Toda forma de comunismo o colectivismo es una institucionalización de la envidia, ideologizada como política de Estado. Se trata de bajas pasiones humanas, envidia, orgullo y vanidad, expresadas como ideología y estructuradas como sistema social.
El comunismo primitivo fue una imposición autoritaria del medioambiente al ser humano. En especial mandaban los gérmenes, que cuando se hacían masivos en una tribu, la diezmaban con una epidemia. Hoy la ciencia y la tecnología nos han permitido evitar esas altas mortandades iniciales. Sin embargo, comunismos intelectualizados (marxismo, maoismo, guevarismo, mariateguismo, etc) plantean desde su tribuna eliminar una parte significativa de la población, casi como hacían las epidemias. Cuando se declaran deudos de la “Razón”, en los hechos solo son una mala puesta en escena de la “Pasión”.
El ser humano que solo es capaz de trabajar y producir con sus manos y apenas vislumbra lo que sucederá el mes que viene, siente una gran admiración por el individuo que puede trabajar con la cabeza y proyectarse 3, 6, 10 jugadas por delante. Pero es un sentimiento ambivalente, de amor-odio. A la vez lo envidia y lo cela, con frecuencia le pone traspiés, con frecuencia lo elimina. Porque sabe que en justa competencia el otro lo aventajaría siempre. Dice Marx que la humanidad es una eterna lucha de clases. En realidad, ha sido un constante aplastamiento del talento y del genio por la masa inercial.
Cuando luego de la Ilustración (s XVIII) comenzaron a acumularse grandes cantidades de conocimientos en las mentes de algunos seres humanos, se destacó que algunos tenían una fuerte ventaja competitiva y, cuando se unían en team work, eran muy creativos. Toda nuestra emergencia civilizatoria se la debemos a las pocas veces que los más inteligentes han logrado reunirse, cooperar y no ser arrasados por la mediocridad de las masas.
El fenómeno de la emergencia de Inglaterra como superpotencia en el siglo XVIII, se debió a un “contrato social” en que se permitía y facilitaba formar pequeñas elites creativas; el mejor ejemplo. el de los Lunáticos de Birmingham. Allí se reunieron nada menos que Mattew Bolton y James Watt, desarrolladores de la primera máquina de vapor, y los abuelos materno (Josiah Wedwood) y paterno de Darwin (Erasmus Darwin). Con seguridad, allí la máquina de vapor de Watt recibió un empujón. Y este fue el corazón de la industrialización.
Las humanidades en general son afirmaciones no demostradas de personas hábiles con la palabra y la comunicación. Al ser humanísticas, son intuitivas y subjetivas, no experimentales y científicas. Son puro aserto y teatro, algunos miligramos de ciencia. En especial las llamadas Ciencias Políticas y la Sociología no son ciencias, pero al vestirse con la toga y el birrete, quieren ser científicas a como dé lugar. Con tal de hacerse un espacio en el teatro social, mienten descaradamente. Ello pasa en menor proporción con otras ramas como la Psicología y la Economía, que pueden tener sectores en que se apliquen estrictamente métodos científicos, estadísticas y fórmulas.
La crisis mayor del saber humano radica hoy en las muy mal llamadas Ciencia Políticas, donde los “profesores” son políticos que alguna vez ejercieron el poder. Entonces mintieron, robaron, incumplieron mil promesas. Luego, les hicieron profesores. ¿Qué es lo que vienen a enseñar estos “profes”? ¿Fraude I Y II? ¿Desfalco I, II, III? ¿Palabrería I y II?
La Academia ha traicionado a Occidente. Entre otras cosas, porque en Humanidades acepta concepciones de dudosa certitud pero que desmontan el cuerpo social que duramente hemos ido creando en el Proceso Civilizatorio. Entre estas el marxismo, el buenismo, el igualitarismo. Pero, además, el academicismo minimiza o silencia planteamientos alternativos, con su tendencia a lo pomposo y a crear exclusividad en el acceso a los micrófonos.
El ser humano se diferencia de su histórica animalidad cuando cuida del caído, del enfermo, del infante. Los animales no aman, se guían por patrones de comportamiento instintivo e instantáneo. Pero tampoco odian. El amor y el odio son comportamientos humanos. Saber regularlos es parte de nuestro autocontrol, de nuestro Gólgota. He ahí una de nuestras grandes contradicciones. A veces, pretendiendo ser ángeles, somos solo bestias odiadoras.
Ser bueno indiscriminadamente, es ser malo en los hechos. La bondad es algo que nos eleva y diferencia de lo zoológico. Pero tiene que ser una bondad selectiva, discriminadora entre el bueno y el malo. Si fuera no selectiva, pudiera implicar subir en el arca de Noe algún que otro Tyranosaurus rex y tigre de dientes de sable. En los hechos es peor aún, abordarían nuestra embarcación “humanista” tantos monstruos antediluvianos que a la postre la desestabilizarían y hundirían. Estos “buenistas” indiscriminados, lo que van a lograr es una vuelta en campana de la nave humanidad.
El humanismo no puede navegar por los mares de este mundo sin una buena proporción de bondad, de perdonarnos en nuestros aprendizajes individuales y colectivos, nuestros deslices, nuestras confusiones y algunas pequeñas maldades, pero no se puede aceptar a aquellos que son esencialmente malignos. Claramente no caben en nuestra arca los deshumanizados Gengis Khan, Tamerlan, Hitler, Lenin, Stalin, Pol Pot… No debemos dudar en bajar de nuestros mitos a los que pueden haber causado mucho mal, disfrazados de bienhechores o de guías. Y aquí es cuando viene la larga discusión, porque son muchos miméticos, los maquiavélicos, los que han causado determinado bien más a la vez un inmedible dolor.
Hay algo que ya sabemos con certeza. Todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Nuestra naturaleza humana es imperfecta. Tenemos que crear métodos que rígidamente impidan la perpetuación en el poder de todos. Lo más sano, en nuestros imperfectos contratos sociales, es la alternabilidad. ¡Abajo el que suba!