Diario de un gato en Facebook resulta una vía muy refrescante de presentar nuevas ideas: conceptos que, desde una plataforma crítica, sucinta –en forma de viñetas cargadas de metáforas y ocurrencias–, proponen una profunda dosis de modernidad. Continúo desglosando el libro de Armando Añel:
El sufriente dolor de la croqueta
La croqueta es otro símbolo no solo de vida sino también de realidad lúdica. La croqueta puede causar dolor al freírse. Recordemos el vídeo en que un cubano está friendo varias croquetas con un casco puesto para que estas (las croquetas), al calentarse mucho (con un aceite de pésima calidad) y reventar, no le hirieran o se le pegaran y quemaran la piel. La croqueta podría ser así un ingrediente para matar el hambre masivamente, pero también podría convertirse en un arma de destrucción masiva.
La croqueta sería una especie de inconsciente colectivo del cubano cuando toma un carácter fenomenológico convertida en necesidad a todo costo. Pero asimismo se trata de un asunto psicosociológico cuando se torna en obsesión onírica, al aparecer con mucha frecuencia en pesadillas compulsivas, como una especie de horizonte cercano. La croqueta es añorada en la misma imaginación de la vigilia a pesar de ser una croqueta socialista, a pesar de quemar y pegarse al cielo de la boca. La croqueta es como un susto; o peor, como un asombro a la manera de una formadora de deseos; y todo por servir para matar el hambre… y también para “matar al hombre”.
“Chino”, una expresión de cariño
“A Perencejo no lo salva ni el médico chino” es una frase característica de los cubanos. Desde que yo era niño la escuchaba, cuando una persona enferma, por ejemplo, no tenía remedio. Y es que, por cierta genética, tenemos alguna cercanía con los chinos. No solo contamos, históricamente, con una comunidad china en La Habana, sino asimismo existen chinos en cada provincia del país y hasta hay corneta china en los carnavales. De hecho, como ya he dicho, el médico chino nunca nos ha faltado.
Para nosotros, el nombre y el concepto de “chino” constituyen una forma expresiva de cariño. Y cuando a todos los asiáticos les llamamos “chinos” es porque a todos ellos, cualquiera sea, les estimamos bien.
Esta es otra de las maneras con que el libro de Añel reivindica una de las características genético-históricas de los cubanos: el hecho de que los chinos, después de los negros africanos, forman parte de nuestra estructura biológica. Algo así como lo que dijo Pío Baroja y ahora repite Añel: “El mundo es ansi: Un cuento chino que vuelve una y otra vez sobre sí mismo, como el de la buena pipa”.
¡La cucaracha, la cucaracha!
Hay que hacer toda una revisión filosófica de la cucaracha en relación con el cubano. Más que todo decir que las cucarachas (que las hay muy cubanas) se han reproducido con el castrismo en Cuba. Y aquí sí cabe aclarar: cucarachas en el caos del término. Porque en realidad producen un caos cuando entras a la cocina de tu casa y te encuentras el lugar invadido de cucarachas. De todos los tamaños. Las hay gorditas y delgaditas. Voladoras. Gigantescas. Enanas. Cucarachas por doquier. Se reproducen inexplicablemente. Cucarachas confiscadoras y creadoras de miserias (si se paran sobre los alimentos ya los hacen inservibles, y hay que botarlos… Bueno, eso era antes, hace mucho tiempo, antes de 1959. Después de este año —cuando comenzó el diluvio— y ya en el primer período especial, las gentes en la Isla podían ser capaces de comerse los alimentos, la comida que apareciera, y también se comían las cucarachas. A partir de 1959 las cucarachas se pasaron al socialismo. Mucha basura, mucho estiércol, mucha podredumbre. Y ahora ya están inmunizadas, no les entran los insecticidas.
Irreverencia total
De la burla y el choteo cubano se puede reflexionar. Es la inversión del símbolo. Una metáfora del alarde, tan característico del isleñis cubichis. El alarde es querer ser lo que no se es. Algo que aun constituyendo un concepto bordea lo vulgar. El humor ácido de Añel revela que el símbolo patrio ha pasado a ser una insignificante “postalita” de inutilidad. De aquí que este sea un discurso enfocado en el nihilismo de las nuevas generaciones: “El tocororo resulta inservible, irrelevante, insustancial. Muy vistoso, muy simbólico, pero absolutamente improductivo. Así, este animalito constituye una ‘metáfora del alarde’”, dice Añel en su libro (p. 25).
