Cuando Amalia D. llegó al edificio del tribunal el juicio había terminado ya y estaba cayendo una lluvia espesa que los relámpagos atravesaban desde todos los puntos cardinales. Ónix P. fue condenado a veinte años de prisión y, antes de que los guardias se lo llevaran, Amalia pudo llegar hasta él. Ante la sorpresa de todos y la consternación de sus otros dos hijos, la mujer le dio un fuerte abrazo al asesino de su hijo menor.
Luego no sabría explicar por qué había hecho aquello. Una semana después, aunque sus otros dos hijos ni la perdonaban todavía ni comprendían el motivo de su acto, Amalia, que no había dejado de llorar al menos una vez al día, dijo que no había abrazado al asesino de su hijo, sino a la madre del asesino de su hijo.
Por el resto de su vida, cada vez que pensaba en aquella mañana, no pudo recordar el rostro del joven homicida sino solo la lluvia electrizada por los relámpagos.Y nunca más tuvo el coraje de volver a abrazar a nadie.