En Miami, desde hace algunos años, existe un notable festival de cine auspiciado por el Miami Dade College. Tiene una creciente importancia. El domingo 8 de marzo exhibieron un gran documental. Se tituló “Cartas a Eloísa”. Lo dirigió una magnífica realizadora llamada Adriana Bosch. Es excelente. El punto de partida es la correspondencia entre el poeta cubano José Lezama Lima y Eloísa, su hermana menor. Lezama le escribía desde Cuba y Eloísa le respondía desde el exilio. A Lezama no “le daban” la salida de Cuba. Ella temía entrar (su marido, Orlando Álvarez, era un opositor notable), y él no podía salir.
Fidel y Raúl eran los dueños de todos los cubanos. Ellos decidían quienes viajaban y quiénes se quedaban en la Isla. Lezama, había nacido en 1910 y murió en La Habana en 1976 a los 65 años. Eloísa murió en Miami en el 2010. Nunca pudieron reencontrarse. Adriana ha tenido la inteligencia de servirse del libro que recoge las cartas, pero para hacer algo mucho más impactante: un film sobre la angustia de un escritor exquisito atrapado en un sitio inmundo que se degradaba peligrosa e ineluctablemente.
Lezama era gay. De closet, pero gay. Se casó con una señora para que lo cuidara y para protegerse de la homofobia oficial. También era gordo, asmático y abogado. Su amigo –no eran pareja–, también poeta, Gastón Baquero, antes de la revolución le había conseguido un “trabajito” en la junta que estudiaba los expedientes de los presos comunes y recomendaba o negaba la libertad a esos reos. (Parece que Lezama era muy severo).
Cuando le pregunté a Gastón, exiliado en Madrid, por qué respetaba tanto literariamente a Lezama, pese a que habían tomado caminos divergentes en el campo poético –la poesía de Gastón era directa y transparente–, me miró fijamente y me dijo con toda certidumbre: “porque un día las enciclopedias dirán que Fidel Castro era un dictadorzuelo menor en la era de Lezama Lima”. Su devoción por el poeta creador del grupo Orígenes era total y auténtica.
¿Ya ha comenzado la era de Lezama Lima? Tal vez. No sólo se ha estrenado el documental con vocación de Oscar, sino se ha reeditado su novela Paradiso, un monumento barroco de 600 páginas, eliminando numerosos errores de la descuidada edición original de Cuba de 1966. No soy un fanático de la literatura barroca, pero entiendo que otros lo sean. Por ejemplo, a Julio Cortázar y Octavio Paz les fascinaba ese mundillo laberíntico de formas alambicadas, vocabulario sorprendente y alusiones literarias e históricas cultísimas e inesperadas.
Sin embargo, Paradiso no ha llamado la atención de muchos lectores cubanos (y no cubanos) por sus virtudes barrocas, sino por su capítulo ocho, el texto homoerótico que hablaba del homosexualismo sin tapujos, aunque Lezama se escudaba tras el personaje de José Cemí, lo que provocó una agresiva reacción de la cúpula revolucionaria, especialmente de Fidel, Raúl y Ramiro Valdés –el Che Guevara, el otro gran homófobo, ya se había marchado de Cuba–, al extremo de que en la Isla se comenzó a hablar de “machismo-leninismo”.
Llamarle al ano “círculo de cobre”, y explicar que “la configuración fálica de Farraluque (un personaje de la ficción inspirado en un señor de carne y hueso) era en extremo propicia a esa penetración retrospectiva”, era más de lo que la escasa sensibilidad de aquellos barbudos feroces podía tolerar.
Era la época de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción, 1965-1968). Encerraban a los varones homosexuales en campos de concentración para reeducarlos y extirparles a látigo y tentetieso las “costumbres burguesas” de amar o sentirse atraídos por personas de su mismo género. El inútil castigo se saldó con decenas de suicidios y Conducta impropia, un extraordinario documental realizado por Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros (ganador de un Oscar), en el que algunos de los encerrados en la UMAP contaban con amargura lo que habían sufrido junto a numerosos creyentes religiosos.
Eventualmente, la dictadura reconoció el estúpido crimen y disolvió los campos de la UMAP, pero los criminales no fueron castigados. La lista incluía a Fidel, Raúl y al resto de la dirigencia, y la revolución siguió siendo “machista-leninista”. En los años ochenta continuaron expulsando de sus trabajos o de las universidades a los gais, acusándolos de “escoria”. Lezama estaba muerto, pero su prestigio literario crecía bajo la hierba. Hoy no existe la menor duda: la figura de Fidel se encoge bajo el peso acusatorio de sus propias palabras en las filmotecas, mientras la de Lezama se agiganta. ¿Se cumplirá la profecía de Gastón Baquero?