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En la muerte de Rogelio Fabio Hurtado

El escritor independiente Rogelio Fabio Hurtado

 

De sus 71 años, casi 50 los dedicó Rogelio Fabio Hurtado al oficio poético y unos pocos menos al periodismo. Este miércoles falleció en La Habana a consecuencia de complicaciones pulmonares.

Fue editor de la revista católica Espacios hasta que en enero de 2005, tras ocho años de existencia, fue cerrada por decisión personal del Cardenal Jaime Ortega y cesó de colaborar en las publicaciones de la Arquidiócesis.

Artículos de Rogelio Fabio Hurtado han aparecido en las revistas Unión, Gaceta de la UNEAC, Linden Lane, Palabra Nueva, Vitral, Encuentro, Consenso, Catálogo de Letras y en Diario de Cuba. Fue miembro del consejo de redacción de Primavera Digital. La revista Puente de Letras le dedicará su Dossier de este número de verano.

El escritor y periodista independiente Rogelio Fabio Hurtado

Estos versos suyos de 1996 caracterizan su postura ética: “El poeta/ como el personaje de una fábula Zen/ colgado de cabeza en el abismo/ saboreando una cereza/ desconcierta a los tigres”.

La siguiente entrevista se la hice en el año 2007:

P: Rogelio Fabio Hurtado pudo ser pelotero, militar, ajedrecista. ¿Cuál es la historia de tu vocación poética?

RFH: Cronológicamente, en el principio fueron las controversias radiales de puntos guajiros, que mi familia materna, de origen isleño, escuchaba con fervor. Después, las poesías de los libros escolares, Dulce María Borrero, Pedro Santacilia, de quien incluso recité su poema dedicado a Ignacio Agramonte en un programa infantil de televisión.. Por supuesto, los versos sencillos de Martí, de imperecedera memoria y, gracias al esfuerzo de excelentes profesores como la Dra. Asteria Caso, en el Varona y el Dr. Llanes en el Instituto de la Víbora, disfruté de Heredia y de Antonio Machado. Ya después de los 15 años, por mi propia cuenta, Gustavo Adolfo Bécquer, un poco de Darío y Nervo, y un libro casi perfectamente olvidado del poeta cubano Rafael Alcides dedicado a celebrar su pasión por una gitana. Esto, ya habiendo dejado detrás la vocación beisbolera y tratando de ser militar. Entonces di con el peruano César Vallejo y su humanísima tristeza.

P: ¿Cuándo comenzaste a escribir poesía?

RFH: Comencé a proponerme la posibilidad de ser escritor, no poeta, pues me sentía del todo incapaz de rimar y de medir versos. Muy pronto, el popular semanario Lunes de Revolución me enseñó que la poesía podía también escribirse sin estos requisitos formales. En esa década del 60, el oficio de escritor recibió mucho reconocimiento social, unido al hecho de que era una actividad a la que podía uno dedicarse por la libre, sin necesidad siquiera de estudiar ni de ser autorizado. Entonces, cancelada ya la intentona militar, me consagré por entero a leer y a escribir. Encontré amigos con el mismo interés, Carlos Luís Morales del Castillo Toirac, Israel Horta, Ismael Lorenzo, Ciro Bianchi Ross, Bernardo Trujillo, Pablo Pozo. No cesábamos de descubrir escritores: desde Knut Hamsen hasta Paul Eluard. La Habana de entonces contaba con varias bibliotecas circulantes muy bien abastecidas: la Nacional, la del Ministerio de Haciendas, la José Antonio Echevarría de la Casa de las Américas, donde leíamos la inspiradora revista El Corno Emplumado, que publicaban en México Margaret Randall y Sergio Mondragón. En su sección de correspondencia vi por primera vez impresas mis palabras y mi nombre.

