El jurado del Premio Narrativa Editorial Hypermedia 2020 acordó que la obra merecedora de tal distinción fuera El hombre con la sombra de humo, de José Hugo Fernández (JHF en lo sucesivo). En el editorial de Hypermedia Magazine del 26 de junio de ese año, lo argumentan de este modo:
José Hugo Fernández (…) Por el camino de la imaginación con tintes fantasmagóricos, de las citas literarias entrecruzadas, del misterio y el fetiche cultural, (…) impone su autoridad desde las primeras páginas. La escritura, de un ritmo y un tono sumamente eficaces, sigue un rastro de sangre y deja al final un saldo curioso de preguntas. ¿Vampiros en La Habana? ¿En Miami? ¿Agentes de la CIA? ¿Espectros? ¿Una secta secreta? ¿Locos y carceleros? ¿La verdad tiene la estructura de la fantasía? ¿Quiénes son los “enemigos del pueblo”?
Lo que está bien. Con eso puede que sea suficiente para entender el “acuerdo” y quizá, sí, para sentirme motivado a leer la nouvelle (cít). Pero una vez leída la obra —una vez disfrutada casi de un tirón— se comprende que lo citado, quizá por los apremios del espacio, resulta una simplificación extrema.
Sin duda El hombre con… , como sugiere lo apuntado por Hypermedia Magazine, es una historia apasionante. Contiene esos ingredientes que tanto atraen a los lectores del género “negro”: el cadáver o toda una sucesión de ellos, las pesquisas policíacas, el “ritmo”, el “tono” y el suspense. Y, al final, en efecto, quedan flotando esos interrogantes. Pero —es lo que resalto—, no es todo. Como ocurre con todos los buenos libros, éste irradia o sugiere significados que traspasan con mucho la literalidad del texto.
Antes de continuar, releo la nota editorial y creo importante subrayar además esta frase: “ las citas literarias entrecruzadas”. Evidentemente JHF bromea con ello. Bromea de un modo serio. Casi que abruma al lector con las citas, pero como el buen maestro que es, no lo hace de modo gratuito. JHF simplemente nos está presentando a su personaje. Es éste quien recuerda sus lecturas y las aplica a lo que vive. Y lo hace con una precisión asombrosa. Simplemente “deja caer” la cita en el sitio inevitable y, de ese modo, nos dice (JHF, ahora sí): así es el personaje: alguien que lee; alguien que tiene una memoria “fotográfica”; alguien que quiere saber. Alguien, en fin, que encaja en el perfil del “investigador” outsider, una condición que comparte con su “amigo de la calle Flager”. Ambos diferentes por completo del investigador “oficial” (Rubio) de la segunda parte.
También antes de continuar, y por último, importa mencionar cómo, con qué maestría, el autor “impone su autoridad desde las primeras páginas”. Lo hace como suelen hacerlo todos los grandes escritores: primero que todo, trata el idioma con respeto y conocimiento (lo que en cierto modo es lo mismo). Y no me refiero únicamente al asunto gramatical o al cómo, sino además a la cuestión del argumento o al qué. Y en éste, aparte de la absorbente historia que bastaría por sí sola para lograr ese magnetismo, nos encontramos con reflexiones cuyos destellos nos sobrecogen por su carga poética y filosófica. Entresaco al azar tres ejemplos que, sobra decir, no tienen por qué ser los más significativos:
- Añorar el pasado es correr contra el viento, dije yo, tal como advertían los viejos allá en mi tierra. No es correr, es mear contra el viento, se apuró a rectificar mi amigo.
- La forma aconsejable para funcionar en el mundo es no asomarse mucho a los abismos que abren en nosotros las experiencias extremas.
- Por el ojo de Dios, como un buzo muerto, entra en el sueño la poesía.
Reléase cada uno y piénsese. Hay para rato.
