“Nos vemos, Trilce”. Estas fueron las últimas palabras que le escuché, en persona, al escritor cubano Carlos Victoria. Iban dirigidas a mi hija, el 1 de enero de 2007, en el estacionamiento del condominio Horizons de la avenida 107, en Kendall, Miami.
Pero no nos vimos más.
Durante el 2007 continuamos hablando por teléfono y comunicándonos mediante el correo electrónico —yo entonces vivía en México—. Quizás por marzo demoraba su respuesta a mi último mail. Mi preocupación cesó cuando me llamó por teléfono, un domingo, a la redacción de Newsweek en Español, que se editaba en el país azteca y donde yo trabajaba. Se trataba de que “uno va dejando las respuestas para luego y eso es lo que me ha pasado, así que mejor hablamos…”, me dijo entonces.
Posteriormente hubo otro silencio de su parte, este sí largo. Insistí mediante el correo electrónico. No hubo respuesta. Llamé por teléfono y dejé un mensaje de voz en el cual le hacía llegar mi preocupación.
Luego, mediante la prensa, llegaría la mala noticia.
Su bondad, su estoicismo ante la adversidad impuesta no por el azar, sino por los caníbales del pensamiento, los “ideologistas”, los progresistas convertidos en retrógrados, permanecerá patentizada por quienes lo conocieron y, mucho mejor, por quienes han leído y habrán de leer su obra.
Si bien su novela La travesía secreta con razón está considerada uno de los más altos exponentes del género en la literatura cubana, siempre me pareció, me parece, que él era superior en el cuento.
A raíz de la publicación, en 2003, de El salón del ciego, un volumen con tres cuentos y tres novelas cortas, publiqué una nota en la revista española Ariadna, donde consta: “Con encomiable coraje y tesón —que no son sinónimos, valga aclarar, y sí condiciones indispensables del escritor de garra—, Victoria se lanza, en un solo volumen, a tocar asuntos, temas al parecer disímiles, encontrados, rozadores de las antípodas, pero que el autor, sorprendentemente, logra armar en un cosmos bien definido. O sea, para decirlo más claro: este volumen posee tres piezas de un género, tres de otro, pero es un solo libro. Un excelente libro”.
En el texto ´Un llamado a Manila´ se nos presenta un drama desgarrador, una especie de triángulo amoroso, sólo que únicamente una esquina del mismo está ocupada por una mujer. Este es un relato que ´eriza´ de principio a fin. Aquí Carlos Victoria aplica, quizás con más acierto que en los demás textos, esa habilidad que ya hemos referido: los planos temporales; así, suavecito, como el que no quiere la cosa, va cruzando y entrecruzando hasta alcanzar una filigrana que nos asombra por la pericia con que está armada”.
En mi primer viaje a Miami, en 2003, para asistir a la Feria Internacional del Libro, Carlos fue mi guía y mi consejero para una situación tensa que podría presentarse, y que así resultó.
Sería 2005 cuando él visitó su Camagüey natal y querida y allí fue objeto de la malignidad que suelen guardar los déspotas para quienes no inclinan la frente ante ellos.
A raíz de su muerte, el 12 de octubre de 2007, publiqué en el diario digital La Nueva Cuba, el día 13:
«Ahora podría cerrar diciendo ´En paz descanses´, o ´En paz Descanse´. Pero eso es una tontería: en ese otro lado nadie descansa. Es la nada física. La no existencia física. ¿Cómo podría alguien descansar cuando, ´materialmente´, no es nada? Desde ayer, en el territorio de lo tangible, eres sólo cenizas, ´polvo enamorado´. Mejor atenernos a que tú, tus libros, siguen en la pelea. Mejor confortarnos con que El salón del ciego –por sus altísimos recursos técnicos, por su tremenda carga humana, tu mejor libro en mi opinión, como dije, como escribí en su momento–, junto a los demás, seguirán sin descanso por mucho tiempo, guerreando por mucho tiempo.
«Nos vemos».
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