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Oficialismo cultural, más vanidad intelectual, igual a dictadura

Siguiendo el rastro de inmundicias que ha venido dejando en nuestra historia la sombra tentacular del fidelismo, el escritor, periodista y editor Armando Añel vuelve sobre sus pasos con el recién publicado libro Policía, policía, ¿tú eres escritor?, donde, tal como anuncia con sorna desde el título, se ha propuesto explorar, describir, analizar, denunciar el nefasto papel que juegan la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y otras instituciones de la cultura oficial, no sólo como gendarmes de la dictadura dentro de la Isla, sino además, y sobre todo, como plataformas para organizar y viabilizar labores de espionaje, así como lobbies propiciadores de simpatía y apoyo para el régimen entre las comunidades de exiliados cubanos en el exterior, muy en particular en Miami.

Se trata de un proyecto complejo y no exento de riesgos, toda vez que el desbarajuste provocado por el fidelismo en la conducta, y aun en la identidad de los cubanos, merece ser desmenuzado no sólo desde la política. Es una catástrofe histórica, que implica por igual a las ciencias sociales, la antropología, la cultura, o la filosofía, entre otras materias, entre las que yo incluyo también la psiquiatría.

Tales características motivaron mi interés por sostener este diálogo con Armando Añel sobre su nuevo libro:

JH: En uno de los buenos testimonios que recoge tu libro, el escritor Manuel Gayol nos recuerda que la historia es una disciplina cambiante, y lo que parece correcto hoy, puede transformarse mañana, pues la historia es también un continuo proceso de descubrimiento y de interpretación. ¿Cómo ves el contenido general de Policía, policía, ¿tú eres escritor? atendiendo a esta máxima que acota Gayol?

AA: Gayol está en lo cierto. Por muy imparcial que se suponga, todo historiador o autor interpreta la realidad que aborda, “nada humano le es ajeno”. De hecho, no existe obra o género, por muy objetivo o testimonial que se pretenda, en ninguna época o región, que escape a la humanidad de lo subjetivo. Pero creo haber editado con rigor desde el presupuesto principal del volumen: denunciar el papel clave del oficialismo cultural, y la vanidad intelectual en general, en la perpetuación de la dictadura. El libro se centra únicamente en uno de los ángulos del desastre cubano -aunque desde luego se trata de uno de los fundamentales-, y lo hace sin pretensiones totalizadoras. Quiero decir que “no están todos los que son ni son todos los que están”, las citas y ejemplos funcionan como indicadores más que como conclusiones y se desprenden, buena parte de ellos, de mi experiencia directa o de la de los autores compilados.

JH: A propósito, en tu libro abundan los comentarios y opiniones de muchos escritores cubanos del exilio. Esa participación tiene un peso bien considerable dentro del contenido, porque, de hecho, la estructura del libro funciona como una especie de amplio reportaje. ¿Por qué criterios o circunstancias te guiaste a la hora de seleccionar esos aportes testimoniales? ¿Te llevó mucho tiempo acopiarlos?

AA: Ya había archivado cierta cantidad de testimonio que me incumbía, sobre todo gráfico, cuando decidí abordarlo en forma de libro y desde una perspectiva abarcadora, plural. Comprendí que debía generalizar la experiencia, volverla inclusiva, como forma de contribuir más eficazmente al esclarecimiento de una problemática muy enrevesada y sensible. Luego el papel de las redes, en particular de Facebook, resultó fundamental; allí indagué y reuní más testimonios. Además de varios libros consultados y artículos y entrevistas en diversas plataformas y revistas digitales. Todo seleccionado a partir de la tesis de la compilación-investigación. Un trabajo de alrededor de siete meses que realicé a intervalos gracias también al inestimable aporte de artistas y escritores tan profesionales como tú, a los que cito prácticamente sin tener que editarlos.

JH: Una obra como esta no sólo es necesaria y oportuna para los lectores de hoy. También puede convertirse en un referente de importancia histórica para el futuro. ¿Estás seguro de haberle expurgado toda opinión y declaración subjetivas que al final lastren esa importancia como documento para la historia?

AA: Por supuesto, el libro es resultado de una interpretación de la realidad cultural cubana y como toda interpretación -volviendo al punto abordado anteriormente- contiene subjetividad. Recuerda que mezclamos testimonio con opinión, incluso ensayo con periodismo. En cualquier caso, sospecho que este no es un libro para lectores-turistas; la obra da por sentada una realidad muy concreta desde el principio y en ella se concentra, esto es: buena parte de la intelectualidad cubana, artistas y pensadores, ha sido cómplice más que víctima del castrismo trabajando de una manera u otra, directa o indirectamente, con su policía política.

