El uruguayo Felisberto Hernández es un escritor tan genial como desafortunadamente poco leído entre nosotros. No sólo alinea entre los grandes cuentistas latinoamericanos, sino que tal vez sea el único entre ellos que no se parece a ningún otro. La breve narración que sigue pertenece a su libro Nadie encendía las lámparas, de 1947.
El silencio
El teatro donde yo daba los conciertos también tenía poca gente y yo había invadido el silencio: yo lo veía agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al silencio le gustaba escuchar música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música; pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones.