Decía Nietzsche que quien no dispone de las tres cuartas partes del día para hacer lo que le dé la gana y no tenga tiempo ni economía solvente para ello, es un esclavo.
Vivimos en sociedades con más esclavos que nunca, solo que no lo saben. Duchos para el confort y la complacencia, deplorando la libertad a cambio tan sólo de un amo ¿amable? o un tirano ¿justo?
Porque incluso hasta para descansar y distraerse, vacaciones y cultura, hay que tener tiempo y capital. Resulta muy esclarecedora la frase del banquero J. P. Morgan al calor del secuestro/creación de la Reserva Federal: “Dadnos el control del dinero y da igual quién gobierne”. (Que en el caso específico de Cuba, se trata de la homóloga, inaccesible, opaca y jamás pública “Reserva del Comandante”, con la impunidad, el descontrol y el abuso de poder que otorga e implica la propia dinastía tiránica, donde no hay leyes antimonopolistas ni regularizadoras, ni control alguno de para qué se utilizan esos fondos, como en Estados Unidos y cualquier país “democrático” al uso. Es decir, ¿quién vigila y supervisa a los que supuestamente nos vigilan y “nos cuidan“?). Visto está en pasadas manifestaciones de reclamo popular: Hospitales cochambrosos, pero militares y paramilitares represores llenos de pertrechos.
Cuando dicho esfuerzo (traBAJO) no encuentra equilibro entre el placer y recompensa, sacrificio y realización, ni siquiera tendrás ganas de vivir. La vida no puede tornarse sólo trabajo, dormir, consumir y comer, para recomenzar al día siguiente en la interminable noria de su monotonía. Y se multiplica el índice de alcoholizados y adictos a todo tipo de drogas legales e ilegales que ayuden a soportar la abulia y la inimaginable apatía general. Estadísticas que, como las de los suicidios, también las manipula el (des)gobierno y su enorme aparato represivo de desinformación propagandística.
Romper esta cadena de comportamiento patológico es nuestro deseo; deshacer la banda de moebius cuya interminable reiteración resulta obsesiva, maldita, viciada y cansina. Me refiero a la cadena o la serpiente que come su cola: No soy feliz porque trabajo, pero trabajo para ser independiente y poder vivir y disponer de todo lo que me hace falta para vivir y ser feliz, pero no soy feliz porque trabajo, y así sucesivamente.
A un nivel más general o global del análisis, comprendamos la trampa del paradigma de las “No cosas” que plantea el filósofo Buyung Chul Han.
Desafío de la sociedades posutópicas donde ya nadie tiene nada.
Desde un ejemplo personal: Yo tengo/conservo fotos que tiró mi abuelo y mi padre reveladas tradicionalmente en papel; sin embargo, estoy pasando verdaderos sacrificios para conservar fotografías de obras mías que prácticamente registré el otro día. Ya no existe el cd, cdRom, el dvd, el pendrive, y sabe Dios lo que viene.
Este filósofo de raíces surcoreanas resulta brillante al respecto. Lo descubrí al calor de la revista La sopa de Wuhan. Sobre esa intencionada educación generacional y sistémica, orientada a la metafísica intangible de la nada. Su argumento resulta dolorosamente claro.
Así incluso en mi propia música y mi obra visual, por caro que me resulte, estoy volviendo a lo analógico.
Urge cierta ecología de las ideas y las obras.
Brillante su argumento sobre la narrativa. El eterno debate entre Seguridad y Libertad. De Homo Sapiens a Homo Ludens.
Tal parece que las generaciones de hoy sólo quieren disfrutar y jugar. Incapaces del sacrificio desde una nula gestión del dolor (que otrora “purifica”) y marca la diferencia. Así viven separados del componente moral del suficientemente ignorado y relativamente desconocido “superhombre” nietzscheano, que acabó reducido a la simplificación maximalista nazi (con su “teoría de la raza”) y comunista (con su idea del “hombre nuevo”). El fin colectivista (Ayn Rand) extremofilo, herencia inconforme luterano/calvinista, replet@ de martirologio, escarnio, incineración del saber y eterna protesta. Una heroica retórica de la posesión aguerrida, combativa y beligerante en lugar de la tradicional “doctrina del perdón” (distinta a la obligatoriedad etimológica del Tripalium), es decir, la necesidad de reconstituir una “narrativa” en lugar del “consumo”, el “valor histórico” en lugar de la “(in/de)formación”, el “coleccionismo” en vez del “descarte”, la “cultura” en lugar del “mercado”. Porque tal como sugerí hace años: “Desde que la información es mercancía la verdad dejo de interesar”.