JH: En el libro, afirmas lo siguiente: ““En 1959, el hombre nuevo es ya el hombre viejo de siglos atrás, quien lo mismo delataba a Narciso López que lanzaba tomates podridos a los estudiantes de medicina que serían fusilados minutos después. Quienes en 1959 aplaudían el choteo y la difamación de Castro en las plazas y teatros del país, no eran marcianos. La sociocultura del canibalismo y la picaresca no constituye una invención del castrismo…”. Es cierto. Como también lo es que el castrismo ha potenciado al máximo todas esas viejas miserias de nuestra nacionalidad, al tiempo que generaba otras nuevas, igual de graves. Entonces, como quiera que los exiliados tampoco somos marcianos, ¿crees que el hecho de vivir físicamente alejados de la desmoralizadora influencia fidelista ha sido (o termine siendo) suficiente para renovarnos, rompiendo el estigma de esas viejas taras? En sentido general y en términos de grupo, excepcionalidades aparte, ¿consideras que los escritores cubanos que vivimos en Miami somos muy diferentes a los que aún viven en la Isla?

AA: Pregunta muy difícil de responder sin herir susceptibilidades. Yo estoy convencido de que el problema de la cultura cubana es en considerable medida de complejo de inferioridad, uno defensivamente disfrazado de complejo de superioridad. De ahí la estridencia. Las razones históricas de semejante tara son múltiples y necesitaríamos un espacio mayor para desglosarlas o recrearlas. Por desgracia, dicho complejo sobrevive también en el exilio y tú has mencionado uno de sus componentes fundamentales: lo psiquiátrico. En un libro clave, Cuba: Claves para una conciencia en crisis, Carlos Alberto Montaner lo llama “delirios de grandeza”. El procastrismo, como digo al final del volumen, “es promiscuidad más vigilancia más murmuración”, y desde luego delirios de grandeza. Complejo de inferioridad. El procastrismo y en un sentido más general el colectivismo nacionalista que permea a la cultura cubana mayoritariamente, incluyendo a un porciento agotador de sus escritores y artistas en ambas orillas.


 

Fuego con cierre de oro

Desde el título de este libro, Policía, policía, ¿tú eres escritor? (Neo Club Ediciones, 2024), parafraseando una de las referencias más populares entre los cubanos en alusión directa al ente represor, seguida por una pregunta que resulta como un espejo donde se verán reflejados en diferentes niveles de (de)gradación muchísimos intelectuales con comillas o sin ellas, se pone a la narrativa cubana frente a una disyuntiva shakespeariana: el ser o no ser escritor a partir de la coherencia ética.

Es un privilegio haber formado parte de este valioso libro (iba a escribir valiente en primer lugar), que aunque resulta muy sustancioso desde la primera página tiene cimas en cuanto a profundidad intelectual: “Una bandera es hoy lo que en la prehistoria era una cueva. Un espacio para protegerse, en colectivo, del terror a enfrentar individualmente la libertad”. La perspectiva autoral no solo se fundamenta en el caudal de información sino en la manera que se descodifica para interpretarla desde un sentido de la justicia, en un intento audaz por redimir lo mejor de la especie humana. Otro momento o texto cimero —de los muchos que disfruté por su contundencia— es cuando se reflexiona sobre una verdad crucial que ha hecho irresoluble el problema de Cuba: constatar que la mayoría de los cubanos ha despreciado la libertad como valor superior, de ahí el chapotear inacabable en la miseria autoritaria. De ahí que, aun en el exilio, sigan al mismo perro solo que con un collar diferente.

Ya en el apéndice, este breve texto incendiario, evocador y poético, me emocionó: “Quemé el pasaporte cubano. Vi al indio Hatuey ardiendo y olí el plomo de los paredones en el humo ascendente. Entonces me felicité de ser el indio Añel, el fugitivo. Y bailé en torno a la hoguera”. En ese instante trascendente, se juntaron Añel el investigador, el poeta, el visionario y el eterno cimarrón. La verdad expresada con una belleza que conmueve. Ciertamente el fuego, acrecentado a medida que llegamos a las últimas páginas, funciona con las virtudes cardinales que posee; por un lado, la de quemar lo inservible, lo dañino; por otro, cuando purifica e ilumina en la oscuridad reconquistando —liberando— “los territorios” usurpados de la mente y de la historia cubana. El fuego es siempre material fundacional, iniciador.

También es muy importante la reflexión sobre el rol de progreso para Cuba que ha tenido los Estados Unidos históricamente y, a su vez, la actitud antiestadounidense que la arrogancia y otros males criollos han contrapuesto a él. Una dinámica que ha resultado inoperante a través del tiempo por esa enfermedad degenerativa socialmente llamada totalitarismo. Historiar las sombras enterradas por una gran estafa es como darle una secuela de bofetadas justicieras a las mentiras sostenidas por la fuerza que han hecho naufragar a un país entero y a su cultura.

Tres logros entre varios más que pude apreciar en el libro:

Uno, muy ilustrativo, el empleo de la foto del editor junto a los epítetos, en referencia al bullying como método o arma para intentar asesinar la reputación de escritores y opositores. Al exponerlo como un testimonio visual —y presentado con irónico sentido del humor— quedó ridiculizada la intención de descrédito. Siempre lo he expresado, la envidia crónica es una enfermedad mortal. Esos reservorios de frustraciones resultan el instrumento más a mano que sigue teniendo el régimen para perpetuar sus fechorías.

