De Bebo Valdés, uno de los pianistas más importantes que ha dado Cuba, uno de sus grandes músicos de todos los tiempos, apenas si se habla en las calles y medios de difusión masiva en la Isla. Una leyenda viva de la música insular prácticamente desconocida para la inmensa mayoría de la población cubana.
Mucho se ha hablado de Bebo fuera de Cuba, al punto que uno se pregunta: ¿Y por qué no dejar que Bebo hable de sí mismo? Así fue como se me ocurrió ensamblar esta especie de collage de fragmentos de entrevistas concedidas por el pianista y compositor a varios medios y periodistas de distintos países. Pero antes recomiendo leer esta breve síntesis de su biografía:
Bebo Valdés nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, unos pocos kilómetros al sur de La Habana, y falleció en Estocolmo (Suecia) el 22 de marzo de 2013. Comienza su carrera profesional como pianista de la orquesta de Julio Cueva, y poco después colabora con la orquesta de Armando Romeu en el cabaret Tropicana. Deja Cuba en 1960 y, tras una gira europea con los Havana Cuban Boys, decide exiliarse en Estocolmo, Suecia, en 1963. Luego de casi treinta años alejado de los focos, tocando el piano en hoteles y teatros suecos, el 25 de noviembre de 1994 Bebo recibe una llamada de Paquito D’Rivera, quien le invita a grabar un nuevo disco en Alemania; reinicia entonces su carrera internacional con la grabación de “Bebo Rides Again”. Sus dos primeros premios Grammy fueron obtenidos por ‘El arte del sabor’, junto a Cachao, Patato y Paquito d’Rivera, y ‘Lágrimas negras’ –que firmó junto al cantaor flamenco Diego El Cigala—, elegido por Ben Ratliff, crítico de The New York Times, como mejor disco del 2003. En total, Bebo mereció siete Grammys.
Hecho el preámbulo, las palabras del artista:
“Estuve un tiempo en Miami antes de venir a Europa. Lo que pasa es que en México trabajaba para Hispavox, donde le hacía los arreglos a [los cantantes chilenos] Monna Bell y Lucho Gatica; y de ahí me mandaron a trabajar a un festival en Madrid. Yo quería conocer Europa, porque tenía más de cuarenta años y nunca había estado allí. Luego llegué a Helsinki y conocí a la que es mi esposa, en el año 62. Cuando vino la crisis de los misiles, mis amigos cubanos me dijeron: “Olvídate de Cuba, ya no hay esperanza de volver; mejor cásate y quédate por aquí, que éste es un buen país”. Eso hice, y me salió muy bien, porque llevamos 42 años casados, y acá tengo hijos y nietos, así como mi casa y mi pensión. Si sigo trabajando es porque me gusta hacerlo, no por necesidad” (entrevistado por Sergio Burstein).
“En Cuba pasaron cosas en lo que tiene que ver con la música. Una de las que más me sorprendió fue el comienzo de los Irakere de mi hijo, en el año 73. Y las estrellas como Paquito y Sandoval y el pianista este… cómo se llama… uno que es mulatico, muy bueno, que era competidor de Chucho, más o menos de mi color… Gonzalo Rubalcaba. Emiliano Salvador también fue muy bueno, pero prácticamente no salió de Cuba” (entrevistado por Pablo Larraguibel).
“A mí el dinero no me importa ni cojones. Nunca me ha importado. Yo quiero hacer mi trabajo, que me dé para comer y para ir aquí al lado, y ponerme un traje cuando yo quiera. Y aquí una casita o lo que sea. Pero ser esclavo, no. Yo tuve dos tíos, Rufino y Agustín, que fueron a la guerra con Maceo y cuando volvieron en 1898 nunca se habían puesto un par de zapatos ni se habían acostado en una cama. Dormían en el suelo. Eran esclavos y se fueron como cimarrones con un machete porque les echaban a los perros. Cuando vi que tumbaban caña todo el día, que no sabían ni leer ni escribir, y que los explotaban en la hacienda, yo le pedí a Dios una cosa: Dame para dar y no me dejes pedir nunca jamás. Y todos los años mando dinero a Cuba. Lo he hecho toda mi vida. Yo no puedo dejar de ayudar a mi gente” (entrevistado por Carlos Galilea).
“En ese tiempo (los años sesenta en Cuba) se empezaron a dar las cosas así. Si tú tenías una orquesta, te imponían a alguien dentro. “Pero si tú no eres músico, ¿cómo tú me vas a enseñar a tocar piano?”, preguntaba. Y te podían decir: “Óigame, hágame un arreglo para esta tarde que va a cantar fulano”, y no te quedaba más que decir: “¿qué es eso?, ¿qué tú estás diciendo?”. Esas cosas no son comprensibles. Así yo no podía seguir. Yo entiendo las cosas como son. Cada cual tiene sus razones. Pero para mí es inexplicable. Yo soy un hombre democrático totalmente. Mientras tú no infrinjas la ley, haz lo que te dé la gana y lo que tú quieras. Ahora, no me obligues a mí a hacer lo que tú haces. Eso es todo” (entrevistado por Pablo Larraguibel).
“Donde quiera que esté un hijo mío, seguirá siendo mi hijo; ahí no vale la política. Dejé de ver a Chucho durante dieciocho años, porque él no iba a los lugares a los que yo iba. Después del año 78, empezó a ir a Estados Unidos todos los años. Tanto él como yo hicimos al lado de esa nieta un concierto a tres pianos en Tenerife. Y hace sólo unos días, para celebrar que yo cumplía 87 años y él 64, Chucho y yo dimos juntos un concierto de dos horas y media en España. Cuando yo me fui de Cuba, Chucho era mayor de edad; a los 16 años ya era un señor pianista, y tocaba en mi orquesta Sabor de Cuba. El empezó con el piano a los cuatro años, y durante diez tuvo como maestro a un profesional extraordinario que le dio toda la educación que yo no pude tener” (entrevistado por Sergio Burstein).
“Yo podría ir a Cuba mañana si quisiera. Lo que no quiero es ir al “régimen” de Cuba. Yo soy un hombre libre y debo hacer lo que quiero y cuando quiero. No obedezco a nadie porque soy mayor de edad ya. Para mí, según mi manera de ser y de pensar, un pueblo debe tener su Constitución. Yo tengo la mía, hay dos incluso, las de 1940 y 1902, pero en Cuba es como si no existiesen. Si eso no existe en Cuba, yo no puedo ir a un país donde no tenga ninguna seguridad. No soy político, ni de izquierdas ni de derechas, no te hablo de política. Es por eso que no voy a Cuba, no por otra cosa. No voy por el régimen” (entrevistado por Diego Salazar).
“Yo quiero tocar hasta que me muera. ¿Qué voy a hacer metido en mi casa? Me meto en casa por mi mujer; si no, me voy para la calle a caminar, a hacer lo que me dé la gana, pero la quiero cuidar porque no se siente bien. En los tiempos malos se portó muy bien. A veces yo estaba un día o dos sin comer. Le daba lo poquito que entraba y le decía que ya había comido con fulano. Ella estaba esperando un niño y yo no quería… ¿Quieres que te diga algo? A mí ella todavía me gusta” (entrevistado por Carlos Galilea).