Hay un pensamiento impuesto en Cuba, entre los intelectuales y sus verdugos, según el cual solamente habría instituciones «para escritores» cuando fuesen estatales, con un plan de inversión a gran escala para pagarles por su trabajo literario y supuestamente a cambio de nada.
De eso se ufanaban incluso Virgilio Piñera y José Lezama Lima en cartas enviadas a Fidel Castro muy al principio: felices de que el Estado por primera vez iba a imprimir y distribuir sus libros por miles de miles. Y sí, lo hicieron al principio. Pero la verdad se impuso: era a cambio del control total, el secuestro total, que pudieron comprobar cuando ese mismo sistema «paternalista» podía impedir por decreto que se imprimiera una página de cualquiera de los dos, y ya no podían llevarle sus textos a Úcar García, ni a Rodríguez Feo, ni a nadie.
De ese secuestro aún no se salen las mentes que en Cuba se cantan y celebran porque tienen un Estado que les paga sus ediciones con la misma mano que les da nalgaditas si se les ocurre tener una imprenta o una editorial independiente.
Hubo en Cuba una gran institución «para los escritores», la más grande, eficiente y necesaria que ha habido y puede haber, se llama libertad de imprenta, de impresión y de expresión. Y fue eliminada como nunca antes, ni en la época de la Colonia.
He visto noticias de reuniones de la UNEAC con escritores mendigándole a papá Estado ediciones, promoción, etc., y es vergonzante. Cabe recordar que existían miles de grandes y pequeños periódicos y revistas, imprentas y sellos editoriales a lo largo del país antes de 1959.
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