Cada día llegan más noticias tristes de Cuba: golpizas, interrogatorios humillantes, encarcelamientos, ultrajes de toda índole, de parte de las fuerzas del “orden”, para quienes se manifiestan pacíficamente contra el gobierno, mujeres incluidas.
Asimismo, la emprenden contra los manifestantes ciertos piquetes de “civiles” estimulados y retribuidos de una u otra manera por el régimen.
Escribí arriba “noticias tristes”, porque en algún momento la ira que provoca lo antes dicho se convierte en pesadumbre.
Pesar, tristeza al ver cómo ciertos segmentos de aquella sociedad se bestializan.
Como hemos afirmado en otras ocasiones, nunca en sitio alguno ha sido necesario importar esbirros; no hubo que traerlos del extranjero durante las dictaduras en Argentina, Chile, República Dominicana o Cuba 1952-59, ni en las extintas Unión Soviética, Rumania o la Alemania nazi. Los esbirros son un producto nacional. Y, como casi todo —lo bueno y lo malo— , surgen cuando la época, digamos, lo reclama.
De niño, en el barrio de mi infancia, le pregunté a un boxeador al que admiraba por qué era boxeador. “Uno lo es cuando está en el ring, ya cuando se baja uno es otra cosa”. Mucho tiempo reflexioné sobre esta respuesta hasta que llegué a la conclusión que hoy sostengo, y que desde hace tiempo debe ser pan comido para psicólogos y sociólogos: el ser humano promedio puede reaccionar de acuerdo con las circunstancias o el sitio en que esté.
Aquel barrio lo frecuentaban dos policías asesinos de la tiranía de Batista. Eran hombres que no tenían piedad, todos lo sabíamos. Recuerdo sus apellidos, Barroso uno, Montano el otro. Un día, el segundo se acercó a mí, que me hallaba sentado en la acera de una esquina, y me pasó la mano por la cabeza con suma ternura. “¿Qué pasa, fiñe?”, me dijo mientras me ofrecía unos caramelos de chocolate. Yo acepté los caramelos y sonreí.
Si atendemos a la represión que se ha desatado en Cuba en los últimos años, es posible asegurar que asistimos a un nuevo parto de esbirros.
Localizamos este nacimiento, entre otros, en la policía, en los cabecillas y componentes de las cuadrillas que golpean a los “contrarrevolucionarios” y en algunos miembros de los Comités de Defensa de la Revolución a nivel de cuadra dedicados a realizar “actos de repudio” contra la “gusanera”.
A cualquier lector le pueden saltar estas preguntas elementales: ¿Dónde está la ética de esas personas que, amparadas por el Poder, con impunidad por tanto, golpean, injurian, humillan a otras? ¿Dónde la hombría de esos varones que la emprenden contra mujeres desarmadas? ¿Qué puede esperar un gobierno de semejantes adeptos? ¿Qué se puede esperar de un gobierno que cuente con semejantes adeptos? Estas preguntas no se las hacen los esbirros ni los gobernantes cubanos. Los primeros, no tengamos dudas, van a matar sin piedad llegado el momento. Los segundos, darán a los primeros las órdenes de matar. A ambos los mueven los mismos intereses.
A mí me duele algo en especial —quizás “especial” no sea la palabra adecuada, pero ahí la dejo—: esos escritores que allá, en la patria, continúan apoyando al régimen de una u otra forma. Pues veamos que en tiempos pasados no estaban enterados de tanta injusticia, de tanta impiedad. Pero hoy ya no es así. Y esto es lo que más me duele.