Urge demorarnos en el silencio de una autorreflexión consciente… todo aquello que nos devuelve a una devoción piadosa. “Trabajo y Rendimiento destruyen el juego y son un hacer ciego y vacío”.
Insisto: No se hace dinero trabajando, sino pensando.
Y el trabajo no ennoblece, la nobleza nunca ha trabajado y las ideas nobles no nacen del trabajo, sino de la consciencia, la belleza, y la sincronía, cuando alineamos equilibrada y compensadamente la razón con la emoción, la fisicidad y la espiritualidad. Lo que Deepak Chopra denomina todo el caudal liberado y consolidado de la creatividad en “potencialidad pura” manifestándose. Es decir, cuando consigues la excelencia y eres capaz de abandonar el “yo”, individuo, ego, para pasar al “nosotros” de madurez y servicio… al todo, al otro y a la comunidad. Descubriendo el propósito.
Momento trascendente donde nuestro ser esencial y sus “cuatro centros formatorios” echan raíces, fertilizando nuestra realización para un vivir sin prestar atención al tiempo, con abundancia y plenitud.
El momento donde el Dharma revela no sólo tu talento, tu gracia, tu don, sino sobre todo lo que el mundo necesita de ti.
Ello significa (por profano que parezca) que todo esto, como toda verdad, y toda obra, también pasa por el Capital, el eje Solar, Aurum, principio masculino y activo de capacidad económica y poder ejecutivo financiero para (el) Ser.
Insisto desde el Cristo, familia de carpinteros en su tiempo, preciado oficio de/para ricos, a los que nunca les faltó trabajo, gente apreciada y valorada en su comunidad, donde vivían sin problemas económicos, podrían casarse, peregrinar a Belén, tener ganado y un montón de hermanos intelectuales y con estudios carísimos en su época, incluso con participación en el Sanedrín. De igual modo, Budha era un principe (Siddartha). Platón, Aristóteles, Zoroastro, Ptolomeo, Arquímedes, Leonardo y los Medici, Galileo, Copernico o Newton. Y en la modernidad, similar. Marx era un burgués mantenido por Engels que dejó morir de hambre a su propio hijo por negarse a trabajar en una imprenta que le quedaba a 50 metros de casa. Lenin otro tanto, vivía de los sablazos que le daba a su propia madre.
Toda “la bohemia” eran “niños bien” jugando a “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”, donde nunca faltó para ginebra y en peores casos terminar cantando la internacional comunista. La metáfora más evidente de semejante hipocresía es Diego Rivera y su imposible mural, que fue borrado del Rockefeller Center de Nueva York pero pagado hasta el último centavo de dólar convenido, aún prescindiendo de sus servicios.
Más ingenuamente hablando es imposible pensar hoy en Van Gogh sin la ayuda de su hermano Teo. Marcel Duchamp sin Peggy Guggenheim. Marcel Proust fue otro burgués repleto de caprichos, incluso forrar una habitación de corcho (con lo caro que era por entonces) y contribuir al silencio que necesitaba para su “búsqueda del tiempo perdido”; Kafka fue contable de una compañía de seguros y su familia consagrada a la industria textil, Salvador Dalí amparado por su tío Anselm Domenech, un linaje de significativos notarios (sabemos que: Ser notario en España es incluso económicamente más solvente que un juez y más que abogado).
Salvando las distancias el propio Fidel Castro, el rojo, fue un resentido hijo bastardo, luego reconocido, de un terrateniente dueño hasta del ferrocarril de la zona. De igual modo, todos los movimientos revolucionarios y las vanguardias se hicieron con dinero para armas, propaganda y comprando al mundo. Nada de eso fue gratis y costaba mucho capital y tiempo.
Por eso desgraciadamente desde siempre (incluso tiempos prehistóricos) fue más rentable hacer terrorismo y traficar drogas, armas y hacer la revolución, que trabajar ocho horas diarias en lo que fuera. Mucho más lucrativo y envuelto en un halo de pretendida y falsamente creída dignificación de batalla moral y de las ideas. Hoy proliferan las narco-guerrillas, las revoluciones burguesas, los integrísimos, la protesta presupuestada y/o la disidencia vendida; cada actitud con su precio y consecuencia. Todas formas de ultra capitalismo global de la que por ¿vergüenza? o deliberado sesgo ni siquiera se habla.
