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Gracias, Faisel

¿Qué significa El Benny para los cubanos? Tal vez la representación de su costado más universal. O una metáfora de la música de Cuba, como afirma el autor de este libro. Quizá la maldita, y al unísono bendita, circunstancia de la evasión por todas partes (el alcohol, el éxodo, el sexo…). Habría significado también, en un principio, a un país que “salido de los desmanes de la guerra se entregaba a la alegría de vivir y al amor”. El Benny es la Cuba tácita que baila en un ladrillito pero además se extiende, generosa, allende los mares. Y por supuesto, las ilusiones, los eventos, mitos y leyendas incluidos, que genera. Esta novela responde la pregunta de la significación de El Benny abundando en muchas respuestas.

El Bárbaro del Ritmo es, en esencia, un libro sencillo. El narrador simplifica la complejidad metiéndose, desarmado, en un bosque repleto de animales acechantes. Y sale ileso. “Todo lo creado, hasta lo que nos parece más simple, es ya complejo y culpable”, advierte Faisel Iglesias. El lenguaje y los diversos recursos engranados en esta novela le prestan una armonía y un ritmo particularmente seductores. Como ha dicho el propio autor refiriéndose al gran Benny Moré, “ante un creador tienes que convertirte también en un creador”. Y ante un músico, en aquel que baila.

Gracias a este libro puede rastrearse la sustancia del hecho creativo en la persona de uno de los más grandes cantautores, si no el más grande, que ha dado Cuba. En los meandros de El Bárbaro del Ritmo se transita la Isla en abanico, a través de una arqueología de lo hedónico. Así, es posible, incluso recomendable, recorrer los pasadizos sinuosos de la recholata, con el Alí Bar, santuario recreativo de los años 50, encabezando el transcurso. Es viable acceder a una Habana sumergida que sin embargo se erige, luminosa, sobre los restos de innumerables resurrecciones. Claro que La Habana —en la que anfitriones y recién llegados han hallado al fin la tierra prometida que esboza la fecundidad de El Benny— también es una abstracción, un sueño. O una deslumbrante realidad reprogramada por el frenesí jubiloso de la abstracción.

A su vez, en El Benny la música es Cuba, y Cuba una celebración. La celebración que en 1959 cortó de cuajo el castrismo disfrazado, precisamente, de celebración. En el imaginario nacional, la música y El Benny, El Benny y la noche, la noche y el baile, desafiantes ante el crudo estío permanente, se bañan en alcohol. Representan una manera de ser y hacer heterogénea, en la que lo gozoso garantiza la excepcionalidad de la Isla: ella como un espejo que devuelve multitud de rasgos, costumbres, maneras. Que los devuelve e interioriza en palabras y en música. La excepcionalidad del potaje deviene entonces simbología y sabor.

En la literatura cubana, el lenguaje ha desempeñado un papel a menudo fundamental. Quiero decir que la forma, el estilo, las estructuras narrativas, han protagonizado las obras tanto como la historia que conducen. En este sentido, El Bárbaro del Ritmo constituye un ejemplo emblemático de esta tradición, en la que reluce una lírica contagiosa y se entrecruzan influencias de todo tipo, desde el realismo sucio anglosajón hasta la florida imaginación del realismo mágico. Como su música, la literatura de Cuba es ecléctica y cosmopolita. Lo demuestra minuciosamente la narrativa de Faisel Iglesias, que aquí desenrolla un calidoscopio de excitantes recursos.

Con las letras de El Benny en off, conduciendo la sonora narrativa de Faisel, esta novela se convierte en un dispositivo circular de ingeniería audiodinámica, que abre con el compositor muriendo y cierra con el bailador resucitando. Pero no se trata de que el ingenio sea sujeto de alteración y distorsione el hecho narrado. Es que sirve de sostén y ejerce de acompañante, moldeando la sabrosa aristocracia de las imágenes.

El Bárbaro del Ritmo constituye un exitoso intento de ir más allá de la superficie anecdótica y entrarle de lleno al fondo existencial de lo cubano. Propósito logrado a base de recrear una identidad exultante en su mestizaje y movilidad. Aquí lo real maravilloso está presente a partir de un espíritu libertario. A fin de cuentas, El Benny resume el alma de un pueblo colonizado y colonizante, de un espacio de integración y fuga. Fuga, insisto, hacia la noche, el baile, el sexo (y luego hacia el norte contento y cordial que nos aprecia, interminablemente). La nación se extiende cumbanchera, sus representantes la agrandan con la naturalidad de quienes han sido iniciados en los secretos del sabor. Aquellos que han aprendido a fluir en la danza, a gozar metiendo mano en los huecos abiertos por la música, afrontan la vida sin mayores formalismos, multiplicándose en los diversos escenarios que la promiscua espontaneidad cubana prodiga. Se sienten como en casa.

Pero en eso llega Fidel y, como involuntariamente reconociera el también cantautor Carlos Puebla, suspende la fiesta. Toma la casa. “Esta es tu casa, Fidel”. “Se acabó la diversión”. Todo lo demás es historia contemporánea y en Cuba, puntualmente, cultura de lo prohibido. Llegó el patón y mandó a parar.

Esta novela comprueba, adicionalmente, la densidad espiritual de lo perdido en Cuba. Gracias, Faisel.


 

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