La escritora Daína Chaviano responde las cuatro preguntas esenciales de nuestra página, una manera práctica de profundizar, con la creadora, en su obra y sus experiencias:
Cuéntenos sobre sus inicios en la literatura. ¿Qué le impulsó a escribir y cuáles fueron sus primeros textos?
Mi padre decía que yo inventaba historias cuando era tan pequeña que apenas sabía hablar. De eso no tengo memoria. Lo que sí recuerdo es que escribí mis primeros cuentos a los nueve o diez años. Todavía conservo algunos.
No puedo citar un motivo específico que me incitara a escribir. Era como una compulsión. Necesitaba darle coherencia a todas esas historias que brotaban de mi cabeza. Viéndolo en retrospectiva, es raro que tuviera esa inclinación porque ninguno de mis tres hermanos mostró interés por las letras. Lo cierto es que en esos primeros cuentos ya estaba la génesis de lo que serían mis obsesiones literarias: la fantasía y la ciencia ficción.
Defina o mencione brevemente, por favor, aquello que los lectores descubrirán, o conocerán, a través de sus libros.
Casi todos mis libros contienen una elevada dosis de temas mitológicos e históricos. Es una combinación que podría parecer contradictoria, pero siempre disfruté esa dualidad fantasía/realidad. Mis personajes se mueven en ambientes donde se yuxtaponen lo visible y lo invisible, lo material y lo espiritual. Sus conflictos suelen apoyarse en esas dicotomías, lo mismo si se trata de una sátira sobre el encuentro entre dos especies (El abrevadero de los dinosaurios), que de alguien que trata de entender su presente recurriendo a rituales celtas y visiones de vidas pasadas (Gata encerrada), que de una saga familiar sobre la inmigración china (La isla de los amores infinitos), que de la época en que los taínos aún existían como cultura viva (Los hijos de la Diosa Huracán)… Sea cual sea el tema, el vínculo entre pasado y presente, entre lo sempiterno y lo cotidiano, son el fundamento de esas historias.
Mencione tres autores o libros que considere fundamentales o que la hayan inspirado o influido durante su trayectoria creativa.
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, ha sido quizás el más importante. Se trata de un conjunto de cuentos que, aunque pueden leerse de manera independiente, también pueden funcionar como capítulos de una novela. Ese libro me permitió comprender que la selección de una estructura particular podía transformar la experiencia de la lectura. Fue una idea que más tarde retomaron autores del boom como Vargas Llosa o Cortázar, pero fue Bradbury quien primero señaló esa posibilidad con ese texto publicado en 1950. De Bradbury también aprendí la capacidad del lenguaje poético para construir intenciones y giros específicos en la prosa.
Otro texto fundamental fue Obras completas, de William Shakespeare, que leí cuando tenía quince años. Copié a mano pasajes enteros, que después recité y me aprendí de memoria por puro placer. Ese ejercicio de amanuense medieval me permitió paladear una riqueza idiomática única. Otro detalle que me impresionó fue la complejidad psicológica de sus personajes, cuyos conflictos parecían ejemplificar todo tipo de neurosis y cuadros clínicos que solo serían estudiados por la psiquiatría siglos después.
El tercer libro que citaré —aunque no es el último que podría estar en la lista— es Murder in the Dark, un conjunto de narraciones breves y poemas en prosa de Margaret Atwood, a quien conocí en Cuba durante los años ochenta.
En aquel momento yo tendría veintisiete o veintiocho años. Mi tercer libro ya estaba en la imprenta. Recibí una llamada de la Unión de Escritores para avisarme que había una autora canadiense, a la que nadie conocía, que había viajado a la isla con un grupo de turistas para observar aves en zonas inhóspitas. Estaban invitando a escritores que pudieran hablar inglés —yo me había licenciado en lengua inglesa— por si deseaban reunirse con ella de manera informal en el Ministerio de Cultura.
Cuando llegué, solo había nueve o diez personas. No puedo recordar de qué temas específicos habló, pero su conversación me produjo una gran impresión. Antes de irse, dejó sobre la mesa varios ejemplares de sus libros a modo de regalo. Ninguno de los presentes se mostró interesado, pero yo me llevé siete libros: cinco novelas (The Handmaid’s Tale, Life Before Man, Lady Oracle, Surfacing y The Edible Woman) y dos libros de cuentos (Bluebird’s Egg y Murder in the Dark).
Su prosa era una de las más hermosas que hubiera leído. Repasé muchas veces los textos de Murder in the Dark para entender cómo se las arreglaba para dibujar imágenes tan precisas, a veces crueles, con una delicadeza extraordinaria.
Traduje algunos de esos cuentos (publicados en la revista Unión, en 1986) con la intención de conseguir en español el mismo efecto de los originales en inglés. Fue un ejercicio que, de alguna manera, dejó una huella en mi estilo. Creo que me ayudó a encontrar mi voz.
A partir de las nuevas teorías cuánticas según las cuales la esencia del universo no es la materia ni la energía, sino la información, ¿estamos a punto de descubrir que la vida es literatura?
Todo es posible. Seguramente el universo no es lo que imaginamos. Es posible que su esencia esté ante nosotros, pero no hemos podido entenderla porque estamos demasiado ocupados en conflictos inútiles. ¿Quién sabe si no somos más que una leyenda iniciada por una barda de otro universo, como imaginé en Fábulas de una abuela extraterrestre? Quizás solo seamos una historia que algún día será descartada como algo inútil porque nosotros, sus protagonistas, hemos malgastado un argumento que pudo ser maravilloso.
Daína Chaviano nació en La Habana. En 1979 recibió el Premio David de Ciencia Ficción por ‘Los mundos que amo’ (1980). Ha publicado, entre otros libros, ‘El hombre, la hembra y el hambre’, ‘La isla de los amores infinitos’ (récord de novela cubana más traducida de todos los tiempos con ediciones en 27 idiomas) y ‘El abrevadero de los dinosaurios’. Ha recibido diversos galardones internacionales, entre ellos el Premio Anna Seghers (Academia de Artes de Berlín, Alemania, 1990); el Premio Azorín de Novela (España, 1998) y el Premio Internacional de Fantasía Goliardos (México, 2003). Reside en Miami.