El control general que establecen las autoridades cubanas sobre el sistema editorial, los espacios promocionales, las agendas de viaje y cuanto acontezca en el plano artístico-literario en Cuba, reúne a muchos escritores en una especie de mafia que algunos prefieren llamar clan, piña y otras definiciones que significan lo mismo: “Grupos de interés”.
Aunados por amistad, afinidades estéticas, políticas, generacionales, raza, orientación sexual o sólo por acceder con ventajas a determinada oportunidad editorial, espacio de influencia o prevalencia en el enrarecido mercado literario cubano, los implicados en esta guerra de intereses defienden a como dé lugar los grupos elegidos para su realización personal.
En un país donde todo se mide por el denominador común de la incondicionalidad al régimen, estos grupos, ungidos de cuantas artimañas les permiten dejar fuera o descalificar a los demás, conviven sin demostrarse pública animadversión, pero a solas se ponen zancadillas, sacan los trapos sucios y se valen de su espacio ganado a cualquier precio para que sus obras, estilos, formas y temas sean referentes literarios en la nación.
Por eso es que las mafias literarias cubanas, más allá de sus ambiciones o su visión de la literatura nacional, se reparten el control, participan en la presentación de un libro y hasta comparten el jurado de un concurso que sabe de antemano quién ganará, u organizan una antología de cuentos o poemas donde aparecen integrantes de cada grupo a partes iguales, como un pacto de honor entre autores mediocres que velan por los intereses del clan.
Desde hace años, y en los corrillos de amanuenses, arribistas, creídos y demás integrantes de las diversas tendencias literarias que recorren mojito en mano los jardines de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), entre otros sitios de interés cultural, surgen cuatro denominaciones para “caracterizar” a cada grupo en el abrevadero literario nacional.
En la primera, bautizada como Escuela del realismo “sociolista” (también llamado por sus rivales Pene Club), se agrupan machistas y egocéntricos que se autodenominan realistas, “ocupan puestos claves en revistas, editoriales e instituciones promocionales del país, y desprecian al resto de las modalidades de actualidad. Su tótem es Mario Vargas Llosa”.
Por oposición natural, la segunda se denomina La mafia rosa, y la principal característica de sus correligionarios es la homosexualidad. Defienden la literatura fantástica y el absurdo y sus obras giran en torno al sujeto gay, en busca de un sitio en la sociedad. Se muestran beligerantes, hasta el escándalo, con su contraparte del Pene Club. Su ídolo es Virgilio Piñera.
La tercera es denominada La colonia negra, porque “agrupa a los individuos de esta raza unidos para hacer valer sus derechos preteridos en una masa mestiza que anhela, a toda costa, pasar por aria, nórdica, eslava o latina, al decir de sus voceros”. Ejercen la literatura como una provocación conceptual, deconstructivista. Su ángel tutelar es Severo Sarduy.
En último lugar, La escuela de las mujeres, a quienes los del Pene Club llaman El Clítoris Hall, o Hell, debido a la veleidad de sus demandas, y a un feroz feminismo que preconiza el discurso genérico cual aparato para granjearse áreas de empuje sociocultural, y al ímpetu que emplean con tal de lograr sus propósitos. Su ídolo es Simone de Beauvoir.
Estas y otras calificaciones escuchadas en tertulias, exposiciones y bares; o leídas en polémicas publicitadas en revistas literarias (Yoss), y libros como Cuestiones de agua y tierra (Jesús David Curbelo), nos muestran el panorama interior de una literatura excluyente, dividida y censurada que perdió su influencia en el acervo cultural de la nación.
Una primera versión de este artículo fue publicada en 2015 en Neo Club Press