Hoy, 26 de julio de 2020, nos llega la mala noticia: murió, a destiempo, y de improviso casi, allá, en La Habana, Sigfredo Ariel, Sigfredito, como lo llamaba la mayoría.
Siempre que muere un poeta, odio más a los tiranos. Y de nuevo busco hacia atrás en el tiempo, y no hallo, no hallo a un tirano que haya resultado un poeta al menos un poquito sobresaliente.
La poesía, la verdadera poesía es el antónimo de los dictadores, los oportunistas, los “revolucionarios de última hora”, los ultrapendejos.
En mi opinión, es con Las primeras itálicas (1997) que Sigfredo levanta el vuelo poético que lo convertiría en uno de los más destacados de su promoción.
Frank Abel Dopico (también fallecido a destiempo), Sigfredo Ariel, Arístides Vega Chapú (1964) y Norge Espinoza (1971) resultan un cuarteto de poetas de raza nacidos y criados —y criados, que esto es muy importante— allá, en la ya lejana quizás para siempre, ciudad de Santa Clara.
A continuación, un poema que escribí en 1989, que explica lo mucho que podría decir en esta nota, en cuya dedicatoria consta Sigfredo Ariel.
Oración por un joven poeta de provincia
A Arístides Vega Chapú
Heriberto Hernández Medina
Joaquín Cabeza de León.
Sigfredo Ariel
Madre Poesía, no permitas
que ese humo de estraza lo disloque,
esos hipocuervos miren por sus ojos,
esos festones de terciopelo
hagan sus colores.
No permitas
que esos loros clandestinos
digan sus palabras, ni dejes
que escuchen las suyas.
Ampáralo de los cancerberos y guardianes
que tienen la celda y las cadenas listas.
Líbralo de los moscardones que esculcan sus papeles.
Escóndelo, Madre, debajo del pétalo que Aquellos desconocen.
23 de julio de 1989