También hubo amigas, María Amelia Olivera, Zita Mugía Santí, Irene López Kuchilán, Mariela Fajardo y Lourdes Martínez, con quien me casé, cuyo padre, Alberto Martínez Herrera, era escritor y gran amigo del poeta Heberto Padilla, a quien conocí precisamente en los días de 1968, cuando su libro Fuera del juego era el centro de la polémica cultural del país. Alberto le hizo llegar algunos de mis versos, Padilla los juzgó favorablemente y eso me hizo desistir temporalmente de la prosa. Armé un cuaderno titulado Pasajero Viviente y lo presenté en el concurso David de 1969, cuyo Jurado estuvo integrado por Nicolás Guillén, Luís Marré y Raúl Luís. Resultó premiado Raúl Rivero con Papel de hombre, pero se confeccionó con el resto de los cuadernos una antología, y tuvieron a bien incluir uno de mis breves poemas, donde le rendí homenaje a Casal y a Lezama. Esto ocurrió en 1969 y, desgraciadamente, fue durante muchos años, el único de mis textos publicado en Cuba. Ni siquiera cuando la nueva generación celebró el centenario de Casal mereció reedición aquel poemita. Pero entonces, celebré aquella publicación como el principio de todo.

En el número de la Gaceta de Cuba que debió salir en abril de 1971 y que fue pulperizado a tenor con los acuerdos del mal llamado Congreso de Educación y Cultura, aparecían dos poemas también breves, que aún continúan inéditos. A partir de esa fecha, renuncié por mí mismo a participar en concursos oficiales, pues estaba en total desacuerdo con aquella política cultural que silenciaba a los escritores de más talento y favorecía a personas de segunda o tercera categoría. Pero nunca dejé de escribir ni de participar en tertulias informales y libres con gentes tan libres y maravillosas como Emilio López Alonso el Dingo, Eddy Campa, Benjamín Ferrera, José Soroa, Esteban Luís Cárdenas, Nicolás Lara, Benigno Dou, Julio García Pirosmani, Flavio Garciandía, Arturo Cuenca, Eugenio Blanco Ludovico, Jessie Ríos, Jorge Domingo, Ramón Díaz-Marzo y Alejandro Lorenzo, tanto en el parque de la Funeraria Rivero como en el Té del Capri o en la azotea sobre el Parque Manila, donde vivía el gran amigo escritor Juan Miguel Espino García con su novia Angela Adams Williams. Así, poco más o menos, he vivido hasta hoy, intentando siempre escribir el poema.

P: ¿Sigue siendo coloquialista tu poesía?

RFH: Siempre he preferido el término conversacional, pues coloquialista me sugiere el tono intimista, más limitado en su alcance temático. Creo que mis textos han ido ganando en extensión y tornándose más narrativos, incluso teatrales; por ejemplo, casi todos mis poemas aún inéditos se acercan o sobrepasan las diez cuartillas, y eso creo que rebasa las lindes del coloquialismo. En todo caso, siempre es más objetivo el criterio del crítico.

P: ¿Eres consciente del peso de la nostalgia en sus versos?

RFH: Creo que sí. Esta característica me ha sido ya ocasionalmente cuestionada, puesto que me aleja del presente, de la inmediatez, pero no puedo evitarla. Si lo intento, entonces no me resulta. Mi poesía será nostálgica o no será.

P: ¿Te consideras un producto de la década de los 60?

RFH: Por supuesto que sí, además estoy orgulloso de haber cumplido 20 años casi al centro de aquella década, prodigiosa no sólo por su música, sino sobre todo por su espíritu creativo e inconforme. Aún no se ha repetido ninguna parecida desde entonces. Hubo una ola de cambios que revolucionaron todas las actividades humanas. En política, en el deporte, en el arte y la literatura, en la religión. La renovación se hizo sentir dondequiera y la juventud luchó por el poder en todos los campos, con furor y fervor. Para nuestra literatura, es la década en la que se publican El Siglo de las Luces, Paradiso, Tres tristes tigres, Fuera del juego y El mundo alucinante, obras fundamentales todas.

P: A inicios de los 70, el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal incluyó poemas tuyos en su libro “En Cuba” y en una antología de poetas cubanos. ¿Cómo valoras hoy ese gesto y la figura del poeta, sacerdote, ex guerrillero y ex ministro sandinista?

