Cuando el profesor José A. Escarpanter comenzó a preocuparse intensamente por el teatro cubano que se escribía y montaba en el exilio, estaba convencido de sus valores y anticipaba cuánto esa dramaturgia contribuiría al conjunto total del teatro cubano. Esa lúcida visión venía respaldada por el aporte que los escritores, actores y directores cubanos venían realizando desde la época de la República, encabezados por tres de los grandes en la dirección: Francisco Morín, Rubén Vigón y Andrés Castro. Luego, tras la llegada de la revolución, la escena cubana tomó nuevos bríos, lográndose que el teatro de la Isla alcanzara una presencia nunca antes vista.
No obstante, el entusiasmo comenzó rápidamente a deteriorarse en la medida que el régimen castrista, a través de su aparato cultural, estableciera severos patrones de censura y abiertamente condicionara el apoyo a las salas teatrales a un mayor compromiso político. Esa realidad hizo que mucha gente de teatro tomara el camino del exilio. La mayoría de los que marcharon al destierro, continuaron haciendo teatro cubano.
Como el éxodo de cubanos nunca se ha detenido desde 1959, y continuamente se suman al exilio más personas vinculadas a la escena procedente de la Isla, no solo está garantizada la identidad del teatro que se hace fuera de la Isla como cubano sino que, además, goza de buena salud, creatividad, renovación y linaje. Todo esto lo anticipó José Escarpanter y lo plasmó en sus estudios y artículos, convirtiéndose en uno de los pioneros en la revalorización de las artes escénicas de los cubanos lejos de su tierra.
En homenaje a ese visionario, el Dr. José A. Escarpanter (La Habana, Cuba, 17 de enero de 1933 – Auburn, Alabama, Estados Unidos, 30 de mayo del 2011), se ha establecido la fecha de su fallecimiento como el Día de la Dramaturgia y del Teatro del Exilio. Desde hace varios años se viene realizando cada 30 de mayo un encuentro para festejar el teatro cubano exiliado, en el que no solo se reconoce a los hombres y mujeres de la escena cubana fuera de la Isla, sino también al público que lo respalda. Sin embargo, este año 2020 se ha empañado por culpa de la Peste China diseminada por el mundo. Pero la pandemia no frenará la oportunidad de evocar el día y reflexionar.
La historia del teatro cubano fuera de la Isla tuvo, desde el inicio del exilio post Castro, dos centros esenciales para su desarrollo: Nueva York y Miami. A pesar de que en el sur de la Florida la presencia de cubanos siempre ha sido más numerosa, el mayor impulso se manifestó en Nueva York, donde estaban figuras como Herberto Dumé, quien ya había hecho mucho teatro en Centroamérica, y Francisco Morín, considerado el gran renovador de la escena cubana. En la Gran Manzana han trabajado, residido y en algunos casos fallecido, figuras importantes del teatro como José Corrales, Héctor Santiago, René Alomá, Manuel Martin, Manuel Pereira, Iván Acosta y Pedro Monge Rafuls. Y esto no incluye a los actores y directores, solo a algunos de los dramaturgos.
En Miami el teatro comenzó como un reflejo de la realidad cubana y buscando una continuación del teatro vernáculo, en el espíritu del Teatro Martí. Tan es así que a la comedia “Hamberguers y sirenazos”, escrita en 1962 por Pedro Román, se le atribuye ser la primera obra de teatro escrita en el exilio por un cubano tras la llegada al poder del castrismo. Esta obra fue estrenada en 1969, durante el festival “Añorada Cuba”. Vale la pena mencionarla, porque es un claro ejemplo de un teatro-comedia, un teatro-nostalgia que ha quedado como un texto de referencia.
El teatro cubano de vanguardia se hacía en Nueva York, hasta que esa plaza perdió el sitial por razones que merecen un estudio aparte. Sin embargo, tras el arranque del teatro cubano en Miami con raíces en lo puramente costumbrista y de entretenimiento, con Alberto González, Armando Roblán, Salvador UIgarte, Alfonso Cremata, Leopoldo Fernández, Rosendo Rosell y Néstor Cabell, fueron desarrollándose variantes dentro de la misma comedia, con obras de Mario Martín (muy versátil él) y las propuestas de María Julia Casanova. Ese “otro teatro”, el que se aparta un poco de la simpática comedia, tomó fuerzas en Miami desde la segunda mitad de los años 70 y principios de los 80. El teatro hecho por cubanos en Miami comenzó a crecer y a trazar un rumbo ascendente. Tal vez la producción de “Corona de amor” de Alejandro Casona, dirigida por María Julia Casanova, marca el antes y el después del mejor teatro llevado a escena en el exilio por el rigor de la producción. Luego el establecimiento del Festival de Teatro Hispano de Miami fue fundamental en la consolidación de la ciudad como una plaza teatral notable, aunque, tras un inicio inclusivo, el evento dejó de acoger producciones locales y posteriormente de otras ciudades norteamericanas, algo que ha sido muy contraproducente para el prestigio general del Festival.
Escarpanter tenía mucha razón cuando apostaba por el teatro cubano del exilio, y resaltaba su variedad y riqueza, no solo en las propuestas, los elencos y las producciones, sino por los textos de dramaturgos prestigiosos radicados en el exilio como Julio Matas, Matías Montes Huidobro, Raúl de Cárdenas, Héctor Santiago y José Corrales, entre otros.