Puedo decir casi sin ninguna salvedad que: No hay, no existe nadie en la historia, en la política, en el arte, la cultura, ni ninguna relevancia, distinto al poder que le legitima. Y que de ninguna manera se pueden desvincular la belleza y la ciencia de sus profundas raíces catedralicias (cátedra) re-ligare, religiosas.
Volviendo a lo particular. Sin demeritar ingenio, talento ni capacidad de gestión: Sabemos que muchísimos artistas como Wilfredo Lam, o Julio Larraz (de nuestra propia cosecha) o el actual Damien Hirts se encarga(ba)n ellos mismos de sus especulaciones económicas fantasmas, en contubernio con sus coleccionistas para subir precios en las subastas y controlar el mercado -de la escasez, pues la carencia genera (el) valor. Muchos incluso cotizando en bolsa su propia obra, como el caso del cantante y performer David Bowie en vida.
Sea o no correcto argumentarlo directa o indirectamente, Botero no sería quien es hoy sin el innegable, inconfesable e ¿invisible? narcotráfico detrás, duro sea decirlo, pues además del innegable talento (el capital sabe en quién invierte) está el ingenio patrimonial, empresarial y capitalista detrás. Y todo ello no significa ninguna carencia de/en la obra (aunque en algunos casos sea así) sino todo lo contrario (apartando el ámbito moral sin hipocresía ni cinismo), pues a todo ello hemos de sumar el enorme talento de gestión, el poder económico/financiero mucha veces clandestino y las carísimas armas propagandísticas que le consagran, siendo capaces de desarrollar incluso esa otra tan innegable como imprescindible “inteligencia” productiva ilegal (sin que esto resulte un elogio a la sombra) que tampoco puede ser ninguneada ni minimizada y que sigue siendo incorrecto siquiera mentar.
No es menos cierto que un producto artístico mediocre, con una buena campaña, se convierte en un fenómeno de masas, y por el contrario, obras excepcionales con carencia de este tipo de producción pasan inadvertidas, desconocidas, sin penas ni gloria y aparencialmente por infratecnificadas.
Siempre he insistido en la necesidad responsable de una cierta ecología y sostenibilidad de nuestro acervo cultural, consciencia y voluntad protectora de ciertas vidas y obras, cuyo desamparo les condena al ostracismo, la apoplegía, el suicidio intelectual y la extinción como principio en la tradición, la sociedad y la cultura. El incrementado % de creadores suicida en nuestra generación es alarmante.
Pero quién decide qué o quién sí y qué/quién no, en la escasa y gravísima problemática política de administración de las subvenciones y apoyo, cuando para todo exigen ideológica adhesión y fidelidad, es decir, un comportamiento bajo una tiranía contraria a la auténtica libertad de exploración y experimentación necesaria para la existencia y la obra como principio.
No podemos ignorar esas evidencias.
Y todo esto que parecería tremendamente básico y cruel, confirma el drama con absoluta certeza.
Pero volvamos al coeficiente de “prosperidad”, como un emblema directamente proporcional a los indicativos de libertad, generosidad y lo único que te hace de verdad una persona “buena”, íntegra (por increíble que parezca). Lo demás es complejo de clase.
Hablo del aspecto/ámbito que puede descubrir, permitir sacar y externalizar su (yo/tu) total potencialidad. ¡La excelencia! Es decir: Ser, y tener para dar, compartir, y repartir.
En otro orden, cuando el Cristo versa en la metáfora del “camello por el ojo de la aguja”, la referencia al rico (interpretación polarizada y extremófila) se trata de una precaria alusión moderna que no aparece en ninguno de los textos antiguos originales que se conservan de los Evangelios en la biblioteca de Pergamo, donde de ninguna manera habla en clave de tensión entre ricos y pobres, a repartir valores y riqueza, sino de quién es capaz de dar o no. Pues no se puede dar aquello que no se “es” y/o no se tiene. Aparte de la lectura moral, el “ojo de la aguja” significaba encriptadamente y para los iniciados, la puerta de Jerusalén, y “el Camello” lanzado al desierto eran los propios “esenios” (los cátaros -los puros-, los gnósticos) disidentes, que jamás volverían al viejo culto. Cristo no era cristiano, sino un desobediente mal judío. Alguien que rozado por unas cuantas verdades mágicas se quedó solo en medio de todos.
