La pregunta se la hace el periodista y narrador Juan Manuel Cao. Él no lo cree, ni yo tampoco. Está un poco loco, como todos los dictadores, pero eso no le impide tener una cierta idea distorsionada de la realidad. ¿Estaba loco Adolfo Hitler o era un manipulador que generaba ataques de pánico en todos los que le rodeaban? ¿Estaba loco Fidel Castro cuando suponía que el “imperialismo yanqui” le enviaba los ciclones y lo denunciaba desde la tribuna? En todo caso, la locura es una categoría médica que cambia parcialmente con cada edición del DSM o Manual de Diagnósticos y Estadísticas de los Trastornos Mentales de la “Asociación Americana de Psiquiatría”.
Esto viene a cuento de Vladimir Putin. Sus ideas de la diplomacia y de la vulnerabilidad de su país son las del cardenal Richeliu y las de su sucesor, el cardenal Mazarino, telón de fondo de algunas de las mejores narraciones de Los tres mosqueteros. Fueron ideas excelentes para engrandecer a Francia en el siglo XVII, pero ridículas en el siglo XXI para referirse a Rusia. Rusia es el mayor país de la tierra (el doble de Canadá). Y el más poblado de los países europeos o euro-asiáticos, si vamos a ser más precisos en el terreno de la demografía: 150 millones de habitantes.
Putin no ha advertido que la tecnología militar ha cambiado la faz de Rusia para siempre. Sería impensable que los jinetes de Mongolia, bebiendo la sangre de sus pequeñas cabalgaduras, conquistaran un territorio tan grande como lograron en la Edad Media. (El mayor imperio continuo que habían visto los humanos). O que los cosacos rusos (hay cosacos también en Ucrania) se insubordinaran exitosamente contra Moscú. Eso, sencillamente, no es posible.
Por eso es tan vil la acción de Putin contra los ucranianos y contra los rusos. Son dos pueblos unidos por la historia y por la etnia, pero separados por la política desde que Lenin (y luego Stalin) dejaron a millones de ucranianos morir de hambre para darles una fallida lección de economía política.
Los ucranianos mayoritariamente quieren montar tienda aparte. Desean parecerse a los franceses, a los ingleses y a los estadounidenses en sus formas políticas. Acusarlos de “nazis”, cuando es judío quien fue electo presidente por una abrumadora mayoría, es una repugnante mentira que, afortunadamente, casi nadie ha creído en Ucrania ni en Rusia. Ha tenido que publicarse una reseña de los parientes de Zelensky, y una entrevista de Fareed Zakaria en CNN (el periodista indio-estadounidense), para saber que uno de sus bisabuelos fue quemado vivo en el terrible Holocausto. Ocurrió en un ataque típico de las SS, organizado por los nazis en los villorrios de Ucrania durante la Segunda Guerra mundial.
Realmente, Putin no está solo en esa postura antigua ante las esferas de influencia y el mundillo segregado por el cardenal Richelieu en la primera mitad del siglo XVII. Toda esa gente que piensa que fue una “enorme tragedia” la desaparición del Bloque del Este -Vladimir Putin entre ellos- está equivocada. Cada vez se acentuaba más la diferencia entre los bloques. Con cada hallazgo de la ciencia, con cada desarrollo de la tecnología, que casi siempre ocurrían en Occidente, se ampliaba el foso que separaba ambos bloques.
Putin cometió un inmenso error tratando de revivir el extraño universo en el que recuerda a la URSS. Se hundió cada vez más dominando (y asesinando) a los chechenos, a los moldavos, a los georgianos y, últimamente, a los ucranianos. Afortunadamente -para Ucrania y también para Rusia- no pudo “tragarse” a Ucrania y tuvo que variar sus objetivos concretando a la zona de “Donbás”. Ese territorio, limítrofe con Rusia, en el sureste de Ucrania, donde el porcentaje de rusófilos es mucho mayor, pero al dividir en dos Donetsk y Luhansk y llamarlos “Repúblicas populares” se hizo evidente que intentaba revivir el imperio soviético, lo que no hizo felices a esos rusófilos. Una cosa es sentirse rusos y otra muy diferente es sentirse soviéticos.
¿Hasta qué punto Putin rectificará? No creo que suceda. Seguirá atado al ejemplo del cardenal Richelieu sin advertir que lo que era bueno para Francia, en el siglo XVII, puede hundir a Rusia en el XXI. Estados Unidos descubrió que las colonias eran muy costosas y no traían más que contratiempos. Cuando siguió el ejemplo de Europa, casi naufraga con Filipinas, pero en 1946, al fin de la Segunda Guerra mundial, les dieron la total independencia. Puerto Rico es un barril sin fondo, y si no se lo quitan del presupuesto es porque en el 1917 otorgaron la ciudadanía a los puertorriqueños y ese es un privilegio permanente. Los ejemplos sobran: nunca España, Portugal y Turquía han sido más prósperas y felices que cuando se transformaron en democracias carentes de colonias.
Putin no lo entiende. Regreso a la pregunta de Cao: ¿está loco Vladimir Putin?
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