Así es la vida

(Prólogo al poemario Una abeja moribunda en la hierba,
de Andrés E. Díaz Castro, Editorial Dos Islas, 2023)


 

Todo sugiere que los seres humanos padecemos una suerte de presbicia respecto de aquello que nos afecta más directamente. Esa podría ser la causa (o una de ellas al menos) por la que cada autor suele ser el peor crítico de su propia obra, incluso si posee un buen detector de eso que decía Hemingway. Es lo que me sucede con la poesía de Andrés E. Díaz Castro. Crecí, maduré y envejecí en contacto con su modo de hacer y de pensar.  Y aunque no siempre hemos coincidido, sí siempre hemos “trabajado” juntos cada idea, tanto de los conceptos como de las formas. Y de esa manera también es  como nos hemos relacionado con la literatura en general, y con el hecho de escribir en particular.

Lo  cierto es, para resumir, que utilizamos enfoques estéticos o formas distintas, pero por lo demás perseguimos lo mismo. Es decir, no existe la distancia en lo que el escritor José Hugo, refiriéndose a nuestro modo de hacer, llama muy acertadamente “vocación creadora” y “destino sombrío”,[1] pero sí la que se refiere al estilo. Y es por eso que me siento con la capacidad mínima para hablar al menos de ese elemento y de lo que Andrés transmite con él.

Es indudable que en el presente libro (Una abeja moribunda en la hierba, Editorial Dos Islas, 2023) ese modo de hacer ha madurado. Su objetivo, en cuanto a estructura —consciente o no—, es el de la economía. La poesía como vía de abarcar totalidades en un puño… absolutos en un grano de arena. Una suerte de aproximación al haiku japonés, pero sin el corsé de las famosas diecisiete sílabas rígidamente ordenadas. Se trata, pues, simplemente, de poemas breves escritos con la libertad estructural que esa brevedad tolera. Un reto difícil. En poemas de pocas (a veces poquísimas) palabras, cada una adquiere una carga semántica que la convierte en especial. Si sobra o falta alguna, inclusive una parte de ella (una sílaba), salta enseguida como un defecto sonoro o de sentido que afecta a todo el (pequeño) edificio. Es como cuando se arma un castillo de naipes: un simple desliz y ¡PAF! Todo se desploma.

Pero —es lo que vengo a decir—, Andrés logra sortear con destreza ese peligro. Domina a la perfección ese difícil arte del “miniaturismo literario” sin que ello conlleve perjuicio alguno para la belleza y la profundidad reflexiva. “Belleza” y “profundidad reflexiva”, esos dos atributos sine qua non de la buena poesía.

Pero dejemos que cada lector, con la perspicacia y sensibilidad propias, perciba esa belleza en los paisajes sugeridos, en las luces, en las noches, en las lluvias, en los bosques, en los árboles secos, en “el pájaro que amanece”… Y digamos algo de lo menos evidente: esa “profundidad reflexiva” antedicha,  que es lo que no todos los ojos (en especial si no son lo suficientemente “avisados” o “entrenados” o “pacientes”) perciben. Porque en la poesía de Andrés no hay nada que sea exclusivamente ornamental. En un poema tan breve, como he dicho, no cabe ese “lujo”; en un poema tan breve cada elemento tiene que ejercer (por así decirlo) el multioficio; cada elemento debe significar y, a la vez, aportar cuerpo y/o armonía al conjunto. Con otras palabras: necesita interactuar sin la más mínima fisura (y hacerlo en la totalidad de sus funciones: la semántica, la musical y la “arquitectónica” o de diseño) con todos y cada uno de los elementos restantes. Quizá en ningún otro tipo de procedimiento poético se le exija tanto a cada palabra, a cada signo… a cada espacio.

Una abeja moribunda en la hierba es, verso a verso, un modelo de esto. Basta con un ejemplo para comprobarlo. El libro abre de este modo:

La
mejor

huella
es

la que se borra
con un golpe de aire.

(“El encanto de lo efímero”)

Texto y título, como puede verse, se complementan para cerrar el sentido. Un modo certero (y redondo) de reflexionar, o de alentar a que se haga, respecto de algo tan sugerente como es el concepto de “efímero”. ¿Cuántas páginas se han escrito sobre lo efímero del amor, lo efímero de la juventud…, lo efímero de la vida)? Sin embargo, Andrés pone todo ahí, en ese pequeño y perfecto artefacto de (si consideramos el título)  dieciocho palabras. A lo que añadimos el lado estético: la bella imagen de esa huella que se borra con un golpe de aire. ¿Junto al mar; en una de las dunas que abundan en la isla donde vive el poeta; o la huella y el golpe de aire como símbolos de la acción del ser humano y la adversidad de la naturaleza que se le resiste? En fin.