RFH: Haber podido conocer en La Habana al maestro Ernesto Cardenal en el verano de 1970 es, junto a la amistad con Alberto Martínez y Heberto Padilla, uno de los hechos que confirmaron mi vocación poética. Cardenal era una persona que impresionaba por su sencillez en el trato. A los pocos minutos de conocerlo, te daba la impresión de que eras tú quien le estaba haciendo el honor de comunicarte con él, una persona muy cordial y muy inteligente, atentísimo a cuanto uno le decía, sin pizca de vanidad ni de autosuficiencia, defectos ambos tan recurrentes entre nosotros, tanto entre escritores como entre monseñores. Lo conocí durante la visita que los miembros del Jurado del Premio Casa de las Américas de 1970 realizaron al Puerto Pesquero de La Habana, donde me desempeñaba como profesor de Español en la filial de la Facultad Obrera. Luego conversamos en dos ocasiones en el lobby del Hotel Nacional. Cuando apareció su libro Ernesto Cardenal en Cuba, que incluye parte de sus conversaciones conmigo y dos de mis mejores poemas de entonces, hubo un cierto desasosiego en muchas de las personas que conversaron con él, pero, por lo que a mí respecta, no puso nada que yo no le hubiese dicho. Al momento de despedirnos, me dijo que le solicitaría a Retamar que publicase aquellos poemas basados en mis vivencias como soldado en la Revista Casa. Cuando le expresé mi escepticismo al respecto, diciéndole que no serían del agrado del MINFAR, me preguntó qué tenía que ver el MINFAR con la poesía y le contesté que, en Cuba, sí tenía que ver. El tiempo me dio desgraciadamente la razón. No sólo Retamar jamás publicó mis textos sino que el propio libro, pese a estar dedicado a Fidel y al pueblo de Cuba, no ha sido ni siquiera reseñado jamás en la prensa cultural oficial. Años más tarde, su Antología de poesía cubana revolucionaria publicada en Ciudad México en 1976, donde también fui incluido, mereció similar ostracismo.

Volví a encontrarme con el poeta alrededor de 1978, involucrado ya en la lucha contra Somoza. Durante sus años como ministro nunca pude acceder a él y sólo a fines de los 90 volví a verlo, cuando ofreció una lectura en la Feria del Libro en la Fortaleza de La Cabaña y me obsequió con el primer tomo de sus Memorias, titulado Una vida perdida. Mi admiración y mi respeto por él, como un maestro poético y espiritual, empequeñecen cualquier diferencia respecto a sus criterios políticos.

P: ¿Eres partidario de alguna ética poética?

RFH: Como vástago de la década del 60, soy fiel a los postulados éticos del compromiso, siempre que este compromiso sea con ideales, por utópicos que parezcan, y no con personas o políticas. Creo que el escritor está destinado a pensar y, sobre todo, a decir lo que el resto decide callar. Rechazo tanto el oportunismo de izquierda como el de derecha. Un amigo hace muchos años gustaba de vincularme con Unamuno, aplicándome uno de los títulos del gran vasco: Contra esto y aquello. Como he escrito en uno de los poemas de mi primer libro, publicado por el amigo poeta, escritor y editor, Carlos Díaz Barrios, El poeta entre dos tigres (Colección La Torre de Papel, Coral Gables,1996) me encanta parecer blanco entre los rojos y rojo entre los blancos. La desventaja de permanecer inédito tantos años acaso me ha consentido, como compensación, el relativo lujo de permanecer independiente a los dictados de los pensamientos políticamente correctos que nos circundan y acechan. Me siento muy afín a la religiosidad, específicamente católica, pero no excluyo la sentencia de William Blake: Todo poeta pertenece, aunque lo ignore, al partido del Diablo.

P: ¿Qué queda hoy en el poeta contestatario Rogelio Fabio Hurtado de aquel joven militar acampado en la orilla izquierda del río Canímar allá por 1964?

RFH: Cuando al levantarme me miro al superficial espejo, te diría que permanece, cambiante y vivo, soy a la vez otro y el mismo. Mi escritura sigue nutriéndose de aquellas vivencias, cuyo sentido exacto no alcanza su definición mejor hasta la misma muerte cerebral, que ojalá tarde. El pasado se ilumina con la lucidez del presente, que se ahonda con el trasfondo del pasado. No reniego de ninguna etapa, si bien deploro algunos pecados sobre todo de omisión. Muy en especial, le agradezco a mi experiencia militar haber escrito textos que siguen resistiendo la prueba de la lectura en alta voz, casi a 40 años de haber sido creados. Para concluir con otra de mis citas favoritas, esta de Octavio Paz: “Si hemos perdido todas las batallas, hemos ganado dos o tres poemas.

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