Decir exilio (emigración) quiere decir dificultades, limitaciones, falta de recursos, pero esas realidades no deben (y de hecho no lo hacen) disminuir las ganas de crear, y mucho menos afectar la imaginación y la creatividad. La calidad de las puestas en Miami está al nivel de otras en distintas partes del mundo, los ejemplos sobran y se aprecia la resonancia del teatro de Miami (y en especial el cubano) con las presentaciones de grupos locales en festivales internacionales, como Cádiz, Mérida y Nueva York, donde, además, reciben reconocimiento.
En Miami, entre los cubanos, existe una larga tradición escénica, enriquecida también por grupos de diversas nacionalidades, estando los venezolanos y argentinos entre los más activos. Todos presentan obras de calidad y merecen el mayor reconocimiento y apoyo. Como en cualquier gestión artística hay niveles, hay directores más creativos que otros, pero eso no tiene que ver con el teatro como tal, sino con las exigencias propias del director y su capacidad de regenerarse. En ocasiones se exige más de lo posible. No debe ser atributo del crítico especular sobre lo que debió hacer o no, sino evaluar lo que se muestra. De cualquier manera, se sabe, todo siempre pudo haber sido mejor, mucho mejor.
Un estudio concienzudo podría arrojar datos sorprendentes sobre el número de salas y grupos de teatro que han funcionado en Miami; sobre los actores que han pasado por los escenarios; incluso, sobre la fuerza actual del teatro a pesar de sus recurrentes dificultades. ¿Alguien conoce una etapa en el teatro cubano, dentro y fuera de la Isla, que no haya atravesado problemas? Ya en los años 50, en Cuba, Jorge Mañach escribía en la revista Bohemia: “el teatro cubano agoniza”.
El teatro cubano (tanto en la Isla como fuera de sus fronteras) es como el Ave Fénix. En el caso del exilio su mayor problema es el costo de los alquileres de los espacios. El teatro es un negocio de fin de semana y la renta se paga por 30 días. Cada vez que hay un alza en el costo de los alquileres, provoca un remezón en las salas y algunas cierran. Cuando están estables los arrendamientos, surgen nuevos espacios para las artes en general.
Si se echa un vistazo a las producciones del pasado año 2019 en Miami, se podrá ver que se trabajó con ahínco, que se hicieron propuestas exigentes y demandantes, y que, en algunos casos, los actores y hasta los directores cubanos que participaron en esas obras habían arribado hacía poco tiempo al área. Incluso, a veces, los propios textos representados procedían de la Isla. Es importante resaltarlo, porque quienes rechazan al teatro del exilio por aparentemente carecer de una calidad media, están, implícitamente, desconociendo también el desarrollo y la evolución teatral en Cuba. Es desafortunado decirlo, pero hay quienes se empeñan en desconocer el teatro cubano de Miami, únicamente por proceder de figuras exiliadas.
Escarpanter supo ver con claridad los valores del teatro cubano allende sus mares, y se anticipó a la huella que este teatro dejaría tanto en la tierra donde han tenido que parar los cubanos como para el legado del teatro cubano total. Oportunos fueron Pedro Monge Rafuls y Eddy Díaz Souza, quienes tuvieron la iniciativa de declarar el Día de la Dramaturgia y del Teatro del Exilio Cubano, en honor a José Escarpanter.
Para cerrar, una lista parcial de dramaturgos cubanos de los que se han puesto obras en Estados Unidos:
Carlos Felipe, José Triana, Virgilio Piñera, Julio Matas, René Ariza, Matías Montes Huidobro, Raúl de Cárdenas, Cristina Rebull, Héctor Santiago, Pedro Monge Rafuls, Mario Ernesto Sánchez, José Abreu Felippe, Alberto Guigou, Manuel Reguera Saumell, René Alomá, Héctor Quintero, Nilo Cruz, Reinaldo Arenas, Orlando González Esteva, Orlando Rossardi, Dolores Prida, Carmen Duarte, José Manuel Domínguez, Maikel Chávez, Yvonne López Arenal, Antonio Orlando Rodríguez, Eugenio Hernández, Guillermo Arango, Luis Santeiro, Mario Martín, Ernesto García, Abelardo Estorino, Leopoldo Hernández, Fermín Blanco, Eddy Díaz Souza, Rolando Moreno, Nicolás Dorr, José Sánchez Boudy, Maricel Mayor Marsán, Ramón Ferreira, José Corrales, Marcos Miranda, Manuel Martín, Flora Lauten, Raquel Carrió, Iván Acosta, José Milián, Andrés Nóbregas, Manuel Pereira, Rosa Ileana Boudet, Eduardo Manet, Alberto Pedro, Rolando Moreno, Yesler de la Cruz, Ulises Rodríguez Febels, Yoshvani Medina, Ulises Cala, Grethel Delgado, Pedro Román, Julie de Grandy, José González, Daniel Fernández, María Irene Fornés, Abel González Melo, Jorge Carrigan, Rita Martin, Abilio Estévez, Jorge Trigoura, Frank Quintana, Nitsy Grau y Lilliam Vega.