Porque “la verdad te hace libre”, pero el precio es muy alto, y no sólo en el plano físico (de la supervivencia), plus emocional, intelectual y espiritual.
Los ricos (y no hablo sólo del aspecto económico, que también) deben andar con los ricos y los pobres con los pobres, pues los primeros serán y creerán ser timados por los segundos, que pensarán que los primeros nunca están siendo suficientemente generosos en relación con lo que tienen, aun siéndolo y mucho. “Grandes desafíos y gran poder acarrea grandes responsabilidades”.
En otro orden. Para ser capaz de pensar bien y hablar mejor, se ha de asistir a una muerte o un largo periodo de silencio. Sugiero esta brillante reflexión filosófica de Godard que cita a Dumas sobre “encender la mecha y salir corriendo, y en cuanto te pones a pensar, mueres”.
El corazón de la crítica a la razón pensante, que el control, las sociedades reproductivas y la psicopatología benévola, infieren.
Nuestra cotidiana babelización colectiva como histeria no aparente o normalizada, bajo el manto anodino de la afasia social, el anatema general y la susodicha “ignorancia”.
Vivimos invisibilizando los problemas. Obviando lo evidente y soslayando o restándole importancia a lo que resulta fundamental.
Quien comprende no se disgusta, quien comprende no suscita indignación, no hay conflicto. No difiere, en cambio complementa, distingue, suma. Y no es porque piense, sino precisamente porque de manera abundante pensó (autorreflexivamente) y murió (destruyó, transformó, mató ese arquetipo de comportamiento para renacer en otro). Es decir, aprendió a mutar, superar, alquimizar su mente. Educado con grácil entusiasmo, a perder el miedo a un vida del otro lado del espejo. Rey que sabe no muere… estructurando la marcialidad para una “Philokalia” o consciencia continua (perder los programas, los hábitos y las rutinas, los mismos que de inicio le ayudaron a formarse, crecer, crear, ser y sentir su propia espiritualidad).
Freud, el gran psicoanalista europeo, murió solo gritando de dolor, con un cáncer en su boca narrativa y fabuladora, repleta de libros envenenados en su ejercicio nominal o vano esfuerzo de nombrar las cosas, cuyo ¿exagerado? cientificismo (literario) se centró en lo que denominó “inconsciente”; en cambio Jung, heredero de esa tradición, al final más místico que racionalista, muere repleto de hijos y nietos acompañado de su familia, sonriendo y susurrando “¡qué maravilla, qué maravilla!”.
Reflexionemos sobre esta disyuntiva metafórica del pensamiento occidental y su encrucijada en la “ratio” per la “intuitio”.
Del mismo modo, quien no tiene consciencia y no la cultiva/desarrolla (también en el lenguaje) seguirá (ignorándolo) así durante toda su vida; y su propio karma creador de más karma (ignorancia) alcanzará incluso a sus descendientes, a menos que estos despierten y sacrifiquen su vida por una transformación radical, porque a veces, para transmutar un destino, el mismo exige total e irreversible entrega y rendición; hablo de consumir toda la energía del sistema mismo completo. Resetear/desmantelar/desinstalar, morir en un programa/pragma y no instalar otro, sino aprender a “vivir sin condicionamientos”. A veces el sacrificio exige incluso arriesgar la vida misma en el proceso, según la circunstancia, el entorno, el inconsciente colectivo y el marco donde se viva, como Jesús.
Un modo de permanente conspiración o perenne subversión que trata sólo de la “no perpetuación” en el alma común y colectiva, sea familiar o no (gnóstica y parasimpática) y ello implica también amigos y conocidos, de los abundantes programas de fracaso, autosabotaje y precariedad manifiestos en el destino.
El amor, la consciencia y la salud son un esfuerzo de presencia. Y ello implica lo solar y lo lunar, lo activo y lo pasivo, lo Aurum y lo Argentum. La riqueza y la abundancia que yace entre Luces y Sombras, una férrea voluntad de éxito, victoria y plenitud… entiéndase, consagración, donde a veces desgraciada y/o afortunadamente la muerte es una disyuntiva.
