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Flores azules para una estación contemporánea

Flor azul / su canto vive aún en la casa nocturna del dolor.

Georg Trakl


Después de leer Soñar como es debido con una flor azul, nos queda la impresión de que vimos un filme, una película en blanco y negro, muda, sin banda sonora, como para que escuchemos el redoble del tambor de una ejecución, o el ruido del martillo mecánico que rompe en dos el camino que conduce al sitio y suena como el Apocalipsis… El martillo que trepana el cráneo de esa realidad donde hay decapitados… hay amenazas en blanco y negro que parecen venir del pasado pero que, a su vez, regresan del futuro, como si pasasen por debajo de las alambradas y se asomasen, confluyendo, a esta calle sucia de vísceras.

En esta película-realidad habrá siempre un paisaje contaminado, una realidad frustrada en su esencia, esos paisajes donde no hay mariposas, ni una, pero sí puentes en los que suicidarse… No hay mariposas, pero sí una mariposa dibujada por un niño en un papel y, lo más importante, esa multitud que bulle y pisa el papel con la mariposa; en ella (en esa multitud) nadie se encuentra con alguien; ella tiene la sensación (inconsciente) de que pisa el papel con la mariposa y éste se hunde y ella, toda esa masa, cae al vacío. La poesía de Abel encuentra la auténtica profundidad y la palabra que se desliza y refleja sin distorsión la llaga. El poeta es uno que sueña con los ojos abiertos como debe ser, que atiende al hecho de estar despierto y reflexiona, escoge temas que, como los zombis o las hojas de árboles /que se pudren en los libros, son inexplicables. Se trata, sí, de traiciones insolubles; de destinos que /nadie destinó; de muros de hormigón hechos con muros de hormigón en los que los grafitis callan, o fingen callar, o dicen nada. Porque se trata de lo que importa.

Hay en Abel German un realismo raigal, el poeta es el hombre en la vida verdadera, su poesía trae implícita la conciencia de la crisis presente, un mundo que se deshace inevitablemente, sin esperanza. Pero aun cuando nos presenta una realidad sin maquillaje, a través de una poética cruda, si se quiere, con una gran carga de ironía y pesimismo, a pesar del trágico destino que se asoma por todas partes, aun cuando puede abrumarnos el exceso de pánico de lo que vemos y oímos en estas páginas, no deja de asombrar el modo como se las arregla para fusionar realidad-poesía con esa habilidad y maestría  que señalara José Hugo Fernández al referirse al libro: Soñando con los pies en la tierra y la mirada en el infinito, como corresponde a un auténtico poeta, Abel convierte en versos espléndidos las limitaciones (que son a la vez las de su tiempo y las de su historia personal) para soñar como es debido. Su poesía de fuerte acento coloquial, entre exteriorista e intimista, siempre con un trasfondo de aguda acritud filosófica, deambula por los simples objetos del entorno con la misma acuidad con que penetra en los resquicios de su yo interior.

Crear mundos dotando de significado y de valor esas realidades, es algo que este poeta sabe hacer. Las palabras superan las imágenes cinematográficas, logran expresar las percepciones de quien ha mirado intensamente en su entorno y en el ser para dejar un testimonio vivo. Abel German pone cuerpo y lenguaje al silencio…, el silencio-daga-en-el-vientre que se apoya; el silencio-ramitas-polvo-nieve-voces que estalla; el silencio-laberinto-de-muros con vidrios incrustados en los muros del laberinto para que nadie escape… Como si inventara ese universo y no me asquease. —Nos dice— como si inventara el roce de las lilas y hasta los dedos de los muertos que las mueven y hacen que rocen la puerta y dejen (en la puerta) sus huellas… Y es el silencio, insisto. Y son los ojos que ineluctablemente se cerraron al alcance de mi mano sin que mi mano pudiese evitarlo; esos ojos que se cerraron en silencio, como telón al final de una obra en cuyo escenario entonces (en el momento en que caía) solo había un ataúd; esos ojos que cayeron tal si renunciasen, parecidos a guillotinas; que se desplomaron, en fin, igual que bombas sobre cierto absoluto.

Esa actitud del poeta frente a la realidad tiene precedente en Baudelaire, Rimbaud, Claudel y hasta cierto modo en Valéry, con quien coincide en su posición antirromántica, y en la visión de un cosmos cerrado, donde el yo cumple una función ordenadora y contemplativa. Lejos del idealismo trascendente de los simbolistas, el yo estará siempre en una situación de soledad radical: Estoy solo en este leve espasmo; solo ante este ojo ciego lleno de ojos brillantes que se espían a sí mismos; solo ante este inmenso ojo de mosca. Y el público no aplaude. No aplaude.

Hay en este libro una invitación a soñar distinto, a estar atentos entre la vigilia y el sueño. Su intención va más allá de la experimentación onírica, porque es preciso despertar, lo sabe, es preciso que el hombre despierte de la mera apariencia de este mundo, para que pueda llegar a la conciencia de la propia realidad. Y la poesía es el instrumento, la poesía aun cuando no sirva para otra cosa, como lúcidamente acertara a decir Gamoneda, servirá para afilar nuestras conciencias. Ella es el despertar de un saber, y en Abel esa sabiduría le permite conjurar el sobresalto, el escepticismo y la angustia que toda experiencia de la conciencia lleva consigo. El poeta nos dice: una rareza. Un perro de varias cabezas…, un perro con miedo que no tiene miedo pese a que debiera tenerlo y lo tiene…, que intenta descifrar la diáfana sencillez que corre por la sangre que corre entre esos lados, la sencillez de los gritos y, en especial, la sencillez /de la voracidad del ADN o su rastro de pólvora.

