Como le comentaba a un amigo volviendo sobre el tema culinario, hay que reconocer que sin platanito no hubiéramos sobrevivido en Cuba, sobre todo en la niñez. Arroz con huevo y platanito. Arroz, chícharos y platanito. Hasta sopa y platanito.
Para colmo, cuando llegué a España en el año 2000 descubrí que un plato recurrente en Madrid, el famoso «Arroz a la cubana», no era otra cosa que huevo frito, puré de tomate sobre arroz blanco y platanito maduro (a lo Kundera: «La patria está en otra parte…».). Quién sabe qué propiedades nutricionales tenga el plátano-fruta. Quiero pensar que las mejores.
En cualquier caso, cada vez entiendo menos la nostalgia de algunos por la Cuba robolucionaria. Con lo fácil que resulta resolver el problema (la nostalgia) sin moverse de Miami. Deje usted una barra de pan cubano en su estuche de papel de un día para otro (evite envolverlo en nylon o bolsas plásticas), convirtiéndolo literalmente en pan viejo. Luego fríase un huevo. Verá como la Cuba robolucionaria regresa, como por arte de magia, mientras moja los trozos de pan duro en la yema, cual estrella solitaria. Verá que «queda la clara, la entrañable transparencia», reptando sobre los bordes del plato.
Es verdad que fuera de la Isla ni las gallinas ni los pollos ni los huevos alcanzan a ponerse decrépitos, como quisiera el inefable ministro de la Desalimentación en Cuba, Manuel Sobrino, pero algo es mejor que nada. Decrépito o no decrépito, un huevo frito es un huevo frito es un huevo frito hasta tanto se demuestre lo contrario. Y nada más robolucionario que el pan viejo (o el pan duro, como se prefiera).