La gratitud de vivir para ganar o morir, sin resignación posible, aunque para ello debas hacer trampas iniciáticas. (La Trampa Sagrada), un ardid, trampantojo que distrae el “consciente”, lo rompe y así, bajo la sugestión, el útil desconcierto, la sorpresa o el asombro necesario, nos abrimos al misterio, al “inconsciente” (puerta de acceso a la primera ley de “La Potencialidad Pura” -Chopra) con sus fuerzas ocultas y comienzan a obrar los milagros. Goya anuncia que “la vida es un oscuro arcano”, pero pocas veces le damos lugar, y verdaderamente permitimos sin control (de la ratio) su grandeza manifestación sobrenatural (que intuimos).
Estratagemas relacionales que alidan el “tech-non”, las tecnologías del espíritu, plus las “tecnologías del yo” (Foucault).
Reafirmando: “Si la voluntad y el destino del juego es ganar, para bien, “el tramposo” es el único auténtico jugador de verdad (Baudrillard dixit).
Las elocuentes investigaciones de Alejandro Jodorowsky sobre “la trampa sagrada”, argumentan incluso en la necesaria “violencia sagrada”, que coercitivamente evita mucha impensable crueldad posterior.
Si el cerebro no distingue fantasía de realidad y da igual en la sináptica imaginar una manzana que morderla y saborearla, entonces sólo a través del arte, la ficción, lo factual y la mentira sagrada, “imitatio” (bien definida su finalidad e intención), “Ratio per la Intuitio”, creemos/creamos una relativa decencia, más allá de la moral implícita, en relación a nuestros niveles de consciencia, una alineación a la felicidad, la belleza, la compensación, la templanza, la generosidad, la gratitud y el amor.
Distingamos “mentira” como trampa sagrada (su trama), fantasía e imitación, diferente al “embuste”, el engaño, la deslealtad o la traición en el estricto y empobrecedor ámbito moral. Finalidad e Intención distinta que si no se cuestiona, no se establece un borde idóneo en la ilustración o el comportamiento.
Libertad es sobre todo aprender a contar con la sombra, y ello incluye la muerte, la mentira, el atravesamiento del goce psicoanalítico, planteado como “ontología” sin renuncia ni exclusión de un Ser (Todo) y su Sombra.
En definitiva hasta (el) Dios también se/nos miente: “Exterminada la vieja Jerusalén, la humanidad resplandecerá en la bonanza de todas las naciones”. Entiéndase que: Toda idea de redención, o de conquista absoluta, al contrastarse como premio tras la inevitabilidad de la muerte, no es ahora (cuando lo único que es, es ahora; el pasado es discurso de la memoria, es decir ni siquiera lo que fue sino lo que uno recuerda, y el futuro no ha sido y apenas se roza, se desvanece y se vuelve presente eterno). Hablo de la imposibilidad manifiesta como resultante afán casi sexual de aniquilamiento.
Ontología de la necesaria falacia, como culto instituido a una mentira vinculante y útil, según su intención, con la que hemos de aprender a vivir. Pues fuera de esa analogía “nada”, el universo es una analogía fundada en diminutas pero grandiosas percepciones erróneas (mentiras), sobre las cuales creamos una red infinita de silogismos, interpretaciones y extrapolaciones generalmente abusivas, herencia de nuestros sentidos engañosos y empobrecedores, de los cuales no podemos prescindir salvo aniquilarnos como ser y noción, aprendiendo lo que para Descartes resultaba nuestra humana incapacidad de comprender la idea de Dios o el alma humana, pues no somos capaces de pensar nada sin imaginarlo. Y la Imaginación (incluso en mayúsculas) es precaria, ínfimo reducto o escueta cisterna a la que pretendemos reducir todo ser, cosa y condición. Imposible de verificar pues todas las pistas están ya contaminadas de nuestra razón pensante.
Exploremos “Sobre la verdad y la mentira en el sentido extra moral” en Nietzsche.
Por dejar de moralizar al respecto.
