El peso de la palabra

Los escritores Félix Luis Viera y José M. Fernández Pequeño en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras

Cuando uno lee un libro como El pesador de palabras, escrito por el cubano José M. Fernández Pequeño, se lamenta de que los escritores cubanos exiliados —censurados en la tierra que los viera nacer— hayan perdido lo que suelo llamar la “patria editorial”; es decir, que hayan perdido el vínculo con los lectores residentes en la Isla.

En mi humilde opinión, El pesador de palabras es un excelente tomo de cuentos.

La mayoría de las piezas que lo forman tienen su conexión en el cerebro más que en el corazón. O sea, sobresale en ellos el “intelecto”, si bien abundan también las sentencias poéticas y filosóficas y un poderoso lirismo en uno y otro cuento, aun en aquellos textos cuya primera intención es el absurdo: “…con el tiempo y las salidas, pude precisar que aquel grosor hecho de luces, olores, sonidos y frotamientos era como una membrana que brotaba del interior de las cosas y las personas mismas”.

Hablo de un libro que te convoca a seguir leyendo en todo momento y uno de sus presupuestos básicos es que el escritor, por más que huya de las palabras, resulta alcanzado por estas, incluso cuando no las tiene.

Veamos brevemente las piezas por separado:

“Devoraciones” es un aviso del buen oficio de escribir textos cortos, cuentos breves.

“Dicho con otras palabras” posee un excelente cruce de planos temporales y de exposiciones de los personajes. El personaje Cristóbal, por momentos, se acerca al impresionismo que no pocos autores han tomado para narrar desde la perspectiva de un niño, un adolescente o un “limitado”. Al igual que una ensenada que forma parte del paisaje descrito en el cuento, las palabras se convierten en personajes.

“Culpas del tiempo” constituye un excelente cuento breve. La línea final es un martillazo que todo lo “aclara”.

En “Ciertas regularidades del verbo ir(se)” domina lo cotidiano; el tedio y la ironía resultan un recurso muy logrado. Es otro texto que tiene su fuente en el razonamiento y en el cual la frivolidad está muy bien “denunciada”.

“El arma mortal” —que, como otros, se desarrolla en Miami— ofrece un poco la radiografía de eso que llaman un “perdedor”. Ahí está de nuevo la rutina y yo siento la frialdad de un entorno plástico, la obsesión del personaje, la ironía; lo salpica el humor.

“Un cuento como ese” regresa a la burla, a la manipulación de la realidad. Aquí lo onírico denuncia lo pueril del entorno a través de una prosa muy elegante.

“Roma al revés” es alarde de sabiduría, de capacidad para filosofar. En particular los textos pertenecientes al 31 de diciembre y el 2 de enero constituyen alegorías muy fuertes: “Es una verdad que, por obvia, no necesitaría ser dicha: Nada como el pincel para probar que la envergadura de la herramienta no influye en la calidad del trabajo. Lo suyo son los filos sutiles, los pequeños contactos, la precisión en el movimiento sobre la superficie. El pincel llega el último, y donde otros apelaron a fuerza y posesión, él deja un toque de sensibilidad, agrega una melancólica vueltilla y fascina con su magia. Luego, orgulloso, se va entre halagos y ruegos, sabedor de que la obra está hecha y será para siempre.”

“Bonsái” por momentos se me “cae”, creo que se alarga demasiado. El tono de la segunda persona no lo favorece porque, como suele ocurrir con este recurso, por instantes suena a informe más que a relato y, asimismo, veo cierto didactismo. Todo esto sin olvidar que Hiram y Olivia resultan inolvidables personajes.

“El caminante” ofrece geniales descripciones, sobre todo para un texto breve que toma su brillo del absurdo y la intensidad narrativa.

“Agradecido” se gana al final y es un notable ejemplo del uso de la primera persona. Muy bueno.

“Fantasmas” es una concreción muy coloquial con perfectos cambios de punto de vista y donde campean lo simbólico, ¡las descripciones!, y las frases poéticas.

“La hora del café” me llega como una especie de divertimento para celebrar a tres buenos amigos y tres buenos intelectuales, pero divertimento y todo, no cualquier lector lo comprende. Me parece que no “juega” dentro de un libro como este.

“Contrapesos” es lo que podríamos llamar la cereza del pastel y aquí aparecen de nuevo el reconocimiento a amigos y colegas, y el personaje escritor. Leo, el protagonista, resulta excelente y su armazón encuentra un gran aliado en un lenguaje coloquial muy bien llevado hasta el final del texto. Igual, el especialista en palabras es un personaje muy fuerte, muy bien hecho, sin dudas excelente, sobre todo en escenas espléndidas, como la del mosquito y el churre, que dice mucho mientras parece referirse a otra cosa.

Estamos ante un largo texto que expresa muy bien el hastío y el ingenio, con un narrador muy efectivo y el manejo de símbolos como el de los cocodrilos, que me pareció fenomenal. Creo que aquí la novela de nuevo enseña las orejas y nos hace un guiño.

Recomiendo la lectura de este libro, que avisa de la buena salud de la literatura cubana de “dentro” y de “fuera”.


 

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Félix Luis Viera
(El Condado, Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945), poeta, cuentista y novelista, es autor de una copiosa obra en los tres géneros. En su país natal recibió el Premio David de Poesía, en 1976, por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; el Nacional de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, distinción que ya había recibido, en 1983, por su libro de cuentos En el nombre del hijo. En 2019 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, auspiciado por varias instituciones culturales cubanas en el exilio y el premio Pluma de Oro de Publicaciones Entre Líneas. Su libro de cuentos Las llamas en el cielo retoma la narrativa fantástica en su país; sus novelas Con tu vestido blanco y El corazón del rey abordan la marginalidad; la primera en la época prerrevolucionaria, la segunda en los inicios de la instauración del comunismo en Cuba. Su novela Un ciervo herido —con varias ediciones— tiene como tema central la vida en un campamento de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado que existieron en Cuba, de 1965 a 1968, adonde fueron enviados religiosos de diversas filiaciones, lumpen, homosexuales y otros. En 2010 publicó el poemario La patria es una naranja, escrito durante su exilio en México —donde vivió durante 20 años, de 1995 a 2015— y que ha sido objeto de varias reediciones y de una crítica favorable. Una antología de su poesía apareció en 2019 con el título Sin ton ni son. Es ciudadano mexicano por naturalización. En la actualidad reside en Miami.