1- Augusto Monterroso, artífice de la brevedad literaria, se encontró cierta vez con un presunto lector, quien le dijo que estaba leyendo una de sus obras, El dinosaurio, que es justo el más famoso microrrelato de la lengua española, con apenas siete palabras. A Monterroso le resultó gracioso aquello de que “estaba leyéndolo”, pero con toda su seriedad de jodedor nato, tuvo a bien preguntarle al lector si le gustaba. Ante lo que éste respondió: “Todavía no lo he terminado, pero hasta donde leí, me gusta”. Quizás la anécdota sea ficticia, pero sirve para ilustrar una verdad de Perogrullo: los malos lectores, por más que les abrevies un texto, no lo leen completo, y menos aún lo entienden.
2- Soy un resuelto partidario de lo breve, tanto en literatura como en periodismo. Siempre que lo breve no venga asociado con lo mediocre, lo escaso, la falta de enjundia. Tampoco suscribo aquella frase de Gracián, hoy convertida en tópico: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. ¿Por qué dos veces? Lo bueno es básico. Independientemente del espacio que ocupe. La brevedad, en cambio, es un accesorio. Y es relativa. ¿Breve con respecto a qué? ¿Podría afirmarse que El Dinosaurio, con sus siete palabras, es dos veces bueno, y La broma infinita, de David Foster Wallace, con más de mil páginas, lo es sólo una vez?
3- Pues de eso se trata: de lo breve según qué y cómo y para quién. Lo mismo en literatura que en periodismo. Sentirse obligado a ser breve a contrapelo únicamente por complacer a los malos lectores, y a los vagos y lerdos que ocultan sus limitaciones utilizando como argumento el apuro con que se vive hoy día, y amparándose en la dinámica que imponen al lenguaje los nuevos medios de comunicación, creo que conceder tal prerrogativa es algo que demerita al que escribe y menosprecia al buen lector.
4- Así como la amplia extensión no es sinónimo de profundidad y documentación, la brevedad resulta insuficiente por sí sola para cubrir los requisitos de un texto ya no eficaz, ni siquiera de grata lectura. Con demasiada frecuencia los 140 caracteres de Twitter son escritos macarrónicamente. Y no menos torpe suele ser la redacción de la mayoría de los best sellers, que por lo general sobrepasan las 300 o 400 páginas. Sin embargo, constituyen legiones los lectores de ambos soportes. Gente de nuestros días, con la misma dinámica de vida e igual falta de tiempo libre. A ver cómo encabuyamos ese trompo.
5-Claridad, concreción, precisión, amenidad, destreza para estimular el poder de análisis y entendimiento, así como la imaginación del lector, y también su disfrute. Creo que son algunos de los componentes que no deben faltarle al producto de quien escribe, sea como exitoso escupidor de mamotretos con gran demanda editorial, o como cronista para un medio digital de información. Lo demás será siempre lo de menos. El medio debe moldear a sus lectores tanto como el lector moldea al medio con sus demandas. Y si llegáramos a un punto (de miseria intelectual) en que esta balanza se fuera de un solo lado, el del lector, entonces habrá llegado también la hora de cambiar las reglas del juego para la prensa. Las variantes ya están previstas. Y ninguna contempla la desaparición del periodismo profesional, como presagian ciertos agoreros. Mientras quede una pizca de civilización sobre la tierra, existirán los medios profesionales de información, con sus breves notas, sus artículos y con sus columnas de opinión, que no precisamente por breves constituyen el plato fuerte de la gran prensa estadounidense hoy mismo.
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