Golpes de luz

Los poetas Félix Anesio, Alejandro Fonseca y Efraín Riverón en el I Festival Vista de Miami (2014)

Le dije a Alejandro Fonseca (E.P.D.), uno de esos días que tiene Miami para aplatanar sudores -acostado en un portal amplio, con una brisa salvadora (que llegaba a ratos como balón de oxígeno)-, que trataba de quedarme sin expectativas en el placer del ocio. Pero, pecador incontenible, miré la carátula de su libro, el título, y lo abrí.

El resto fue leer uno tras otro los poemas; porque una lectura no tiene la obligación de dar un golpe, uno puedo marcar una página y volver luego, o alguna cosa atravesar el cielo y sacarte de esas páginas. Lo cierto es que terminé como un conspirador metido en la sombra del autor, que es más, es su esqueleto: el poeta no juega a la perfección sin lucro de estarse jugando alguna decisión de vida o muerte: es la perfección. Tampoco juega a la eminencia cerebral, a un libro cerrado como si fuera azar y marasmo; no me percato de su oficio ni asumo vejez en Fonseca, y mucho menos cansancio; se trata de la poesía de un hombre que viene de regreso y conversa con ese estilo de ser un muchacho de muchas épocas -incluso las que están por venir-, logrando el placer de una lectura para el pensamiento.

Y me contradigo por necesidad de sabiduría, o tal vez porque me deja de emisario dispuesto a entender el golpe de esa sombra -el libro es cerrado-: un paso de luz en todo el esplendor del logro y el acierto; lucidez de lo que se ha vivido, de su forma de respirar, de conversar por los codos.

En Fonseca no hay desbalances, como en esos poetas del jugo gástrico que anteponen hacer tratados de palabras a tocar el fondo de los temas -al menos cruciales para lo atemporal-. En la atemporalidad lo que se lleva a juicio no es ser buen o mal poeta, es ser superior: llevar la poesía sin irse, como un inflador de globos, a mostrar las maravillas de alguna posesión retórica, o alguna comarca con su bandera territorial y sus asentamientos nacionalistas muy focalizados en el llanto de la belleza.

Sin sobredimensionar la fatalidad, tampoco nada oscuro, nada violento nos asecha. La poesía de Fonseca tiene esencialmente el balance de la transparencia y las formas exactas de un trazado a pulso. Es entonces bella, porque no resulta recurrente en lo simplista y pasa advertida en su avance hasta el punto final, donde también propone que comiences a entenderlo, a buscarte en esas líneas que sin padecimiento, ahora, te pertenecen.

De alguna manera recordaba aquellas tardes cuando no quería hacer labores del campo obligado por mi padre y me escondía por las arboledas o en el hueco de una palma cana. Aquella palma guardaba muchos de mis secretos, al menos de lo que esperaba del futuro (y lo pensaba a media voz), como si conversara con mi sombra. Golpe en la sombra (Eriginal Books, 2013) tiene esa magia y Fonseca nos lo hace saber. Incluso, cada poema puede ser antológico, vale como pieza independiente y, por razones de buena escritura, cada pieza encaja en el cuerpo del libro muy coherentemente (casi como un fenómeno raro en los libros de poesía actuales, que padecen de desenfoque, de no darle a la lírica una destrabazón del cielo sin permiso de salida).

De alguna manera, cada cuaderno de Alejandro Fonseca -los anteriormente leídos- marca una etapa ya descifrada sobre un paso que cierra y abre por su palabra. Golpe en la sombra, sin embargo, es el primero que propongo cuando deseo completar una brújula que nos guíe, es decir, cuando buscas en el mapa que define al poeta. No lo elijamos, por presunta asociación del título, como una batida contra los demonios, tampoco como un trazado de laberintos donde la lírica pretende fluir desde el sonido de ciertas palabras. Mejor pensemos en esas bibliotecas donde los libros aguardan perfectamente alineados para que puedas elegir tu lectura. Todos cuerpos únicos del poeta, necesarios para referirlo, como hago ahora desde su «Dialéctica»:

Dialéctica
(Desde Mazorra)

Aparecen cabezas juntándose
no son aquellas que agrupaba
el coleccionista con pie de grabado.
Ya el maquillaje no puede trastocar
la piel, ambiente de animales al acecho.

Ambigüedades, la locura y la palidez
de palomas, el silencio, albaceas:
muestrario de frutas, estancia placentera
una madrugada que no se escapa
entre sábanas que flotan en los patios.
Turbas y aluviones recuerdan
asuntos que profesaba la Inquisición.

Las puertas, el origen que se encierra.

Los peces suspicaces han podido escapar.

Ahora es difícil un carro de aguas negras.

Pobre del calesero, una lengua
resistiéndose a la cavidad.
Más allá del escrutinio, la balanza
la memoria arde, un caballo de fuego
se extingue en la tarde dialéctica.