¿Qué esperan los cineastas decentes de Cuba para levantarse contra la bestia?
Recuerdo el horror de palabras que el Innombrable emitió al enterarse de que se estrenaba en un Festival de Cine, en Europa, el filme Guantanamera. Y recuerdo a la locutora de Radio Progreso, que mientras Tomás Gutiérrez Alea agonizaba decía su parrafada oficialista versus cineasta.
Pero siempre hubo y parece que sin remedio miles de ojos vendados ante la idea de que el país fundó un Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano con la intención de dignificar a los cineastas y espectadores del Tercer Mundo. Por eso hemos visto las lluvias de alabanzas, cuando desde el primer instante debió pronunciarse la condena por tratarse del país que más filmes ha prohibido a sus artistas en toda la historia del cine.
Tres célebres de nuestra cinematografía (Gutiérrez Alea, Humberto Solás y Daniel Díaz Torres) se fueron de este mundo con al menos un filme prohibido. Filmes que la televisión y las salas de exhibición cinematográfica se negaron a pasar.
Desde mi adolescencia, cuando vi los primeros momentos del Festival, supe que era otra de las tantas trampas tejidas con argucia para atrapar a las almas incautas. Y supe que no habría respeto a la libertad de creación, a la libertad de pensamiento y acción, ni siquiera hacia los más reconocidos intelectuales.
Ahora vuelven como nunca, a los ojos de todos, los odios de la militancia PCC por cuanto huele a libertad, más que nunca lanzándose indecente e impunemente contra todo lo que huele a hombre libre.
En el peor de sus intentos de criminalizar el arte y vida de los hombres libres, el desatino del periodismo oficialista ahora se anuncia contra Miguel Coyula, un hombre que personifica el decoro del cine cubano, mientras Humberto López (representante en grado sumo de lo que me responsabilizo en calificar de “periodismo del crimen”) es la resurrección del Leopoldo Ávila, quien atacó a las figuras más prominentes de la literatura cubana de las primeras décadas de lo que alguna vez fue una revolución. Él decidió salir de las páginas que creíamos dormidas de la revista Verde Olivo al tiempo que nos han desempolvado a Farvisión en la TV. Tenemos un país demasiado militarizado y, aunque no del todo, de cine mudo.
Estamos viviendo los momentos más cínicos, oprobiosos y criminales del periodismo. Asistimos a la peor imagen que un país puede dar de sus profesionales de los medios de difusión. Basta con ver sus rostros adustos y resabiosos día a día en el NTV, donde para colmo de males se justifica al ministro que agrede a un ciudadano, desencadena con ello dramáticos momentos de violencia, se autotitula paladín del diálogo y, como premio, recibe vítores por parte de las instituciones encargadas de defender el arte y la cultura de la nación, las que de balas contra Martí declaran públicamente que no existe el «con todos y para el bien de todos» a la hora del intercambio cívico.
Pretenden borrarnos de la Historia. Es urgente documentar que le pertenecemos a la esperanza. ¿Qué esperan los cineastas decentes de este país para levantarse contra la bestia? ¿Qué esperan?
¡Qué Dios ampare a Cuba!