Y ahora, sí, continuemos. JHF compone, pues, una novela que cumple con esos mínimos del género y añade otros no menos importantes. Intentaré resumirlos con estas palabras: Tras el argumento policíaco como tal desarrolla un argumento que calificaré, en el sentido más amplio, de “intelectual”. Y esto ya es algo propio de las mejores novelas, sean éstas del género que sean y en el supuesto —siempre en el supuesto— de que dejemos “encasillada” esta rica obra en alguno.
En pocas palabras —y disculpen el casi oxímoron que se ha deslizado sin querer entre “desarrollar” algo y, en su lugar, hacerlo en o con “pocas palabras”—, JHF utiliza lo detectivesco y lo fantástico para algo más que distraernos y, para utilizar un término más a propósito, alienarnos. Lo emplea también y, quizá sobre todo, para explorar nuestra condición y, si se quiere, nuestro modo de estar-o-de-ser-en-el-mundo; más exactamente, ese gran interrogante que es el Yo / Nosotros. Y, en un plano más cerrado, el insondable asunto de la identidad; eso que los griegos antiguos resumieron en piedra con el famoso y caro “Conócete a ti mismo”, convertido ya entonces en una obsesión que sigue palpitando hasta hoy en el corazón de la gran literatura, se ocupe o no explícitamente de ello.
¿Cómo JHF lo logra? Veámoslo a través de una simple comparativa. Quiso la casualidad que El hombre con… me llegase a las manos al mismo tiempo que “El libro negro” de Orhan Pamuk. Esa oportuna coincidencia me llevó, sin proponérmelo, a reconsiderar dicha idea. En esa novela Orhan Pamuk hace que los personajes busquen su identidad o, por así decirlo, la “trabajen”; JHF en la suya, en cambio, “condena” el hecho de semejante conflicto. O sea, “persigue” a quien, habiendo cambiado o escamoteado la suya, asesina a aquéllos que han usurpado las de otros y que, en el caso, son identidades de fallecidos. Si bien todos terminan atrapados en el mismo conflicto. En la misma —y retomo el término porque me parece el más a propósito— alienación. Son, creo, dos actitudes frente al asunto completamente distintas pero correlacionables. Difieren en el tratamiento, mas coinciden en el objeto. Y, como suele ocurrir casi siempre en estos casos, se complementan.
La segunda parte de El hombre con… supone un cambio notable (y muy significativo) de registro y de escenario, siempre dentro de ese significante axial que, según lo veo, conduce al significado que he dicho. De EEUU la acción se desplaza a Cuba; y del punto de vista del primer narrador al Informe de Rubio, un auténtico investigador. El ambiente onírico a veces, surrealista otras, grotesco muchas, nos resulta curiosamente familiar. Con ese “nos” me refiero a quienes conocemos la Cuba profunda desde los dos lados de la barrera: el de los que aceptan y el de los que no. Matices aparte.
En síntesis, su desarrollo y su desenlace son sorprendentes, como corresponde al género en cuestión, aunque no al modo de (por citar) Agatha Christie o Conan Doyle, sino, en última instancia, al modo del James Ellroy de La dalia negra. Con el añadido en este caso de que el “saldo curioso de preguntas” que apunta el citado editorial de Hypermedia Magazine es absolutamente preciso. Sin embargo, insisto en situarme más allá de eso y volver, para concluir, a la cuestión que digo.
Porque quiero ver en esta absorbente novela, al margen de la extensión, una especie de parábola que nos “enseña” algo sobre, entre otras cosas, la identidad. Y quiero pensar que, tal vez por eso, el autor decide trasladar la acción a la isla y darle una solución que allí, en ese contexto, tiene un insólito realismo. Porque, en fin, Cuba es ese extraño lugar en el que el rigor totalitario lleva seis largas décadas forzándola y deformándola, con consecuencias psicológica y sociológicamente catastróficas.
Pero, como sucede con todas las parábolas, la interpretación dependerá de cada lector. Y espero que sean muchos. Muchas. Ya les digo que vale la pena.