Desde nuestras propias reglas lidiamos cada día, entre el disenso y el consenso, con las reglas del juego que establece este mundo alucinante, donde lo inconcebible forma parte de la ecuación cotidiana y nuestras vidas transcurren entre polaridades que sustentan la normalidad y, al mismo tiempo, la retan. De modo que sin opresión no ansiaríamos la libertad, sin tristeza no valoraríamos la felicidad y así sucesivamente.
Si somos la explosión milagrosa de la vida en medio de la soledad gigantesca del cosmos, o nos aplicara cualquier teoría alternativa sobre la creación del mundo, aún no lo sabemos a cabalidad. De ahí la profusión de hipótesis.
La longitud de onda de lo trascendental, en términos cósmicos, deja expuesta, en toda su fragilidad, la brevedad de nuestras vidas, por demás llenas de nimiedades. Pero los seres humanos, como entusiastas practicantes de odiseas heroicas, como cultores de la ensoñación creativa, seguimos empeñados en encontrar la inmortalidad. Y es que el eco milenario de nuestra divinidad nos la recuerda.
No obstante, creo que para aterrizar nuestros deseos de trascendencia, cuyo veredicto final es otorgado solo por el tiempo lineal, en todo caso deberíamos hallar nuestra versión más prístina. La llamarán rara, y esta pasará, inicialmente, por la desaprobación ajena; incluso no pocas veces la condena social será de por vida, al menos, la que nos toque transitar. Sin embargo, es el único recurso en nuestras manos para burlar el carácter pasajero de la existencia.
Los humanos, como seres de costumbres, somos repetidores por excelencia. O tropezones por deficiencia, que no es lo mismo pero se le parece. Cada generación mimetiza a la anterior para después, en gran medida, renegarla y superarla. Pues la sabiduría no se obtiene por herencia, sino por experiencia. Así que se trata de ser nuestra versión más original o morir en el intento. De todas maneras, la muerte resulta consustancial a la vida, es decir, es el camuflaje más sutil que esta utiliza. Conquistamos nuestra originalidad como la gran oportunidad de dar el jaque mate.