Despertar la emoción del lector sin necesidad de recurrir a su amplitud de entendimiento, es antigua conquista de poetas. Un endriago con lengua de fuego y cabeza de león, que no por haber atenuado su misterio mediante la práctica de siglos, deja de ser desconcertante. Pero no sé por qué sorprende menos, aun cuando sea más extraordinario, que siga resultando imposible para los poetas acceder a la emoción del lector sin haber conquistado antes sus oídos.
Se alude a la oscuridad o al hermetismo de cierto lenguaje poético como razón por la que algunos no atrapan la preferencia de quienes leen. Sin embargo, sería fácil mencionar a no pocos autores digamos herméticos que han logrado alcanzar una importante ascendencia pública. Basta con que sus versos, por oscuros que fueren, traspasen los filtros del tambor auditivo. ¿Será posible entonces que en ello (o sobre todo en ello), mucho más que en la comprensión de su obra, radique el secreto de la popularidad siempre tan cara y huidiza para los poetas?
Allá el que crea tener una respuesta infalible. Yo apenas deslizo este presupuesto personal entre signos de interrogación, consciente, como diría Blanchot, de que hay respuestas que suelen ser entendidas como desgracias de la pregunta. De lo que sí estoy seguro es que, si bien no de manera general (ya que en poesía las normas sólo existen para ser rotas), hay casos en los que el poeta parece saber, o intuir cuando menos, que por sólido que sea su talento, no le queda otra opción que dirigir los versos al oído del lector como paso previo para llegarle al alma. Y es entre tales poetas donde muy frecuentemente alinean los más aclamados por el público.
El libro Altar de nadie, antología personal de Félix Anesio, con poemas escritos entre los años 2011 y 2021, nos expone esa pauta de poesía moldeada especialmente para franquear el tímpano como primera instancia. Su carácter intimista e introspectivo, aunque siempre en contacto con los asuntos de la vida común. La concisión de todas sus piezas como prueba de una perenne búsqueda de agilidad y fluidez. La despejada sintaxis, sin arterías ni superfluidades… Son algunas de las señales que parecen indicar el interés del autor por ser recibido con agrado y aun con familiaridad por parte de los lectores corrientes. Esto no significa en modo alguno que la suya sea una obra de medianías. Al contrario. Lo sencillo en ella armoniza cristalinamente con lo complejo, lo sensorial con lo juicioso y lo inmanente con lo sustancial, dando cuenta del magnífico poeta que es Félix Anesio y de cómo, justo por serlo, ha encontrado un modo propio de ampliar el radio de accesibilidad y disfrute para sus piezas.
Ese modo (básico en su estilo) marca un relieve en las palabras que el poeta demuestra escoger meticulosamente para aproximarse a los objetos y a los temas que trata. Aunque yo diría que, más que escogerlas, expurga el idioma para redimir cada palabra con el plan de ordenarlas de manera que el lenguaje coloquial prevalezca sobre el literario. No sin haber pasado antes por el matiz de la experiencia y la imaginación de un fino hacedor de versos que bien conoce lo que se trae entre manos. Así que no por ser asequible renuncia a lo alusivo ni a la multiplicidad de connotaciones poéticas que prodiga la mezcla de ambas formas de expresión.
En Altar de nadie, la palabra fluye como vehículo de un hombre llano, presto siempre a volar pero sin levantar los pies del suelo. Su claridad discursiva es una sonda que delicada y sutilmente escruta en el tejido íntimo de la sociedad en la que ese hombre, portavoz hechizado de sus iguales, se afana en reflotar los vestigios de una tradición poética que es tan antigua como el tiempo y cuyo objetivo -ya sabemos- no contempla describir o definir meramente lo vivencial cotidiano, sino ir dejando lúcido registro de las sensaciones que genera el hecho de vivir.
“No sé quién soy/ni a qué he venido. / No creo que haya/un solo hombre/que sepa de qué hablo. / En caso contrario/ofrezco disculpas. / No ha sido mi intención/importunarlos…”. Poesía esencialmente sugestiva, escurridiza, y aun ambigua en ocasiones, que narra poco pero cuenta mucho, con la emotividad como fin y las más armoniosas vibraciones como medio. Poesía de quien lo apuesta todo por compartir angustias e incertidumbres sin que al parecer le importe ser entendido (¿y a qué auténtico poeta le importa?), pues su recompensa radica en ser correspondido. “De todos los desiertos que habito / ninguno tan cruel / como el de la palma de mi mano”.