¿Sueño o vida real? ¿Fue el Mijial uno de los tantos cuentos inventados, un pretexto del autor que no para de contar su vida y la de los otros? Entre estos niveles de realidad discurre la novela de Rafael Vilches Proenza, ofreciendo la parte más descarnada de la vida estudiantil, los momentos en que estos inmediatos adultos descubren el amor, el sexo, el odio, la felicidad; en que comienzan a cuestionarse el presente a partir del dramático cuestionamiento de su pasado; la pérdida de una inocencia (quizás ya desflorada entre las sábanas del ayer) en un ambiente para ellos de hostilidad y desamparo, comenta Manuel Navea Fernández sobre Ángeles desamparados (Neo Club Ediciones, Miami, 2017).
Y nada más cierto. Sigue siendo el pasado mucho más cercano tal vez que el propio presente; sigue siendo el pasado el caldo de cultivo para lograr entretejer toda una trama que un día nos acompañó y, pasadas quién sabe cuántas gaviotas por el mar y cuántos discursos mal intencionados de directivos escolares, hoy aún nos siguen acompañando, solo que con otros ribetes más rimbombantes y camuflados con palabras dulcificadas por un heroísmo que constantemente llama al degüello, a una épica muy alejada de la realidad circundante.
En Ángeles desamparados, como toda obra que se respete, la búsqueda incesante es el asunto central. Su autor se plantea un tema, no importa cuán lejano o cerca pueda estar, y lo explota con los elementos de navegación propios de su oficio: el lenguaje. La hoja en blanco, para él, es un continente fascinante que, a pesar de la peligrosidad que este refleja, se enfrenta a él con la hidalguía de un Quijote presto a la victoria, y lo logra con destreza de estilo y eficacia técnica. La búsqueda, en ocasiones, parece no tener fin, pero él sabe que lo que busca –o buscamos todos en momentos determinados de la vida– es algo que sabemos dónde está escondido y nos vanagloriamos de su encuentro: de ese único instante que la vida nos reserva a través de la palabra escrita.
Esta novela es eso: un libro de búsqueda, pero, sobre todo, de interrogantes que nos dan la respuesta perfecta para empezar a perdernos, para decirlo de alguna forma, entre los laberintos de sus propias historias ¿juveniles? Muchos deambulan entre los intersticios de estas historias; intersticios que son una herida abierta donde seguramente con un guiño de ojo y algo de disimulo nos reconoceremos todos.
En ella alguien, desde lo más profundo de sus desencuentros, se pregunta y nos pregunta si hemos estado becados; si hemos asistido, aun contra nuestra voluntad, a una escuela al campo; si hemos sido alguna vez expulsado por no cumplir con los designios del director de turno o de algún que otro profesor caprichoso; si hemos sido capaces de fornicar bajo las escaleras o en el mismísimo dormitorio a la vista de las demás muchachitas y los profesores de guardia, siempre al acecho de la sombra de los demás; y también, por qué no, si hemos visto el mar. Figuras emblemáticas con las que Vilches construye atmósferas, un mundo –del que nos hace partícipe– poblado por seres de su mitología íntima. Por eso, las distintas historias que estructuran esta novela, más que simples historias de vida, son fabulaciones que narran por medio de la acumulación de imágenes y experiencias únicas esos extravíos que puede tener la conciencia en los paisajes más íntimos del alma. Son estas historias, si así se quiere, una reflexión desgarradora del existir, una búsqueda azarosa del origen a través de las palabras.
Ángeles desamparados le abrirá los ojos no solo a los lectores, también a la noche y a cada comienzo del alba, y consumirá el vestigio de los que la abriguen en su remanso, porque nada logrará apartarlos de su siniestro silencio; de ese silencio que canta en sus páginas a través de sus personajes destilando las cosas sentidas en el mismo estado de estimación de lo mítico.
He aquí, amigos, un pasado hecho presente que alude a un espacio que se sitúa más allá del individuo, de la propia persona que no solo aparece sino que desaparece, y es a partir de ahí donde comienza la búsqueda del que fuimos, también del que somos y habitamos sobre estas calles atiborrados de silencios y con la esperanza hundida en los bolsillos.
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