El ministro cubano de la alicaída Industria Alimentaria, Manuel Santiago Sobrino Martínez, expuso recientemente en la palestra pública un término que lejos de proveer algún margen de esperanza en cuanto a la superación de los altos niveles de desabastecimiento de productos agrícolas y pecuarios invita, una vez más, a fruncir el ceño.
Hay muchos que han preferido largar una soberana trompetilla o postear chistes en las redes sociales y tienen sobradas razones para hacerlo. ¿Cómo reaccionar ante el compromiso del funcionario de aumentar exponencialmente la cría de “gallinas decrépitas” como un esfuerzo supremo del Estado para aliviar la crisis?
No puedo desentrañar, con el debido rigor, el significado del término.
Imagino, supongo intuyo, que se trata de ejemplares avícolas con alguna discapacidad congénita u otras afectaciones asociadas a la mala gestión de los cuidadores. También se podría pensar en desbalances nutritivos que provocan el envejecimiento prematuro, afectaciones en el sistema nervioso y otras nefastas consecuencias.
Recuerdo que el susodicho burócrata se refirió a la producción masiva de esos pollos, o sea, que no sería descaminado preguntarse: ¿se trata de una especie creada en laboratorio?
En fin, que son muchas las incógnitas en torno a la existencia de ese tipo de ejemplares avícolas que, supuestamente, calmarían el hambre de numerosas familias cuando comiencen a ser vendidos en postas o en forma de croquetas, como explicó el máximo responsable del sector en la Isla.
De acuerdo a la experiencia, cabe la posibilidad de que se trate de una nueva promesa huérfana de cumplimientos.
Otro plan condenado al fracaso y al olvido dentro del sainete revolucionario.
¿Qué pasó con aquella propuesta del comandante Guillermo García Frías de satisfacer el déficit proteico de la población con carne de avestruces, cocodrilos y jutías?
Como la historia demuestra, resultó ser una descabellada teoría, imposible de llevar a la práctica. Una burla a los amplios segmentos de la población que regularmente desayunan un pan duro de 80 gramos y agua con azúcar, almuerzan lo que aparezca y para los que la cena es un eterno juego del azar.
Que un ministro o un personaje de los llamados históricos aparezca en la televisión a soltar disparates a diestra y siniestra pone en perspectiva el tipo de país en el que vivimos.
La mediocridad es un fenómeno enquistado en la clase política nacional, que gobierna a su antojo sin rendir cuentas de los devastadores efectos de sus insensateces.
Mienten con total desparpajo, como si todos fuéramos retrasados mentales o cándidos infantes de primer grado.
Ni las referidas aves decrépitas, y mucho menos las sanas, estarán a disposición del pueblo a precios asequibles y sin racionamiento.
El pollo que se consume Cuba en medio de esta fatídica combinación de coronavirus y agotamiento del ineficiente modelo económico centralizado, viene de las granjas del “enemigo”, el llamado imperialismo yanqui que los medios oficiales se encargan de satanizar a diario.
Para colmo le aumentan el precio, como parte de una política basada en la extorsión que merma, de forma sustancial, el salario de los trabajadores y el irrelevante monto de las jubilaciones.
El absurdo planteamiento de las aves con algún tipo de anomalía, para paliar el hambre que crece a lo largo y ancho de la Isla, hay que tomarlo como una chanza grotesca del poder.
Sigue faltando seriedad y un compromiso real de la junta castrense que gobierna con ponerle fin al interminable ciclo de carencias que afectan a millones de personas.
A esa descarnada broma corresponden aptitudes justamente proporcionales de parte de los eternos afectados: la mayoría de quienes habitamos en los dominios de la única dictadura de origen marxista-leninista del continente americano.
Así que a mofarse de otro personaje cómico que invistieron como ministro y a la espera de nuevos estrenos en el arte del absurdo.
Me gustaría concluir con una pregunta: ¿Es dura o blanda la carne de los pollos decrépitos?