Imperturbabilidad, rebeldía, inconformismo, son algunos de los rasgos que sobresalen en su poética. Hay imágenes reveladoras que llevan el tono de versículos apocalípticos: y veo lo que veo… un cielo de pájaros furiosos. O asustados qué es la furia al revés… es lo que el poeta ha visto en sus meditaciones, y son las noticias catastróficas del fin del mundo anunciado, sus versos traen implícito un fracaso, un imposible, una perenne melancolía, aunada a la memoria de la caída, por eso todo viaje es un descenso, también el viaje hacia uno mismo. El poeta nos habla con esa lucidez insoportablemente lúcida, influenciado tal vez por los poetas de la desolación y la muerte como Trakl o Eliot, con los que comparte esa oscura nostalgia hedonista, cercano a Rilke, la rememoración lleva un sentido funesto por el profundo sentimiento de desoladora tristeza, pero si bien expresa la idea Rilkiana de la belleza temible; para Abel no hay un reino de redención, nada puede redimirnos, el Ángel no puede, la belleza tampoco.

Su poesía representa inquietudes totalizadoras, la anticipación del desamparo total del que el hombre quiere salvarse. La perplejidad ante la muerte, el deseo de saber qué es. La gran interrogante, ¿que cómo se responde sin el dato de Dios? los que mueren (porque sucede) se disuelven sutilmente en el monólogo colectivo de ese Dios lleno de rostros que forman un rostro que, visto de cerca, es un Dios de rostro abolido que, simplemente sucede. Tras la aparente falta de fe, hay una búsqueda agónica por encontrar el otro lado de las cosas, y de la realidad que contempla, es evidente el desencanto del poeta al no hallar la forma de liberar al hombre del acontecer y del fatalismo de las circunstancias que conforman su vida.

…tomaran el sol azul de las pantallas, como si lo absorbieran con las bocas abiertas /tendidos en los sofás-ataúdes. Es como si tomasen o absorbiesen ese /sol azul que les introduce en el cerebro un microchip. Encontramos el azul con un significado ahora extendido, peligroso, amenazante, si a un lado de esa soledad está la basura, algo mágico, una simetría de pobreza perfecta… detrás, justo detrás, están las flores… como puestas ahí por el sueño.  Establece un claro contraste entre la flor azul del principio (la clara referencia es a Novalis y a su sueño moribundo irrealizable) para decirnos: Está sola… está sola en el prado del parque que, ahora (traspasado el umbral de la geometría y de los cálculos, traspasado el seto de ítamo real hacia dentro, traspasado el tiempo como si fuera algo traspasable —digamos un puente—), es un prado de verdad en un parque de verdad, con todo tan verdadero como la flor y su color azul movidos por la brisa del agua y los patos, ahí, verdaderos como agua y patos y flor que nadie sueña como es debido.

Si los sueños son un misterio, si abren puertas a otras realidades, y a otros universos de símbolos, ¿cómo soñar como se debe? Nosotros precisamente estamos hechos de misterio, de infinita extrañeza indescifrable, de dolor, y esa consciencia del dolor es también una fuerza motivadora que obliga a no conformarnos, por eso escribe como si negara la rotunda aseveración de Walter Benjamín con la que abre el libro y a la que logra suprimirle el “ya no”, porque si para el filósofo judío el hallazgo de la flor azul sigue siendo una imposibilidad, Abel se atreve a contemplarlas aunque esas flores sean flores azules rupestres en la habitación donde se vela el Ángel decapitado… flores azules que se secan allí donde nadie vela su cadáver. El cadáver de ese pobre ángel sin cabeza… flores sediciosas que alguna vez mostré a mi padre. 

Es cierto que no hay placidez en las visiones de Soñar como es debido, pero Abel no es el poeta de la desesperanza, hay en su poesía un reclamo, una urgencia, una necesidad… y si ocurriese un milagro, ¿y si no están muertos quienes me dicen que están muertos?soy el que espera el imposible…  la poesía es suficiente en sí misma para llevar la mirada a otra realidad, para sobreponernos a lo que perdimos en y por el tiempo, cuando leemos sentimos esa incandescencia, la provocación del poeta para que soñemos el mismo sueño,  porque hay que soñar para salvarse, para encontrar ese algo distinto, la esencia de la verdadera libertad, ese algo: un soplo, un rayo de luz, una voz que traspasa la pared y todo lo demás, incluso el tiempo. Porque detrás (pese a esos roces; pese a esa amenaza; pese a esos chirridos de columpios oxidados), detrás de abril y de la vida, hay eso… Flores azules descubriéndonos ese territorio dolorosamente hermoso que es la poesía.


 

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Odalys Interián
(La Habana, 1968), poeta, y narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Entre sus publicaciones están los poemarios 'Respiro invariable' (La Habana, 2008), 'Salmo y Blues' (Miami, 2017), 'Sin que te brille Dios' (Miami, 2017), 'Esta palabra mía que tú ordenas' (Miami, 2017), y 'Atráeme contigo', en colaboración con el poeta mexicano Germán Rizo (Oregón, 2017). Sus ensayos literarios aparecen en 'Acercamiento a la poesía' (Miami, 2018). En su actual ciudad de residencia ha sido premiada en el concurso internacional de poesía Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras 2017. Fue merecedora del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Su obra ha aparecido en revistas y antologías de varios países. Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en el concurso de poesía Dulce María Loynaz 2018.
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