Al citar este texto he querido además poner el acento en el otro factor relevante de esta poesía: la implicación filosófica a que he aludido. Su preocupación (me refiero a la preocupación del poeta como poeta-filósofo) por entender. Esta voluntad indagatoria hace que el título mismo del conjunto y todos y cada uno de sus poemas contengan esa densidad reflexiva que, al final (y en conjunto) termina por reflejar lo que posiblemente sea (y disculpen que suene a lugar común) el “espíritu de nuestra época”. En alguna parte leí hace poco esta tentativa de síntesis: “El siglo XXI trae grandes cambios tecnológicos, guerras, la covid y desastres por el cambio climático”. Desde luego, no está mal, pero se refiere solo al escenario, únicamente describe los fenómenos que se suceden en él, habla nada más de la obra que se escenifica, en ningún caso de lo que sucede en el patio de butacas donde el público asiste a lo que acontece, no solo como espectador. Porque al hablar de la vida global que vivimos simultáneamente los contemporáneos, hablamos en realidad de “teatro interactivo” con una inmersión absoluta del público. Y perdonen que, sin más, me haya visto arrastrado al tópico platónico del Theatrum mundi, pero es necesario.

Andrés —es lo que vengo a decir— se cuestiona constantemente el porqué vivimos. Y en ese cuestionamiento van también las dudas sobre asuntos tan viscerales como la Verdad (que según Cioran, por solo citar a un buen pesimista, “no existe” o, según otros menos negacionistas, existe, pero de forma transitoria o fragmentaria, con lo que en cualquier caso se cuestiona la existencia de verdades transversales como las ideológicas o las religiosas); la Muerte (Venidos de la muerte / habitamos años / de deliciosa inmortalidad…); la Identidad (Soy / lo que me hacen  /y lo que me hago /ese boceto /de nadie / de todos /en el lienzo /del camino.)… En fin, casi todos, si no todos los asuntos neurálgicos que han ocupado y ocupan la mente humana. Lo que, a fin de cuentas, permite nos visualicemos como el sujeto que probablemente somos: un sujeto abrumado por el sinsentido y la duda, sí, pero no aterrorizado ni necesariamente infeliz. Un sujeto, quiero decir, que vive una vida que no logra entender (que quizá nunca entenderá, o entenderá mal, o solo creerá haber entendido), pero que observa arrobado la luz que, si bien no disipa el misterio porque ella misma es un misterio, sí que lo hace más tolerable.

Para que se entienda mejor los dejo con el poeta. Se trata del último poema, ése que de alguna manera ha venido “filtrándose”, como una sutil inferencia, desde el primer verso:

…y entonces
blancas mariposas
sobrevolaron las cenizas

Mira
le dije
al otro que miraba

Así es la vida.


[1]    “Faisán entre los matorrales”, Puente a la Vista, 29/09/2020.

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Abel Germán
(1951). Ha publicado poemas, artículos de opinión, reseñas de libros y una novela. Los artículos y las reseñas han aparecido en diferentes medios, sobre todo digitales y en Newsweek en español, así como en los libros “Tormentas de nieve en un cometa” (Editorial Dos Islas) y “La calidad del veneno” (Editorial Primigenios). Los poemas se han publicado en los libros: "El día siguiente de mi infancia" (Editorial Letras Cubanas); “El silencio que dicen" (Editorial Primigenios); “Soñar como es debido con una flor azul”; “Si acaso 3 cuervos” y “A la eternidad en punto” (Editorial Dos Islas); “Il silenzio che dicono” (“El silencio que dicen”, versión italiana, Edizione Il Foglio) y, en colaboración con su hermano Andrés E., “Galopes compartidos” (Asociación Abra Canarias Cultural), y las plaquettes “Cubo de Rucbick" (Ediciones Unión) y "Curiosidades" (Ediciones Extramuros). La novela “Frontera Azul” fue publicada por la Editorial Primigenios. Hay poemas suyos en las antologías: "Cuba: en su lugar la poesía" (México), "Usted es la culpable" (Editorial Abril) , “Siempre la vida” (Extramuros), “Flores de Youtan Poluo: Colección de César Curiel” y “Pájaro que lleva en su pico la jaula” (Editorial Dos Islas). Vive en España.