Se me ocurre desglosar Diario de un gato en Facebook, de Armando Añel, de la siguiente manera:
Del gato en Facebook y el observador
De lo primero que nos advierte el autor es del hecho de escribir, que viene a ser más que un ejercicio, un juego en una especie de antiburla; de que si escribimos (que es pensar con un proyecto definido) hay que hacerlo asimismo con el sentido del divertimento. Y esta es una premisa de Añel.
Lo lúdico, en todas sus manifestaciones, es uno de los atributos más importantes del intelecto humano. Gracias a ello podemos sobrevivir, incluso percatarnos de que este mundo no funciona realmente bien; o para mejor decirlo: es un mundo donde hay cierto caos pero al mismo tiempo una entropía organizada. Por ende, constituye un disparate controlado que nos indica que alguien, algunos o algo, nos manipula(n) (esta, aparentemente, podría constituir una nueva teoría conspirativa, muy válida si la vemos como ingeniosa especulación literaria derivada posiblemente del filme estadounidense The Matrix).
El observador-hacedor, por su parte, es la naturaleza de los que queremos, de alguna manera, mejorar el mundo. Al menos, señalar —y si es posible destruir— las lacras que deben desaparecer. Este observador-hacedor está basado en el ego racional. Este ser racional está consciente de que el planeta resulta un disparate total y, por tanto, no queda otra cosa que jugar, retozar, recrearse, divertirse, esparcirse. Es todo lo contrario al observador-irracional, muchas veces iracundo e irreflexivo y que, por supuesto, no es nada observador aunque sí astuto, hábil y práctico. Además de ser un desmemoriado despiadado que todo lo toma en serio de una manera brutalmente sobria.
“Ojalá que llueva congrí”
Desde este título confirmamos que en el libro podrán abundar las metáforas. Un recurso más para potenciar lo lúdico de un lenguaje que se enriquece mediante el engarce del divertimento y lo tropológico. En este sentido encontramos un humor muy fresco, radiante por ocurrente, en determinados momentos. Aquí, en este libro, claro, se usa lo fantástico como un símbolo juguetón de algo muy simple que nos representa, como la “lluvia” y el “congrí” (arroz blanco con frijoles negros, cocinados al unísono). La lluvia, bastante frecuente por ser el clima tropical de una isla, y el plato de comida mantenido históricamente en la mesa de los cubanos.
Otro elemento más es el empleo de la noticia, mejor diremos, de la buena noticia, por ser una astronauta cubanoamericana, Serena Auñón, quien viaja al espacio sideral llevando arroz blanco con frijoles negros para alimentarse. ¿Sabrá el gato de Facebook si alguna vez aparecerán el arroz y los frijoles —tanto negros como colorados— en Marte o en algún exoplaneta aún perdido en medio de nuestra galaxia? ¿Llegarán a hacer, algún día, pastillas de comida cubana concentrada para los astronautas de la NASA?
Cerebro Republic
El platanito es otra de nuestras características filosóficas. En este caso la filosofía entra por la boca, sube al cerebro y se convierte en psicología y luego —cuando toma un carácter multiplicador— pasa a ser sociología. Nuestro cerebro cae así en lo clasificable como platanito republic.
Producto de la escasez y la miseria durante los 60 años en que el castrismo ha chupado la energía de los cubanos, el platanito también ha sido uno baluarte para la supervivencia. El platanito funciona entonces como un tipo de metáfora realista que no nos lleva a lo fantástico sino a lo oscuro y toscamente real de poder echarnos algo a la boca, incluso como un plato exclusivo en un restaurante madrileño (“huevo frito, puré de tomate y platanito”).
La filosofía está en que esa mezcla de sabor inspirador podría conseguir hacernos soñar con nuestros ancestros hasta llegar al homo sapiens y más allá, hasta al mismísimo Cromagnon. Pero lo más filosofable, digámoslo así, andaría por los predios enjundiosos del debate de si la banana, al juntarse con el huevo frito, el puré de tomate y el arroz, puede ser o no un elemento disociador de la realidad (mentalidad caótica y bipolar) o un elemento cultural que nos asocie con algunos de nuestros antepasados.
La leche condensada y la estrella nacional
La estrella de la bandera se reparte por la libreta en forma de leche condensada. La patria no es otra cosa que un chiste, un chisme, un juego. La patria entra en el sentido lúdico del pensamiento; un pensamiento solo obnubilado por la escasez total, por la miseria repartida equitativamente. La patria socialista es así la manera nostálgica de vivir esta vida; es decir, vivir muriendo.
¡Cuántos años repartiendo una cuota patriótica! Más de cincuenta y cinco de hambre nacional; cuota irreversible de reducción progresiva. Pero la leche condensada se asienta en la imaginación como un sueño, una quimera que no aparece sino en el recuerdo y que por asociación láctea nos lleva a la visión celestial de una vaca pastando entre nubes; un animal que se constituyó en ofrenda divina, milagrosa, por inexistente o peor, por desaparecida; pero también peligrosa por haberse convertido en el oro vacuno de la necesidad nacional, la necesidad más deseada. Ese bistec ansiado, anhelado, imaginado de las mil formas posibles que tuvo en sus tiempos de transformarse en bayeta de trapear, “tela de lana, floja y poco tupida”, “paño que sirve para limpiar superficies frotándolas”, pero que en la realidad de la Isla se aviva en la imaginación para tomar la forma de un trozo de carne, al modo de un lomo o de una insólita palomilla. Pero vaca peligrosa también porque —si aparece— puede costar un internamiento de cinco años en un tanque enrejado para deformación humana.
No obstante, amamos, con todas nuestras fuerzas, esa estrella solitaria en fondo rojo que por asociación asimismo nos lleva al hecho histórico de la bandera original, ese deseo inmenso pero muy callado de muchos historiadores de dónde y cómo fue imaginada esta insignia y para qué fue creada (entonces pensamos en el venezolano Narciso López y en el matrimonio cubano de los Teurbe Tolón)… Pero de repente se nos cruza la bandera con el bistec de bayeta, el triángulo rojo, las dos franjas blancas y las tres azules, con la vaca entre las nubes; y todo el conjunto se borra enseguida y vuelve a surgir la lata de leche condensada en el fragor de la cola, en el revuelo ante la puerta de la carnicería, porque una persona ha gritado: “¡Hagan la cola, carajo, que si no cierro y no cogen el pollo de población!”.
Es este sentido irónico de un discurso crítico que provoca la asociación, la pulsión automática de las ideas, con el que el autor nos propone su atractivo nihilismo, su manera de hacernos ver cuál y cómo es el juego de la vida, incluso el juego de la patria y de la nación. En el Diario de un gato en Facebook se dinamitan las nociones de lo sagrado porque, en realidad, durante los sesenta años de dictadura todo lo institucional y la civilidad y el orden republicano han implosionado, creando su propio agujero negro (el castrismo) que durante días, meses y años ha succionado los fragmentos de la moral, de la ética, de la libertad, de los valores humanos y, en fin, del espíritu y de cualquier aspiración a la realidad democrática de Occidente.
En verdad, hoy en día, la ética en Cuba constituye un vacío por el desconocimiento de su propio significado. No solo no se conoce cuál es el sentido de la libertad sino además su sabor, su visión, cómo tocar la libertad cuando se acciona una proclama, una protesta; cuál es el derecho que nos asiste a decir las palabras exactas, justas en nuestro derecho a disentir.
En cada viñeta crítica de este libro gatuno late la posibilidad (al menos el deseo hondo) de transformar el mundo… y no solo la Isla sino el mundo y no solo el mundo y la Isla, sino al ser humano.