Otro acierto que dio un alto vuelo al libro fue la carta de Adrián Morales; cada línea resultó una estocada de magnificencia espiritual y de veracidad testimonial. Cuando expresó: “por la herida es por donde nos entra la luz. Pero uno elige en qué se concentra”. O cuando dice: “un sueño no es aquello que sientes y vives mientras duermes, sino aquello que sientes y vives pero en realidad no te deja dormir”. O: “Ama con heroísmo aunque sientas miedo”. Cuando encontramos en las palabras de otros la esencia nuestra, tales coincidencias y espíritus afines, resultan muy reconfortantes. El libro descubre a personas que a su vez nos ayudan a ver nuestra mejor versión o la que pudiéramos llegar a ser.

El otro acierto que no quiero dejar de mencionar es haber seleccionado para cerca del cierre las invaluables reflexiones de Manuel Gayol Mecías. Gayol, que ha hecho de la historia de Cuba no contada, o mal contada, una literatura que nos redescubre. Resultan muy contundentes sus aportes salidos de quien sabe lo que dice y obra con conocimiento de causa. No solo es más que merecido citarlo por su labor de investigador incansable; es todo un acierto editor para dar un cierre de oro, literariamente y como material de la investigación audaz, absolutamente veraz, que resulta ser este libro.


 

Un imperdible dentro de la actual narrativa cubana

No son pocos los libros que se han escrito sobre la participación de tropas de Cuba en las guerras de países africanos durante la segunda mitad del siglo XX. Tampoco los argumentos de esos libros suelen ser muy diferentes entre sí. La puesta en escena del heroísmo (generador de mitos y lastre idiosincrático entre nosotros), junto al cuestionamiento político sobre los motivos de aquella mañosa intromisión, suelen marcar límites en el alcance de casi todas estas obras, sean o no de ficción.

No es precisamente lo que hallamos en las páginas de Tierra dura, nuevo libro de relatos del poeta, escritor y periodista Jorge Olivera. No en balde me ha resultado tan interesante y grata su lectura.

Las doce piezas que integran este libro, publicado por Neo Club Ediciones, de Miami, son fruto de la experiencia personal del autor, quien participó como recluta en la guerra de Angola. Así que en sus contenidos -como él mismo aclara en el prefacio- la realidad sirve de soporte a la ficción. Igual ocurre en el resto de las obras escritas por cubanos sobre el tema. Sin embargo, noto una diferencia sustancial entre esas obras (al menos las que yo he leído) y la de Olivera, toda vez que él ficciona la realidad no desde su coyuntura histórica o política, sino adentrándose en la dimensión etológica.

El miedo a la muerte como estímulo o causa suprema. La deshumanización como reflejo salvador. El comportamiento resignado, robótico, ante la disyuntiva de matar o morir. El apremio vehemente y a la vez doloroso por mantenerse vivos hasta la hora del reencuentro con sus seres queridos…  Los personajes de Tierra dura actúan como peones en el tablero de un juego que ellos no comprenden a derechas, ni sienten como propio, por más dramáticamente que determine sus destinos.

Son los efectos de la desintegración tanto física, psíquica o moral a la que está condenado el ser humano dentro de un microuniverso en el que predomina el desdén por su don más caro, que es la existencia.

No resulta extraño entonces que una de las pocas acciones heroicas que son recreadas en el libro no discurra sino como aceptación irremediable de un desenlace aciago. Es en el relato “Cuenta regresiva”, donde un zapador no encuentra a mano otra solución que no sea acostarse sobre una mina para desactivarla haciéndola explotar bajo su propio cuerpo. Se trata, claro, de un acto heroico donde los haya. Pero en la forma magistral en que se narra, no vemos al héroe procurando serlo, o ni siquiera consciente de que lo es. Sólo lleva a cabo con pasmoso acatamiento lo que asume como su trabajo.

De cualquier manera, este ejemplo de heroísmo se ubica entre los muy escasos que aparecen en el libro. Pues, la mayoría de sus tramas discurren al margen y por lo general en sentido contrario a esa vertiente.

El relato “Un gran banquete” cuenta el drama de tres reclutas perdidos en la selva; logran cazar a un mono y se lo comen, pero en el postprandial quedan dormidos, y entonces las hienas se los comen a ellos. La pieza “El informe” trata sobre la falsedad de un documento redactado por un oficial para certificar la muerte “por conductas heroicas en combate”, de varios soldados que habían fallecido debido a causas totalmente ajenas a las que asegura el informe. En “El cerco”, una pequeña tropa está rodeada por el enemigo, bajo asedio de la metralla, el hambre y la sed, mientras espera refuerzos; y he aquí que, de pronto, uno de los soldados no puede controlar los nervios y comienza a dispararle a sus propios compañeros… En fin, son los horrores de una guerra que, como cualquier otra -idealizaciones a un lado-, sacó a flote los más absurdos y aun los más repudiables comportamientos. Pero justo en la forma en que son recreados esos horrores es donde radica la singularidad de Tierra dura, una obra que, según creo yo, trasciende las fronteras de la literatura cubana para alinear entre las grandes narraciones internacionales que abordan el tema antibelicista.

