Creo en la locura como una instalación de muchos sentidos que pareciera se trastocan en fondos inconscientes (apariencia, sutileza, desarraigo, tal vez no sea nada o tal vez sea todo…) de lo que ha pasado en nuestra vida como conciencia y como memoria contra el olvido. Y también en nuestra mente como sospecha, como la ilusión de que escapa uno de un lugar que siempre regresa sobre la partida, un origen que nuevamente te lanza y asciende sobre lo público, lo concreto, lo crudo. Así como la sangre es veneno en el fondo del vaso que lee el destino, o tal vez lo recrea.
Creo en lo que se crea y en lo que se espera pueda pasar de lo que uno cree. Creo en la belleza como una amenaza cerca del abismo. Es así, y no por casualidad (mejor por la lectura de la obra de Legna Rodríguez Iglesias), que puedo asegurar lo que ella ha dicho desde mi interpretación, que es suya. Pero me quedo con su locura, su mala forma que es una profunda valoración de su experiencia, y entonces la cito:
«A veces, uno se cree loco y enfermo, y ni una cosa ni la otra. Son malas formas y ya…».
El mundo es muy visual con una inclusión no persuasiva desde el caos, desde las maneras correctas y desde el absurdo de que todo tiende a presionar sobre lo que debes explicar o interpretar. Y ni siquiera es ya una catarsis, una necesidad coherente de complacer a los demás. Ahora domina más el morbo, te exhibe de víctima o victimario según se entienda, y la única singularidad posible es mantener la sencillez, esa virginidad incómoda contra todas las exigencias de que puedas complacer a quienes te exponen desde sus lecturas.
El peligro no viene porque puedan sobrevalorar lo que ofreces, es mucho más agresivo. Ahora resulta que eres ese monstruo que vive en las entrañas del precio de mantener la singularidad, la voz, por lo que eres más “el recurso del método” que la dócil comprensión sobre lo sustancial que asumes (fuera de toda lógica persuasiva): que no te vean como lo que los demás han elegido para ti.
Es entonces, desde “su mundo raro”, que cruzo todas las lecturas de lo que ha escrito Legna Rodríguez y he tenido el cinismo de creer. De otra forma, sin deseo de explicarlo, esas lecturas me son inherentes, como lo define la escritora, y vuelvo a citarla:
«La literatura necesita una bandera y un principio, siempre. Y ser política, porque eso es inherente. Quien diga que la literatura no es política, miente. A veces no es obvio. Es más, prefiero que no lo sea. No me gustan las obviedades. Como cuando me preguntan sobre Cuba, si el sistema es una mierda o si estoy de parte o en contra. ¡Que no se trata de estar de parte o en contra! Todo se ha descompuesto y nadie es de ningún lado. Es incómodo hablar de esquinas. Así como es incómodo hablar de géneros, responder qué tipo de literatura hago. Me interesan los libros y las historias, no los géneros. Es ingenuo pensar que existen. Las formas están para usarlas, son herramientas y lo que haces con ellas es tu problema. No le pongo apellidos: hago poesía».
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