Desde que tomara el poder en 2018, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha ido encaminando su gobierno hacia el territorio de la intolerancia con quienes no piensen como él —aunque, oh, paradoja, no estoy muy seguro de que él esté capacitado para pensar.
López, adorador de las dictaduras de izquierda y por consiguiente de los representantes de estas —cautivado, además, por Donald Trump—, ha dado muestras en estos cuatro años de la intransigencia, el despotismo, la puerilidad y el narcisismo que, entre otras “virtudes”, caracterizan a los comunistas de barricada latinoamericanos.
Poco a poco, López ha ido situando en puntos claves de su administración a sus prosélitos —ya sabemos que gente vil o al menos errátil no escasea—, a la par que, en sus soporíferas ruedas de prensa mañaneras ha detractado, aun con furia, a sus oponentes, a quienes invariablemente llama “conservadores” —si bien, se infiere de sus alocuciones, no tiene la menor idea del significado del término “conservador”—. Asimismo, ha puesto todo su empeño en desmantelar ciertas instancias de corte democrático a la vez que ataca mediante adjetivos de matón de barrio, de chusma cinta negra, a los medios de prensa que han criticado su gestión.
En la actualidad, el presidente de México lleva a cabo una clara maniobra para modificar o eliminar el Instituto Nacional Electoral (INE), con el propósito de ubicar en este, como ya ocurrió con Notimex o la Comisión Nacional de Derechos Humanos, a personal bajo su mando.
Desde su fundación, en 1990, con el nombre de IFE (Instituto Federal Electoral) —lo cual significó un notable avance para la democratización del país—, no existen pruebas de que el INE haya practicado el favoritismo, la inequidad en alguna de las elecciones políticas, bien locales o estatales o federales.
El próximo domingo 13 de noviembre, miles de mexicanos participarán en la Marcha por la Democracia para así demostrar que están a favor de la permanencia del INE, del libre pensamiento, la igualdad, la inclusión y en contra de la aberración dictatorial.