Si no obstante la amarga aridez de lo que narra, el libro resulta de muy fácil lectura, es porque está excelentemente escrito. Con prosa aguda, sobria, elegante, de un afilado magnetismo, el autor consigue que las atrocidades que recrea sean leídas sin la menor arcada. Exacto al escoger los términos, ya sea para la descripción de un lugar, una circunstancia, un estado de ánimo…; atento a las breves pinceladas que se revelan mediante lo que significan por debajo de las palabras; detallista para la concreción sin detrimento de la explicitud… La honda sensación de tristeza que Olivera nos deja con estos relatos viene atenuada, y aun dulcificada, por el disfrute que sólo puede brindar el buen arte literario. Y eso es lo que encuentro en Tierra dura: un imperdible dentro del panorama del relato breve cubano en estos días. Incluso, para mi gusto, desborda las fronteras de lo cubano.


 

La historia de amor de Félix Luis Viera

Félix Luis Viera

Félix Luis Viera ha publicado recientemente, por la editorial miamense Neo Club Ediciones, la novela Un mariachi viejo, que, según consta en el subtítulo, es “una historia de amor”.

Y sí lo es. Es una novela de amor.

La historia conmueve.

Es la relación de un hombre con dos mujeres al mismo tiempo; mujeres que comparten —al menos una de ellas totalmente a sabiendas— al amoroso quien, por momentos, no parece estar seguro, tanto de su condición de amante, como de su actuación en otras facetas de la vida.

Él es un escritor cubano disidente del régimen existente en su país y avecindado en la Ciudad de México; en ocasiones resulta hipercrítico con el medio y aun llega a abjurar de sus raíces.

Cinthya es morena; Érika, güera. Ambas, exponentes de la belleza de la mujer mexicana. Cinthya prudente, pasiva, entregada; Érika —quien, poco antes de conocer al narrador protagonista ha experimentado un cambio en su orientación sexual— todo lo contrario: desenfadada, explosiva, agresiva en ocasiones.

Él, más que un donjuán, resulta un adicto a las mujeres, a las cuales disfruta y a la vez clasifica, sin dejar de exaltarlas continuamente como género: [A las mujeres] “Dios les otorgó los atributos —de cuerpo y espíritu— para que cuenten con el poder principal e infinito de la raza humana”.

La novela está contada mediante un espíritu leve, pero digamos que, por debajo de su aparente ligereza, corre una fuerte corriente subterránea.

Cuando leí la fecha al pie, me pregunté cómo fue posible que Félix Luis demorara más de cuatro años para dar por terminada una obra de solo 170 páginas —170 páginas que se van volando—, pero de inmediato comprendí que “escribir” los silencios, que juegan un papel determinante en la narración, sin duda exigió mucho tiempo y esfuerzo.

Un mariachi viejo resulta una novela trágica al fin y al cabo. El desenlace es conmovedor y sorpresivo.

El tema de la desoladora realidad cubana actual está velado pero presente y es parte de la tragedia del protagonista: la patria perdida e irrecuperable.

Como en sus novelas anteriores, en esta Félix Luis Viera hace gala de un lenguaje directo, si bien matizado con una poesía sobresaliente y marcado por otro de sus atributos: un ritmo vertiginoso.

Le auguro un buen destino a esta singular historia de amor.


 

AdriáNomada: su obra en ‘El Heraldo de Aragón’

Antón Castro y Adrián Morales (marzo de 2024)

La obra de Adrián Morales Rodríguez en portada en El Heraldo de Aragón. Se trata de la “Santísima Mariana del Cobre. (Del Crátilo: -Deus ex Machina-). Jaquín, Boaz y otras Tecnologías Espírituales (La Entropía de la Máma)”, 2023. Técnica Mixta sobre lienzo.

Un extenso texto de Antón Castro, Premio Nacional de Periodismo en España, aborda la trayectoria de este artista multifacético de origen cubano con residencia en Barcelona.

“Adrián Morales tiene un don”, asegura Antón Castro, “jamás pasa inadvertido. Rebelde con causa, soñador, buscador de tesoros -y transformador de inmundicias y residuos, ‘DrapArt’ le llama, ArtEco/Land, incluso ‘Hole Painting’ para su ‘Realismo Interno’: A veces provocador, obsceno y brutal- tanto en los lienzos como en lo imaginativo a la vez telúrico, a corazón incendiado por esa/su memoria cubana: de la tierra, los vientos, las lluvias torrenciales, el vuelo de la tiñosa, el oleaje del erotismo… Es arcaico, clásico y moderno a la vez, alguien que se atreve con todo sin prejuicios yendo más allá de lo previsible”.

 

“AdriáNomada ha vivido tanto, ha sentido tanto, acumula tantas ilusiones y tantos deseos vivos, que su obra es un cúmulo de laberintos, emociones y gritos, un ensamble de sentidos, sabores, viajes e intenciones”, resume el crítico español.

“Eso sí, un canto a la creación tan salvaje e incontenible, cual posesión de virtud”.


