El gran pesao cubano carece de gracia porque vive a la defensiva, acomplejado, en la rigidez y la comparación. De manera que cuando intenta ser gracioso suele resultar ridículo, sangrón. El dramatismo del futuro le impide disfrutar el presente, reírlo, capturar sus cómicas paradojas. Y no se olvide que la risa es abono del espíritu y estímulo en la circulación. Incluso, ensancha la caja torácica.
Quien vive egobiado, dependiendo de la atención del “público”, secuestrado por su personaje como en el escenario de un teatro, difícilmente pueda reírse de sí mismo o resultar simpático (mucho menos en Cuba). Siempre estará demasiado ocupado, agobiado, en la tarea de representar y defender su egoinsistencia.
En cualquier caso, nada menos apreciado por los cubanos que un pesao, pero también nada más cotidiano o recurrente en esa pobre isla. Ahí están Abel Prieto, Raúl Castro, Díaz Canel, Machado Ventura, Fernando Rojas, Silvio Rodríguez y un larguísimo etcétera para confirmarlo.
Fidel Castro mismo, ¿acaso no era el Gran Pesao?