No obstante, quiero significar que la irrespetuosidad no parte del lenguaje que emplea el autor sino de las enormes contradicciones que durante 60 años se han venido fraguando en la psicología y la sociedad cubanas debido a la opresión política, así como a la pérdida de los viejos valores y principios que prevalecían antes de 1959.
El cubano dejó de recorrer los caminos que transitaba en la década del 50; perdió el norte no solo de una convivencia social sino también de una relación vinculada a una cultura familiar, a una moral y cívica que enseñaban cuáles eran los valores del espíritu, lo que valía nuestra tierra no por afanes guerreristas ni falsa igualdad sino por consustancial orgullo de querer ser servicial, amable, caritativo.
Pero lo que sí permaneció fue (y es) lo chabacano de un pensamiento populista que fácilmente derivaba (y aún deriva) hacia lo vulgar; lo improductivo de un pensamiento oportunista que fue creando un sentido de parasitismo y lo supuestamente pragmático que conducía (y todavía hoy conduce) a lo utilitario para ensalzar a un ego dislocado y ridículo.
Toda esta conducta, entre infinidad de otros aspectos, ha hecho que las nuevas generaciones sientan innecesarios los símbolos patrios, la vinculación con un pasado que, según las nuevas directrices “revolucionarias”, había que dejar atrás; incluso, la relación moral con los padres había que cortarla de raíz.
Y estos son algunos de los aspectos críticos que se desprenden del irreverente discurso de Diario de un gato en Facebook.
“Escapando, asere, escapando”
En Cuba siempre —como en cualquier otro pueblo— ha existido un lenguaje otro. Lo que podríamos decir que este lenguaje da lugar a la metáfora popular (o peor: vulgar) de la realidad. “Escapar” significa sobrevivir. Aquí el autor juega con la burla para reconocer la degradación de la “sabiduría popular”.
¿Un denominador étnico para la refundación?
La refundación de Cuba no ocurriría debido al castrismo sino, de hecho, a su realidad histórica. La realidad histórica de Cuba empieza por la genética y continúa con una antropología psicosociológica para terminar —hasta ahora— en una geopolítica que va de lo telúrico a lo imaginativo.
En efecto, una refundación puede dar lugar a un ordenamiento de la diversidad étnica, en busca de confirmar una identidad indefinida: los resultados en los cruzamientos étnicos, por su rapidez, en relación con el proceso de la transculturación, indican que, por lo general, el cubano es híbrido, y como tal su identidad indefinida evoluciona. Lo que quiere decir que cuenta con una progresividad y, por consiguiente, resulta cambiante y dinámica.
Por tanto, la refundación tiene que hacerse sobre la base de que hay una plataforma de evolución constante que siempre va a dar rasgos y características diferentes pero a los que hay que crearles un común denominador étnico, una fundamentación de rasgos comunes con el propósito de que nos represente.
Puedo ilustrar mi interpretación del concepto de “refundación” de Armando Añel con sus propias palabras:
Solo es posible salvar a Cuba refundándola, y dicha refundación debe pasar por una reinterpretación de la realidad y la historia de ese pobre archipiélago (ya se sabe que la Historia como todo producto humano, no es más que interpretación). No ha habido ni puede haber una nacionalidad cubana (…) porque no ha existido una sedimentación u homogeneización cultural propiamente cubana. Cuba siempre fue un espacio cosmopolita de cruce y reinterpretación sociocultural. Mientras no se abandonen el nacionalismo y el patrioterismo que pretenden explicar Cuba como un espacio homogéneo de simbolismos, no se podrá liberar a Cuba. Liberar a Cuba solo sería posible refundándola. Cualquier otra vía continuará la historia interminable del autoritarismo y el canibalismo “cubanos”. Sea con el gobierno que sea. Sea con el sistema que sea. (p. 29).
Un chanchullo mental
Más que una política cultural, se creó la psicosociología cultural de un trauma; un trauma en el que, al contrario de agradecimiento, se dio un complejo de inferioridad por el hecho de suponer que EE.UU. arrebató a los cubanos la victoria de la guerra contra España. Ese complejo tomó fuerza, principalmente, entre los intelectuales, que se encargaron de hacer histórico ese rechazo al gigante del Norte.
Parodia y paradoja de la patria
Hay una tendencia a lo paródico en el discurso narrativo de Añel, basado muchas veces en la paráfrasis. Así, logra reafirmar una sensación mayor de lo lúdico:
Faltaba poquito, tal vez solo 20 o 30 años, para impedir a tiempo, con la consolidación de la noche cubana, que se extendiera por las Antillas el totalitarismo y cayera, “con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América” (p. 32).
