Dice el crítico Jorge Rodríguez Padrón que toda poesía debe tener una base de religión, entendiendo dicho término a partir los dos étimos latinos que constituyen esa palabra: religare (unir lo que estaba roto) y relegere (leer de nuevo o leer con la memoria de lo escrito a lo largo de todo el proceso de la poesía desde su génesis a la actualidad). Esta religión, cuyo fin ya no es la simple comunicación con la comunidad humana, sino una suerte de comunión total con la misma, aparece claramente a lo largo de Poesía para el único día nuestro, este poemario de Odalys Interián recientemente galardonado con el Premio «Dulce María Loynaz» de poesía.
Escribir es un acto de fe para Odalys que va desde el más profundo desasosiego por el desarraigo y el exilio, pasando por una crisis de valores ya en el lugar de acogida y llegando (cómo no) a la esperanza que solo se puede hallar en Dios y en el amor. Una especie de ascesis muy propia de la poesía de Odalys Interián que la diferencia de las demás poéticas del mismo tema y localización geográfica e histórica y, por ende, la singulariza, le da su sello de autenticidad. Sin entrar en cuestiones de ortodoxia o heterodoxia cristiana, sino en hechos estrictamente poéticos, me atrevería a afirmar que este Dios de nuestra poeta no es el de los dogmas, sino que tiene mayor similitud (y sus diferencias) con el concepto de Dios que refleja Rainer Maria Rilke en El libro de horas. Dicho con mis palabras: «el dios de los dejados de la mano de dios». Así pues, todo el poemario transcurre como si de un libro de horas u oraciones se tratara. Ese intimismo, esa utilización de la primera persona del singular (sujeto lírico directo), apoyan lo dicho. También ese dios-lector que completaría el acto de la creación poética.
Poesía para el único día nuestro no solo revela el drama del exilio cubano (interior y exterior), sino que este se prolonga a la memoria universal del ser humano a través de esta poeta llamada Odalys Interián. Sin embargo, teniendo en cuentas que los límites de los géneros en la literatura actual (conscientemente) no están delimitados, los poemas de este libro jamás entran en la nostalgia muy común de trazar lo épico (tampoco lo ideológico), pues jamás abandonan el sentimiento lírico y mucho menos el sentido del poema. Así, Interián logra armar una simbología propia relativa al dolor –que parece ser el eje temático de la obra–. Singularidad no desvinculada de esa memoria histórica y poética.
Poesía para el único día nuestro es un libro sobre ese temblor de la Humanidad ante el miedo y el dolor (que aquí se concretan en exilio y diáspora) del que hablaba Jacques Derrida en su artículo «El temblor», leído póstumamente por su viuda en una sesión de la UNAM. El único día nuestro puede ser el de nuestra vida, de nuestra muerte, de nuestro amor, que son las tres heridas de Miguel Hernández.
Por último, hay que destacar, por supuesto, que Odalys Interián se manifiesta como poeta insular y, aunque no esté en Cuba por las razones expresadas, ahí están la añoranza y el desgarramiento de salir de esa isla-madre. Si nuestro poeta canario Pedro García Cabrera decía «Un día habrá una isla/que no sea un silencio amordazado. / Que me entierren en ella, / donde mi libertad dé sus rumores/ a todos los que pisen sus orillas», encuentren ustedes esa isla, mujer, madre, fe, destino y esperanza llamada Poesía para el único día nuestro.
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