 

‘¡Cuídate, Cuba, de tu propia Cuba!’ se presenta en Madrid

¡Cuídate, Cuba, de tu propia Cuba! (Neo Club Ediciones, 2024), el nuevo libro del poeta y promotor cultural Joaquín Gálvez, se presentará el próximo viernes 24 de mayo, a las seis de la tarde, en la librería ‘Libros para un mundo mejor’, en Madrid.

El libro será presentado por el poeta y escritor Rafael Vilches Proenza. La dirección completa de la librería es:

Calle del Espiritu Santo 13
28004 Madrid, España

«Gálvez no se anda con los ambages e hipocresías que dicta la corrección política y el buenismo marrullero al uso», enfatiza sobre este libro el periodista independiente Luis Cino Álvarez. «Va de frente y dice unas cuantas verdades, lo mismo cuando desnuda las taras y trapacerías del mundillo intelectual y artístico cubano que cuando, sin temor a meterse en camisa de once varas, cuestiona al papa Francisco, los Premios Nobel, el nacionalismo catalán, la polarización política en Estados Unidos o la manía del caudillismo populista en Latinoamérica».

Con la franqueza que lo caracteriza, en estos «artículos, comentarios y divertimentos sobre cultura, política y sociedad» Joaquín Gálvez bucea hasta llegar al fondo de las problemáticas socioculturales que signan nuestro tiempo y emerge a la superficie triunfante, con tesoro objetivo entre las manos.


 

El travieso López Sacha

Francisco López Sacha siempre ha sido travieso. Se cuenta que aun durante su infancia allá, en Manzanillo, gustaba cambiar, con alevosía y ventaja, un papalote suyo que ya no volara, no funcionara bien, por otro flamante perteneciente a un niño más pequeño. Esto lo lograba mediante una labia espesa, como dicen; magna labia a tal punto que el chiquitín afectado por el trueque se iba a casa con la total seguridad de que el cambio lo había favorecido.

Ya de grande, Sacha continuó por ese camino de diablillo juguetón (valga la redundancia). Ya de grande, escritor —cuentista bueno, crítico a veces veleidoso— y funcionario por tramos.

Sobre todo, según mis experiencias y las de otros colegas, destaca lo de veleidoso —lo cual se inscribe perfectamente en el concepto de travieso— en lo que se refiere a sus trabajos de crítica literaria, sus periodizaciones del cuento o la novela cubanos, y aun de la poesía, si las circunstancias o alguien del Power se lo solicita.

Ah, qué Sacha este. Lo hemos visto cambiar, en un breve período, sus opiniones sobre un autor, una obra, un cuento, un movimiento literario; cambiar a tal punto que si antes afirmó, digamos, “este texto es excelente”, ahora, de pronto, se desdice y asevera lo contrario.

Son no más que travesuras. No es de mala fe. Él es así.

Es diestro Sacha asimismo en guillotinar en algunos de sus trabajos de crítica literaria a un autor que antes reverenciara. Vaya…, que él puede dar a la luz un inventario de cuentistas o novelistas, y allí no está el tipo que antes, si nos atenemos a sus propios elogios, no podía faltar.

Son travesuras.

Igual de travieso resulta el manzanillero en eso que llaman “entusiasmo y júbilo revolucionario”. En ocasiones luce muy rojo; en otras, menos; y a veces, hasta medio rosadito.

Así, tenemos que según la página web de la Biblioteca Nacional José Martí, Librínsula, en días pasados Francisco López Sacha fue tomado por un rapto punzó durante la celebración por el Aniversario 50 de la Creación del Premio UNEAC de Literatura, evento que se llevó a cabo en la sede de esta organización.

Dijo el manzanillero acerca del Premio UNEAC de Literatura:

“Debemos sentirnos orgullosos de tener este premio, de haberlo defendido, de que sea resistente al tiempo, de que esté gobernado por una institución donde todavía somos nosotros, los escritores y los artistas, el gobierno central, quienes decidimos la actualidad de los premios y de las publicaciones. Este es un derecho que nos dio la cultura cubana y que nos dio la revolución».

No lo tomen por oportunismo, nadie vaya a pensar que con esta alocución encendida, sesgada, anómala, el camarada Sacha comienza a crear las bases para que “los de más arriba” terminen por concederle un carguito sabroso que el travieso añora, o que esté asegurando el chico de Manzanillo el visto bueno de Los Jefes para revisitar ese vertedero imperial que resulta la ciudad de Miami, alberca de gusanos, basural de la escoria.

Lo digo porque cualquiera podría replicarle al hijo de Manzanillo que bien sabe él que la UNEAC no es “una institución donde todavía somos nosotros, los escritores y los artistas, el gobierno central”, sino que es una organización bajo la égida salarial e ideológica del régimen, el cual, en verdad, es quien decide “la actualidad de los premios y de las publicaciones”. Y que ese “derecho que nos dio la cultura cubana y que nos dio la revolución”, termina en el mismo instante en que algún escritor o artista discrepe de la ideología imperante, impuesta.

Ah…, qué Sacha este.

Sin dudas, él está consciente de que “nosotros, los escritores y los artistas” [cubanos], son muchos más de los por él aludidos. Es decir, que allí, como suele decirse, no están todos los que son.

