En general, el artista cubano o bien vive y trabaja dentro de Cuba, o está exiliado, aunque en este segundo caso haya artistas que utilicen ciertos subterfugios, por diferentes causas de índole ideológica o familiar, para no enfrentarse al gobierno cubano. Pero también puede suceder que incluso en el caso de que algunos creadores de hecho estén exiliados, no hayan encontrado ninguna corriente política del exilio con la que identificarse y así manifestar su oposición a la tiranía.
Creo que debemos llegar a un acuerdo en cuanto al significado último de esa realidad que conocemos como libertad. A ese fin, siempre que la utilizo como referente, aludo a la definición de Erich Fromm, que me parece no solamente adecuada, sino que expresa mi sentir: “La libertad es la condición necesaria tanto para la felicidad como para la virtud: la libertad no en la aptitud para hacer elecciones arbitrarias ni tampoco el estar libre de necesidades, sino la libertad para darse cuenta de lo que uno es potencialmente para dar pleno cumplimiento a la verdadera naturaleza del ser humano de acuerdo con las leyes de la existencia; es la aptitud de preservar la propia integridad contra el poder”.
En el actual paradigma sensible y global en el que estamos inmersos, el artista que trabaja en países con gobiernos libres y democráticos ejerce en calidad de profesional independiente y como tal tiene una función en la sociedad, la que materializa a través de su obra, que se ha convertido en un bien de consumo. Según la clasificación sobre las diferentes formas de afrontar el fenómeno social llamado arte, este bien de consumo que se denomina obra de arte debe de estar incluido dentro de una de estas cuatro categorías:
1.- el Arte como decoración,
2.- como testimonio de la coyuntura social,
3.- como denuncia y protesta social y
4.- como sendero o camino del conocimiento
No es así en el caso de aquellos artistas que trabajan con la dependencia financiera o moral del gobierno cubano, residan dentro o fuera de Cuba, en un exilio aparente y en muchos casos no admitido por el propio artista. Éstos se engloban dentro de otra característica que no he considerado porque no entran dentro de los parámetros del perfil de artistas que trabajan en países democráticos y libres, y es que su obra es un bien de propaganda del gobierno, con la consecuente dependencia del individuo a los dictámenes y directrices del régimen, dentro de un código de ética autoritario y represivo.
Fragmento de la ponencia ‘El compromiso ético del artista cubano’, que el pintor Waldo Díaz-Balart ofreciera en el III Congreso “Con Cuba en la distancia” en la Universidad de Cádiz (2004). El texto completo aparecerá en el número 8 de la revista Puente de Letras.