El choteo ha sido gracia y desgracia en la historia cubana. En su Indagación del choteo, Jorge Mañach nos habla de la peligrosidad del mismo en su forma más perversa, cuando deja de ser manifestación esporádica de nuestro humor criollo para convertirse en patrón perenne de actitud ante la vida, transgrediendo las normas más elementales de conducta, disciplina y respeto.
Es decir, este choteo pernicioso, impregnado de inmadurez cívica, no repara en invadir el territorio ajeno en el plano humano, y es así como deviene en violento, pues el choteador se regodea con la humillación que ocasiona a otras personas.
La revolución cubana y el castrismo ejemplifican este tipo de choteo violento. Castro exacerbó los rasgos morbosos del choteo en la población cubana para usarlos a favor de su afán caudillista. La estructura del régimen totalitario castrista lleva consigo ese talante de choteo violento, el cual se fue imponiendo a medida que los valores cívicos de la era republicana fueron considerados rezagos del pasado y sustituidos por patrones de conducta de la sociedad periférica. Y este patrón se expandió a todos los niveles de la sociedad cubana, incluyendo al de los egresados universitarios.
Los mítines relámpagos, las delaciones de los cederistas, las palizas de las Brigadas de Respuesta Rápida, la vigilancia del seguroso cultural, los aullidos de Vigilia Mambisa, en Miami, destruyendo los discos de Juanes, son paradigmas de este choteo violento que confiere a sus participantes el goce de una comparsa carnavalesca.
Lo absurdo y surrealista de la vida cubana actual, que sólo puede ser concebido en una obra teatral de Ionesco o en una película de Buñuel, es el choteo llevado a su máxima expresión patológica. Por eso no podemos confundir el desparpajo, ese choteo sistemático del que nos habla Mañach, con el humor. Un gracejo criollo, o para decirlo de una manera cubana, un choteo ponderado, sobre la base de una madurez cívica, nos haría un pueblo más feliz y menos desgraciado.
No cabe duda de que nuestra tragedia nacional es también producto de los rasgos nocivos del choteo. Esto constituirá un reto para las futuras élites cubanas, que tendrán que ahondar en las causas de nuestras frustraciones políticas, entre las que se encuentra este déficit cultural, si es que desean extirpar el mal de raíz.