Él lo sabe. Pero ya lo decíamos, es travieso.

Tan travieso que en cualquier momento, nadie sabe, vira el rifle y pide que sean considerados por la UNEAC, como debe ser, porque también son cubanos, aquellos escritores y artistas residentes en el extranjero, o que termine para estos y para otros que están “dentro” la censura que, debemos suponer, según las palabras de Sacha, ha sido establecida por “una institución donde todavía somos nosotros, los escritores y los artistas, el gobierno central”.

Nadie sabe. Creo que el travieso manzanillero sería capaz, en uno de sus sorpresivos golpes de dados, de abogar porque la naranja sea partida al medio. Como es lo justo.

Esperemos. Esperemos a ver si se le ocurre esa travesura.


Originalmente publicado en Cubaencuentro en 2016

Caso Tropicana

-Qué zapatos tan bonitos.

-¿Te gustan? Se llaman Cocacolos.

-¿Y de dónde vienes a estas horas con tus cocacolos?

-De bailar toda la noche en el Tropicana con Tito Gómez y la Orquesta Riverside. (cantando) Voy por la vereda tropical…

No supe hasta hoy que estos zapatos míos que tanto busqué en España se llaman Cocacolos. Siempre quise unos así inspirada en los que usaba Benny Moré.

Pero sí supe de inmediato que mi amiga, mi hermana Rebeca Ulloa, fascinante siempre, maestra mía de algunas disciplinas, me iba a descubrir una Habana y una época para mí desconocidas, y que lo haría a través de una historia novelada. O novela historiada. Acomódelo usted.

Magnífica historia a la que no le falta de nada.

Eso lo fui sabiendo de a poco mientras leía Caso Tropicana.

Caso Tropicana cumple mis expectativas.

El primer requisito para leer de un tirón un libro cabe en un verbo: atrapar.

El primero. El resto depende del autor, de su capacidad de seducción, de su maestría, de su encanto para contarla. Esos también están.

Caso Tropicana atrapa. Cumple los requisitos.

Cumple los parámetros de un libro que vale la pena leer.

Los cumple -además de por su excelente narrativa- por lo desconocidas que resultan las cosas para tantos cubanos de tan diferentes generaciones y entornos que ni en sueños imaginaron todo lo que se podía estar cociendo en un espectáculo bajo las estrellas más allá de los sensuales ritmos, de los provocativos movimientos de los bailarines.

Confieso que comencé a leer Caso Tropicana con temor. Si la novela no me hubiera resultado buena o no me hubiera gustado, ¿cómo decírselo a mi amiga? ¿Cómo separar mi amor y mi admiración por Rebeca Ulloa de la crítica objetiva? Es difícil.

No quiero que los afectos me afecten a la hora de la sinceridad.

Para evitarlo me inventé un recurso: leer Caso Tropicana como si no supiera el nombre del autor. Como un libro que me encuentro sin las páginas en las que aparecen sus datos. Necesité de la abstracción para ser fiel a mis conclusiones al final de los finales.

Así lo hice.

No me defraudó la autora que voluntariamente anonimé.

Caso Tropicana es un libro interesante. Un thriller con sus imprescindibles ingredientes: amor, pasión, dolor, intriga, venganza, envidia, celos, muerte, y otra vez AMOR. Siempre el amor. Siempre la amistad sin límites.

Es uno de esos libros que uno se atreve a recomendar.

Sus personajes están perfectamente estructurados desde el punto de vista psicológico. Todos. Desde Madame Musmé -espectacular descubrimiento- hasta el Cortito, por no decir de los «más principales». Rebeca Ulloa los borda. Digo «más principales» haciendo un uso atrevido del lenguaje porque según el momento en el que estemos del libro, son todos principales. Cada uno de ellos salva su minuto de gloria.

Marcano -por ejemplo- con su eclecticismo rítmico y su atractivo viril y el amor a su familia guantanamera. Sussy Wong. Son gloria desde el primer momento. Deslumbrante personaje desde el principio hasta el inusitado final.

No es tan absurda la insistencia de Hernán Fuentes, también de Marlon, en eso del bailarín marica. Un extraño sortilegio le facilita a Alberto Marcano desdoblarse y ser otra, ser ella. La causa lo amerita.

Rebeca no se encripta, al contrario, se desparrama intentando -y logrando capturar «el tipo», más bien «el concepto».

Todos hemos conocido Albertos, Arsenios, Ninas, Maholas, Sofías, Cortitos…

Al menos los que hemos padecido el régimen comunista cubano.

En honor a la verdad las miserias y las grandezas humanas no son patrimonio de ningún sistema en exclusiva, son bienes y males frecuentes en cualquier sociedad, no obstante hay que admitir que unos los engendran y los alimentan con más fuerza, con más alevosía que otros. El sistema comunista juega con ventaja en ese ese estudiado ejercicio de perversión.

La novela consigue hacernos sufrir la cruda realidad de la cárcel cubana, la mezquindad del arribismo, la bajeza de los nuevos poderes que supuestamente llegaron para acabar con el estercolero de la dictadura batistiana.