Pues al igual que con el concepto de “egoísmo racional”, de Ayn Rand, como la suprema condición humana de conseguir su felicidad y realización plena individual… “la mentira” (obviamente también como ficción y fantasía) no solo es inevitable, sino incluso necesaria por hacer menos intolerable o quizás más soportable la extrema grosería y banalidad de la realidad y la existencia. Nuestra percepción, repleta de ideas, palabras, metonimias y metáforas, arma el entramado relativo e indeterminado que la configura y la soporta, inventando la mentira que aprendió a no declararse como mentira, creyéndose así portadora (in)cierta de la verdad, otra falacia como principio; ya sin cardinales ni brújula, ni sistema referencial posible, una vez sumergidos, contrariados, contaminados e inmersos en el oscuro claustro de la razón. “Los sueños de la razón producen monstruos” (Goya).
En ningún caso ya podemos hablar de “ciencias exactas”. A menudo la ciencia experimental termina viendo y seudo ¿confirmando? aquello para lo que está determinada, prejuiciada, preparada y precondicionada. Una ciencia también de la historia de los hechos acaecidos, el inventario vinculante a la hora de contarlo (que contrario a toda directiva lógica de poder, aún milagrosamente evite, o al menos lo intente, el imposible sesgo antitético de quién propiamente la financia), incapaz de la verdad, en cambio así creadora de supersticiones vinculantes. La ciencia de la historia está repleta de esos abusos. De la historia del comunismo a las colonias, la “Imperiofobia”, entre otras propagandísticas “leyendas negras”. Por eso ella misma ha creado otra ciencia de la verificación o factoría veritas, descarando en paralelo su utópico afán, voluntad que estudia la fiabilidad relativa de sus test, la tara instrumental, las deformaciones ópticas, las citas falaces, las creídas constantes universales, la relatividad general, el principio de indeterminación e incertidumbre, los habituales coeficientes de deformación, etc.
“Amar es aprender a contemplar el mundo en estado de gracia”.
Ser completo sin disfunción, ni represión, ni reticencias, sin reparo y sin afuera. Todo (es) dentro. “No candil de la calle y oscuridad de la casa”.
Una realidad que trascienda nuestra zona de confort. Cruzando las fronteras del determinismo y la condena miserable al barracón esclavo, sujeto a la inconsciencia.
Pero: “No pienses que el dinero lo hace todo o acabarás haciéndolo todo por el dinero” (Voltaire).
Esa esclavitud normalizada a la que tantos optan tácitamente, que Aristóteles refería como “Derecho natural”, y que subsiste como fatalismo cuyo hechizo sólo puede ser roto a base de la luz “integral” del ser primordial. Divinidad interior, núcleo del “Yo”, la a(c/p)titud y nuestro comportamiento. Porque todo es posible sin miedo. Y ello implica trabajar con la sombra o el lado oscuro. Hallar la luz guía o el orden sagrado del auténtico magisterio personal, íntimo e intransferible.
“Evangelio” es equivalente a ”Buenas nuevas”, nacimos para sembrar consciencias.
Hablo sin prejuicio del “Sol Negro de la Alquimia”. “Luz y sombra se unen y complementan, la luz no disminuye la tiniebla, en cambio la incrementa”.
De cualquier forma un ¡Gracias! Integrador sería suficiente ante toda la cohesión generosa y repleta de compasión que se necesita para comprender un dolor que es tu maestro.
Pero iconoclastas y descreídos nos preguntamos: ¿cuándo van a heredar la tierra los mansos? Pues nunca los últimos serán los primeros ni los primeros los últimos.
Padre, ¿cómo vas a perdonarlos al darte cuenta de que ellos sí saben perfectamente lo que hacen?
La verdad puede hacerte libre pero no necesariamente mejor, ni más feliz.
Un televisor vocifera por los pasillo el yo perdido, ya sin alma, y enmudece ante otros escándalos peores que preferimos dejar de escuchar. Ese continuado ruido sórdido sobre otros y otros inaudibles, donde todo el mundo habla, pero ya nadie se escucha.
La crítica, el rechazo, la crispación, la xenofobia, el miedo y la negación tienen la respuesta a muchas preguntas que no nos estamos haciendo.
Desafiante anuncia Goethe desde el altar de su poesía: “El incendio de una granja es una tragedia, la ruina de la patria sólo es una frase”.
Y nos advierte Thomas Hobbes: “Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno”.
Y concluye el Talmud: “Vivir bien es la mejor venganza”.
Los gnósticos:
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En la línea. La verdadera familia de Jesús:
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Atención, atención atención:
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