Cuando leemos la poesía de Eliseo Diego y la comparamos con la de José Lezama Lima, podemos corroborar que la cosmovisión poética del Grupo Orígenes no interfería con el estilo escritural de sus miembros. Lezama no fue ese Papa negro al estilo de un Breton con los poetas surrealistas, tal como lo padecieron Paul Eluard y Louis Aragon al abandonar las filas del Movimiento Surrealista. Es decir, en Orígenes no se ejerció esa tiranía estética, pues era más importante el contenido que la forma, su cosmovisión, sobre todo de lo insular, por encima del lenguaje hermético o el sencillo.
Por eso sí podía resultar incómodo un poema como La isla en peso, de Virgilio Piñera, que desnudaba a Cuba despojándola de los oropeles idílicos de Orígenes.
Cuando leemos hoy la poesía de Eliseo Diego, podemos refrendar que es una poética atemporal, sin pretensiones vanguardistas en tiempos de apogeo vanguardista ni mucho menos experimental (vicio de estos tiempos de altaneras retaguardias, en el que el dadaísmo puede resultar tan trasnochado como el romanticismo). La de Eliseo Diego es solo una poética que puede leerse y disfrutarse en cualquier tiempo, libre del ya manido, y nada innovador, lenguaje experimental, pues solamente le asistió la posesión de una voz, la propia.