Caso Tropicana es -como digo al principio- una historia novelada que logra equilibrar muy bien las dosis de ficción y realidad. Buen batido.

Es una novela política. No politiquera. No panfletaria. Tiene la dimensión exacta de lo humano. Y de la realidad histórica de la Cuba que describe. Prevalece la idea sobre lo ideológico.

Rebeca Ulloa se desapasiona, se desnuda de toda vestimenta ideológica para moverse en las arenas de la objetividad sin dejar de ser fiel a la verdad de los hechos ni al encanto de la ficción que utiliza con maestría para contar verdades.

La novela no sólo se detiene en esa Habana nocturna y cabaretera, alegre, entretenida y casi pornográfica del cabaret Tropicana ni en esos personajes tan humanos y tan divinos que viven, danzan, aman, odian, luchan y tejen marañas sino que a su vez va colocando por debajo la procesión que se acerca. El ciclón del 59.

Y como si no fuera ya suficiente para salvarse, la narrativa va sobrada de una prosa fresca y desenfadada en franca competencia con el suspense; moderna, atrevida, lúdica, soez cuando viene al caso, discretamente poética (como lo requiere el género).

La autora encabalga bien las tramas -si alguna resulta inentendible siga usted leyendo que ya la entenderá.

Los aportes gráficos del maestro Pumariega enriquecen graciosa y originalmente el relato. Entre divertidos y serios coronan el panorama de la época.

Buen libro.

La música y la danza son otras dos grandes protagonistas. Si no conociera a la autora podría creerme que fue bailarina.

Esa mezcolanza de ritmos, de rumba con rock and roll con flamenco y con batá; de tambores con saxofón; de jazz con boleros y guarachas; esa manera erótico-sensual de Alberto Marcano danzando todo él con su inusual contorneo de caderas hacen de la liturgia del espectáculo un fenómeno cósmico.

Un fenómeno surgido de la novedosa imaginación del bailarín guantanamero, de su flexibilidad corporal, de eso que lleva adentro como genuina herencia de sus ancestros enriquecido por la valiosa influencia de la música americana del momento que el muchacho asume sin complejos.

Si cierro los ojos lo veo bailar.

El conjunto de luces, sonidos y bailarines del Tropical Banana Show enzarzado con el momento político que está viviendo el país da tal realismo a la historia que no deja indiferente al lector que sólo desea seguir leyendo.

Yo, y muchos, desconocemos lo que fue el SIM o la consigna de las 3 C de los revolucioneros, el arrojo de los maumaus, o la lucha del Escambray; tantas cosas que se hace necesario que alguien nos las cuente. Rebeca Ulloa supo captar esa urgencia.

La guantameritud -otro curioso aderezzo– llega no sólo con el guantanamero y su familia, también con las putas y los marines, con las hayacas y el macho asao, con Chito Latamblé y la tumba francesa, con el changüí y con esa genial resurrección en retrospectiva de un Lemus que parece haber estado allí desde entonces. Siento que sí.

Las calles y rincones de La Habana están descritas de manera tal que el lector agudo se siente desandándolas sin extravíos, sobre todo porque lleva consigo el GPS natural de Aristide, habanero de cuna y corazón.

El paisaje no escatima en mostrarse descaradamente hermoso, engalanado por una vegetación lujuriosa y tropical.

La autora recrea ese majestuoso malecón habanero, sus gotitas saladas salpicando la piel de los paseantes, de los enamorados, como si de agua bendita se tratara. Y el mar. Ese mar azul, desfachatado, democrático, abierto, libre, anticomunista y rebelde es el mejor telón de fondo que pudo encontrar Rebeca para enriquecer su óleo literario y no serle infiel a su Habana insular y cabaretera.

Los encuentros de Sofía con Alberto en el malecón ponen el broche romántico y húmedo que pide el caso.

Disfruté la novela. Me gocé encontrando palabras que la belloza autora toma prestadas, como esa -belloza- propiedad del niño que la inventó para definirla a ella misma. Y a mis amigas de entonces. A mis amigas de siempre.

Belloza. Es de mi primo Felito, que a sus poquitos años bella le pareció poca cosa para tanta bellosería.

En fin, yo que no sé bailar -ni siquiera con el favor de unos buenos cocacolos- bailé con Alberto y Nina, con Sussy Wong. Incursioné en el changüí, y por primera vez me fui a la Loma del Chivo para saludar a Chito, al que para poder apreciar su valor fue necesario no sólo irme sino salirme de esa asfixiante Cuba que me tocó vivir. Esa asfixiante Cuba que me llevó a renegar de lo cubano sin capacidad de discernimiento, porque para castros, caneles y otras yerbas «lo cubano» son ellos.

Yo, que tampoco sé cantar, canté con José Tejedor (me abandonaste en las tinieblas de la noche) con el Tito, con el Benny, con la Sonora.

…Te quedarás porque te doy cariño…

Esas estrofas de cada uno de ellos que la autora coloca en el momento indicado me han hecho disfrutar instantes paradisíacos.