Su discurso demuestra cómo, incluso, la patria es un lenguaje que admite no solo la metáfora poética sino además lo paródico, la paráfrasis, el punto culminante de convertirse (la patria) en una paradoja, en una burla de sí misma y del propio pueblo.
En todo el contenido de la patria —como trasunto de este libro— hay una desilusión profunda; un nihilismo aterrador que, desde un principio, se va haciendo resignación, como descubriendo cuál es la verdadera realidad humana. Nada de ideas rosas ni heroicas, ni acaso dignas; son ideas oscuras que sirven para crear el Espejismo, apoyarlo, sustentarlo, a costa de la estupidez humana.
Aquí el espíritu heroico se hace superficial en extremo, ridículo si se quiere. El miedo al régimen supera toda intensión de liberarse. Solo queda el deseo de que la patria, en forma y cuerpo de turba, como una avalancha de zombis, se hunda en el mar:
Soy la escoria —dice Añel—. Soy el lumpen. Cuando a la patria le vendían huevos por la libre, la patria me cayó a huevazos. No fue vasito de leche [Raúl Castro]. No fue el comandante en polvo [Fidel Castro]. Parafraseando la tonada del cantautor Osvaldo Rodríguez, fue “la patria entera embravecida” vibrando contra la fachada de mi casa (p. 37).
Confesión letal
Armando Añel, en todo el libro, ha identificado sus propias ideas con las del crítico. De ahí su carácter antiheroico sin ningún tipo de ataduras: ni políticas ni ideológicas ni éticas ni de temor. No le importa ser señalado por los mismos cubanos ni por el lector que sea. La única ligazón de Añel es con la verdad de lo que ha sentido, ¡y que se derrumbe el mundo a su alrededor!, aun cuando él se quede solo, flotando, en el espacio exterior. Si estuviera equivocado (que no lo está) le seguiría importando un bledo. Su compromiso es consigo mismo, con su conciencia de observador. Es por ello que las ideas del autor no hablan solo de la refundación de Cuba sino asimismo de su plena refundación como ser humano.
Es el cubano —en su magnitud de pueblo en lo económico, político, ético, moral, etc.— aquello que está señalado aquí. No es el sistema ni los gobernantes corruptos y abusivos, son una gran cantidad de cubanos, en su desvalorización antropológica (por el hecho de inducirnos a ella, pero también por aceptación), los que deben y tienen que superar esta deficiencia ética. Para ello tendrá que venir una nueva educación de moral y de civismo, durante unos cuantos años, para de una vez por todas superar la barrera del servilismo.
El útero y la patria
El “útero de la madre” es una realidad incuestionable, sublime; es la posibilidad in crescendo de la creación. Y es que el momento de nacer es el misterio mayor. Porque el nacimiento siempre constituye una misión; se trata de un hecho que, por lo general, tiene un objetivo. Guarda un de dónde venimos, de qué origen somos, por qué venimos, cuál es nuestro papel, nuestra meta, nuestra razón de ser; hacia dónde vamos. Y todo se crea en ese segundo origen que es la madre. Quizás el primero sea el origen divino que el ser humano esconde de sí mismo.
Pero el útero de la madre es nuestro primer rincón del alma; esa casa carnal que nos acoge. El alma que entra en el cuerpo al primer llanto, en el alejamiento de la noche uterina, en la primera sonrisa y en la primera canción de cuna. El útero es donde empieza la patria y termina la verdadera libertad. El cerebro en su confusión organiza sus neuronas y deja que la madre y el padre nos hagan nuestra primera supuesta identidad, formándose —por lo general—la cúpula familiar que nos rodea. Aquí termina entonces el libre albedrío de las noches siderales, más allá de todo ancestro y de la historia escrita por los hombres.
Es el momento naciente de la vida inventada, prefabricada, y la segunda identidad, la nacional, es indefinida, se hace múltiple; o mejor, diversa.
En todo el sentido de esta viñeta, el autor de la novela Erótica (Neo Club Ediciones, 2010) nos descubre el sentido de la patria, cuál es su contenido real, como siempre la hemos conocido, y al mismo tiempo nos dice qué es y dónde se encuentra su verdadero significado:
La “patria” tradicional —en complicidad con la ficción de Estado— no es más que una operación de robo de identidad. Si hubiera una patria, esa sería el útero de tu madre (p. 40).
Si realmente se ha sabido de alguien que llamaba, o llama, “patria” a Miami, es porque, simplemente, la patria viene a resultar relativa. La patria puede constituir un tumulto de conceptos… porque es individual.
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