y coreógrafo cubano Pedro Pablo Peña (1944-2018), un hombre que logró con gran esfuerzo cumplir su gran sueño, crear un festival internacional de ballet en Miami.
Está más que demostrado que los osados y emprendedores son quienes escriben capítulos memorables en la historia. Hay que tener una visión amplia y un propósito bien estructurado para llegar a la meta. Castanet sustenta su película mediante una secuencia cronológica, en la voz del propio Peña, complementada con entrevistas a familiares, amigos y colaboradores. El resultado es un documental de 46 minutos donde el cineasta se centra en dos etapas en la trayectoria de Peña: Cuba y Estados Unidos, lugar que para Pedro Pablo Peña era el exilio.
Tras un intro a modo de promo, Castanet se vale de las primeras secuencias para establecer que desde su infancia Peña sintió pasión por la danza y a pesar de los contratiempos familiares, fundamentalmente con su padre, persistió en su vocación, hasta alcanzar algunas de las metas propuestas como bailarín: primero lograr un espacio en el Ballet de la Ópera (luego conocido como Teatro Lírico); posteriormente, ser parte del Ballet Nacional de Cuba. En una larga y detallada secuencia, la actriz Ana Lidia Méndez relata cómo ese ascenso se vio interrumpido cuando el gobierno castrista lanza su azote contra la cultura bajo el término “parametrización”, por el cual fueron separados de sus trabajos por razones ideológicas, religiosas, “morales” (sin tomarse en cuenta las cualidades propias del artista) y a todo aquel que consideraran desafecto al régimen. Peña fue “parametrado”, es decir, castigado, por el Ballet Nacional de Cuba donde se desempeñaba como parte del cuerpo de baile, forzándolo a trabajar como bailarín en el centro nocturno Tropicana, algo que lo apartaba de la danza clásica.
Toda esta etapa cubana queda documentada con testimonios, opiniones e imágenes, del propio Peña, sus hermanos Alejandrina y Humberto, así como por el crítico de ballet Roger Salas.
La segunda y más productiva etapa en la vida de Pedro Pablo Peña comienza en 1980, cuando sale de Cuba durante el éxodo del Mariel y se establece en Miami. Su consagración la logra fuera de su país. En el documental Castanet recoge cómo se abrió paso en el exilio, primero con un pequeño espacio para dar clases, Creation Ballet, convertido en poco tiempo en un centro cultural, donde se podía ver teatro, presentar libros, exposiciones, incluso, donde se grabaron la última presentación pública del dramaturgo René Ariza poco antes de morir (esto se pasa por alto en el documental). Esta etapa llena de dificultades la cuenta la actriz Marta Velazco. Ese fue el primer escalón de Peña para su gran sueño, fundar para la ciudad que lo acogió, un festival de ballet. Sobre ese nuevo comienzo se refieren los bailarines Eriberto Jiménez, Lorena Feijoo y Karen Eva County, así como el periodista Javier Romero y el sonidista Guillermo Hernández. Todos coinciden en resaltar la pasión de Pedro Pablo Peña por las artes y en la manera de trabajar del coreógrafo.
Sin lugar a dudas, el bailarín Pedro Pablo Peña, devenido en coreógrafo, promotor cultural y sobre todo en el Director Artístico del Festival que creó, le imprimió un nuevo rostro a Miami a través del ballet promovido por un hispano, un cubano. Con tenacidad logró fundar el Festival Internacional de Ballet de Miami, y conseguir fondos públicos para remozar un caserón desvencijado hasta convertirlo en la Casa del Ballet, el Miami Hispanic Cultural Arts Center, hoy en día un sitio imprescindible para el desarrollo de la vida cultural de Miami.
Castanet deja para poco antes del final uno de los momentos culminantes de la carrera de Pedro Pablo Peña, la invitación que recibió para ser jurado del prestigioso premio Benois de la Danse, en la sede del Ballet Bolshoi, en Moscú. Las palabras del Peña expresan la emoción de ese momento: “Yo me senté como jurado en el gran teatro Bolshoi de Moscú, algo que creo que tuvo que ser muy fuerte para Cuba. Un chico que salió de Cuba siendo un bailarín expulsado de su país, de pronto se sienta a ser jurado del premio más importante de ballet del mundo. Eso me hizo sentir muy orgulloso”.
La amable euforia de la danza muestra parte del quehacer de Pedro Pablo Peña, un hombre que lo dio todo por su gran pasión: el ballet.