La revista Puente de Letras, de arte y literatura, despidió el año 2020 dedicando en sus páginas un dossier/homenaje, más que merecido, al escritor Manuel Gayol Mecías, considerado entre los autores más relevantes de las letras cubanas.
Poeta, narrador, ensayista, crítico literario y periodista cubano, Gayol Mecías es percibido en la reseña de Armando Añel ‒Del poeta al narrador al ensayista: Gayol Mecías en sus tres dimensiones‒ “como uno de los ensayistas más lúcidos, y originales, de la Cuba posnacional”, y más adelante advierte que:
“[…] Y es que el narrador, el poeta, el ensayista y, por qué no, el filósofo, constituyen a fin de cuentas una misma fuente de conocimiento y placer, de deleite y sabiduría: El autor de La noche del gran Godo, colección de relatos sobresaliente en el marco de la narrativa contemporánea, el escritor fuera de serie que viaja mucho más allá del tema cubano para abordar en profundidad, a esencia cierta, las diversas naturalezas del sueño en que vivimos […]”.
Para Carlos Penelas, en su reseña de Para una poética de la conciencia, resulta esencial precisar cuáles son los paralelos literarios, y las inspiraciones filosóficas, en la obra de Gayol Mecías. Sorteando con éxito el peligro que siempre nos aguarda al esgrimir el juego de las comparaciones, Carlos Penelas nos devela a un Gayol Mecías merecedor de ser ubicado entre constelaciones literarias allende los mares.
“[…] El cosmos de Bachelard aparece una y otra vez en las páginas de Gayol Mecías. Gaston Bachelard, un creador fundamental para el poeta, un filósofo interesado en la ciencia moderna y al mismo tiempo en la creación literaria y poética […]”.
Se llega a coincidir con Carlos Penelas que “no es casual entonces que en este itinerario surja la figura de uno de los grandes pensadores de nuestra época: Pierre Teilhard de Chardin, el hombre que pensó como nadie la filosofía biológica, la grandeza poética elaborada sobre la ortodoxia religiosa y científica; Teilhard de Chardin, el creador de la liturgia cósmica”.
Tanto lo irracional como el poder, la ambición, el miedo, el fanatismo religioso, la falsedad y la degradación en la que el hombre está sumergido ‒abordamientos que sobresalen en el libro Para una poética de la conciencia de Gayol Mecías‒ nos recuerda a Yuval Noah Harari. El Harari que, señala Carlos Penelas:
“[…] Expone cómo en la sociedad actual el epicureísmo es la filosofía dominante. indica que en los tiempos antiguos mucha gente rechazó el epicureísmo, pero hoy en día se ha convertido en la opinión generalizada […]”.
En La luz y sus vibraciones en la prosa de Manuel Gayol, exquisita e imprescindible reseña de Ivette Fuentes de la Paz sobre el volumen Las vibraciones de la luz, se focaliza quizá al más intrínseco Gayol Mecías; a un “moderno alquimista” que trasvasa “la imago mundi que provoca la realidad de unas nuevas resonancias”. Un Gayol Mecías, reflexiona Ivette Fuentes de la Paz, que nos permite asomarnos a los “atisbos de antiguas y eternas paradojas” que no todos sabemos enjaezar y al mismo tiempo permanecer:
“[…] La premisa para adentrarnos en el mundo propuesto por Manuel Gayol decide superar la mirada fenomenológica, a ratos racional, de las cosas, para situarnos desde el inicio en el ámbito que Edmund Husserl conceptuara como “objetividades esenciales” y llegar a aquello que Mearlau Ponty llamara “textura imaginaria de lo real”. Traspasar el espejo de la realidad, a partir de su asomo en la esencialidad del objeto, es el primer llamado de Gayol Mecías para hacernos entender que la luz es inalcanzable más que cuando nos sumergimos en sus vibraciones, que no es más que su latido vital. Lo más interesante de los presupuestos de Gayol, y que recuperan un método al que infelizmente tantos estudiosos han renunciado en pro de diseños de investigación más científica –olvidando a su vez que, como dijera Henri Bergson, no hay ciencia sin coeficiente de intuición–, es su previo acercamiento impresionista que apoya en la total entrega a través de una sintonía –sympathos– que le permite adentrarse en el objeto al convertirse él mismo en sujeto contemplado […]”.
La perspectiva de Roberto Álvarez Quiñones sobre Marja y el ojo del Hacedor‒novela icónica en toda la obra literaria de Gayol Mecías‒ nos guía por los predios eróticos y escatológicos de un autor [Gayol Mecías] que, como pocos, se maneja invicto en la revisitación de temáticas que evitamos adentrar, rehuyendo de aquella máxima antiquísima que supone que no existen temas viejos ni nuevos, sino tratamientos.
Una novela que, aventura Roberto Álvarez Quiñones en su reseña Sobre Marja y el ojo del Hacedor, prefigura “una ruptura definitiva con el discurso machacón y alienante de las ideas marxistaleninistas en Cuba y un estupendo retrato al óleo de la moral socialista”.