Nostalgizarme. Yo nostalgio, tu nostalgias, nosotros los cubanos vivimos nostalgiando.

El saudade cubano. Tan justo y necesario.

Caso Tropicana, entre rockanrolles, batás, boleros y rumbas; con pan con timba y machito asao con hayaca y salsa, ha logrado colocarme, ignoro el misterio, un ramito de jazmines en el corazón

¿Jazmines con son, con changüí, con rumba? ¿Poesía con pan con timba?

¿Cómo puede madridarse lo sublime con lo «vulgar»?

Pues puede gracias a un denominador común: lo genuino. El pedigrí.

Eso es Rebe. Genuina y con pedigrí.

Estudiosa. Laboriosa. Incansable escribidora.

Y antes, durante y después, El Mar. Inamovible y eterno.

Testigo de la vida, del amor y de la muerte.

Amado mar con su perfume de humedad y su doloroso llanto rumbero en ese paraíso bajo las estrellas.

 

Nota al margen:

La presencia de Madame Musmé (Julio Chang) en Caso Tropicana merece mención especial.

Ella. Él. El travesti cubano en una época que a todas luces fue mucho más avanzada y moderna que la que arribó en el 59 a modo de tsunami para poner en práctica el difícil y perverso «arte» de virar la tortilla. Una maña que yo siempre creí española pero que el know how lo llevan con ventaja los comunistas.

Ah… y gracias Caso Tropicana por hacerme saber que mis zapaticos Benny Moré se llaman cocacolos.


 

Putin operado en secreto en Cuba

El dictador ruso Vladimir Putin fue operado de cáncer en la primavera de 2015 en Cuba, según ha sabido la redacción de Puente a la Vista gracias a fuentes que, parcialmente implicadas en la operación, prefirieron el anonimato.

No se conocen los detalles de la operación pero se sabe que ocurrió en el hospital Cimeq en La Habana, durante el período de 10 días en 2015 durante el cual el actual gobernante ruso permaneció desaparecido.

En el Cimeq o Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas suelen atenderse en secreto personalidades mundiales, sobre todo de Latinoamérica o al mando de regímenes autoritarios. Se le considera la joya del sistema médico de Cuba.

La ausencia de medios independientes con acceso a información delicada en la Isla, y el control del castrismo sobre todos los estamentos de la sociedad, garantiza el secretismo que muchas de estas figuras internacionales procuran.

Durante el período que comprendió su desaparición en 2015, el dictador ruso había aplazado un viaje a Kazajistán y la firma de un acuerdo de cooperación con Osetia del Sur.

El vocero presidencial Dmitry Peskov aseguró entonces, a través de la estación radial Eco de Moscú, que nadie debía preocuparse porque Putin estaba “absolutamente” sano.

“No hay necesidad de preocuparse, todo está bien. Ha estado trabajando en juntas todo el tiempo, solo que no todas ellas han sido públicas”, insistió Peskov.

“Hay muchas señales de un golpe”, llegó a decir por aquellos días Zvi Magen, exembajador de Israel en Rusia. “El movimiento del ejército alrededor del Kremlin indica que hay un cambio de gobierno o que se está produciendo un cambio”.


 

Declaración de Camagüey

Nosotros, cubanos que compartimos los mismos problemas de quienes se han manifestado públicamente en diferentes partes del país, y que al igual que ellos sufrimos carencias y necesidades, padecemos la crisis económica y social, y sentimos los mismos deseos de libertad y prosperidad, queremos afirmar nuestra convicción de que para solucionar los problemas de Cuba se necesita que los cubanos demos estos seis pasos:

-El respeto y apoyo a las manifestaciones pacíficas que reclaman libertad y mejores condiciones de vida.

-La eliminación de todas las barreras que frenan absurdamente la economía, de modo que se favorezca el desarrollo del sector privado, y se potencien las importaciones, la agricultura y ganadería, el comercio, la propiedad y la empresa privadas, así como el fin de las trabas al ejercicio privado de las profesiones y de la inversión.

-La liberación de los presos políticos y el cese de cualquier persecución a los cubanos por expresarse, organizarse o manifestarse pacíficamente.

-La redirección inmediata de los recursos estatales malgastados en represión y propaganda políticas, en las mal llamadas “organizaciones de masas”, en la construcción de hoteles o en la burocracia ineficiente, hacia sectores en crisis como la salud pública, la generación de electricidad y la atención de ancianos y de otros grupos más vulnerables.

-La eliminación del control del Partido Comunista sobre la constitución, los tribunales, las fuerzas armadas y policiales, la economía, los gobiernos nacional y locales y el sistema electoral.

-La convocatoria inmediata de elecciones presidenciales, generales y legislativas, abiertas y pluripartidistas, bajo estándares democráticos reconocidos internacionalmente y con observación independiente, a celebrarse en un plazo no mayor de seis meses.

Firmamos presencialmente esta Declaración de Camagüey, el 21 de marzo de 2024:

Bárbaro de Céspedes
Iris Mariño
Ailex Marcano
José Luis Tan
Madelyn Sardiñas
Henry Constantín


 

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