“[…] Uno de los mayores méritos de la novela radica en que todo el tiempo transpira un audaz erotismo que el autor maneja diría que magistralmente. Marja relata pasajes sexuales que, pudiendo ser pornográficos, el Hacedor, con su filtro léxico, transforma en trances carnales líricos que calan la libido del lector más sonso. Si Giovanni Boccaccio en El Decamerón logró convertir escenas pornográficas en erotismo a base de humor delirante, Gayol lo hace poéticamente con resultados asombrosos […]. La novela es una simbiosis de metafísica y de una realidad expresada tan vívidamente que evoca al Jean Valjean de Víctor Hugo por las alcantarillas de París. Aunque, a diferencia de Les Miserables, aquí no se frena la imaginación y lo fantástico no tiene techo […]”.
A este dossier/homenaje sobre la obra de Gayol Mecías se suma la reseña Un antídoto contra la idiotez nacionalista del siempre magistral Amir Valle. Una reseña sobre el libro 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada que Valle define como “aplasta egos”.
“[…] Gayol, autor de varios libros que entran en esa categoría, logra con este el que creo es el más documentado antídoto intelectual contra esa idiotez nacionalista que durante años los cubanos, tanto en la isla como el exilio, hemos padecido, gritando nuestra enfermedad a los cuatro vientos con argumentos que sólo un nacionalismo barato enfermizo puede generar […]”.
Incisivo y preclaro, Amir Valle apunta que la literatura de Gayol Mecías, esencialmente con 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada, se ubica como el zócalo literario ‒que a un mismo tiempo es punto de partida‒ hacia una trascendencia que derriba la mismedad, el mutismo y el auto encarcelamiento de gran parte de la literatura cubana en las últimas seis décadas.
“[…] Gayol Mecías hace un recorrido memorioso (léase intuitivo y analítico) por los estamentos fundacionales, los comportamientos y las diversas esencias que configuran eso que algunos llaman “la identidad del ser cubano”. Una verdadera proeza, es justo decirlo. Porque en estas páginas no sólo aparecen cuestionamientos muy serios a esa isla imaginada con la que todos cargamos; a las raíces y a las consecuencias de esas mixturas culturales/raciales para el concepto de nación; a los históricos contrapunteos entre la Cuba real y la que cada uno de nosotros (en dependencia de nuestras circunstancias íntimas, y de la Historia) concebimos; al encontronazo perpetuo de esas “sensibilidades” y “dones” que originan el relajo, el choteo, la risa escapista a modo de supervivencia; al daño antropológico de esa predilección por el líder o de la autocensura como estrategia definitoria del comportamiento social, y muchas otras cosas […]”.
También sobre el texto 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada diserta Luis Cino a través de su reseña El antídoto de Gayol Mecías contra nuestras fantasías nacionales, donde entroniza que Gayol Mecías, “con erudición y lucidez, con mañas de sicólogo y de filósofo, disecciona nuestra alma nacional y analiza los cómo y los por qué de nuestro enfermizo patrioterismo, de nuestra recurrencia en confundir el límite entre la realidad y los mitos, aquellos que nos inculcan caudillos y demagogos y los que nos inventamos nosotros mismos”.
“[…] Advierte Gayol Mecías que al perder la imaginación vital y quedar solamente “la rutina, la falta de creatividad, la existencia repetida en una uniformidad de miseria, la monotonía de una vida que nada más dispone de corrupción, miedo e incertidumbre”, se ha creado una cultura de la subsistencia donde vale todo y que entraña el riesgo de degenerarnos como pueblo. En ese punto estamos hoy […]. Cuando refiere Gayol que “el temperamento imaginativo del cubano le lleva a soñar con cosas que aún no tiene con seguridad entre las manos”, nos remite a nuestra incapacidad para deslindar la realidad de lo soñado y deseado, algo que cuando se suma a la facilidad con que olvidamos anteriores engaños y fracasos, nos pone a dar vueltas en vano, como un perro mocho que intenta morderse la cola que no tiene […]”.
Cierra este dossier/homenaje con dos textos del propio Gayol Mecías ‒El premio, la culpa, la nada y la esperanza, y El ojo diplomático‒ y una selección de su poesía. El primero es el prólogo a su libro La noche del gran Godo, y el segundo un cuento.
De entre la selección de poemas, destaca Estorbo a los lisiados, más que un poema, un grito de revancha:
Estorbo a los lisiados
Los lisiados me animan
a ser un degollador de sus sonrisas.
Me confunden los lisiados de la verdad
con camisa de fuerza
entre jirones de cristal, me hielan
la sangre con sus burlas.
Soy un estorbo visceral en medio
de la noche
el salto que les mutila la mirada
y me asombro de mi muerte
lenta, inacabable…
Ah, pero vuelvo a nacer, y soy la sombra,
el estorbo de un ridículo entre los lisiados…
Aún estoy débil, y entre muchos
me encuentro solo en la ciudad.