No me gustan los análisis academicistas sobre literatura. Es un prejuicio que no me avergüenza y del cual espero no arrepentirme nunca. Pero a veces no queda otro remedio que leerlos, sea por curiosidad o por distraída autoflagelación. Es lo que acaba de ocurrirme con “Nieve sobre La Habana: El ideal soviético en la cultura cubana pos-noventa”, un examen de Damaris Puñales-Alpízar, soporífero para mí gusto, a pesar de que aborda un asunto que verdaderamente ha estado demandando la atención de nuestros críticos durante mucho tiempo. Sin embargo, justo por el interés que supone el tema, creo que este estudio merecía otros enfoques menos maniqueos y traídos por los pelos.
No voy a referirme a la totalidad del contenido, pues gasté toda mi paciencia en su lectura, así que ya no me alcanza para abordar cada uno de sus desaciertos, o los que yo considero como tales. Además, el texto aparece íntegramente en Internet. De modo que aprovecho para recomendar su consulta. En cuanto a lo que a mí concierne, me detendré apenas en una arista, la que más me llamó la atención por su carácter francamente disparatado.
A la hora de relacionar las obras de escritores cubanos que deben ser alineadas con la infausta etiqueta de realismo socialista, Puñales-Alpízar no sólo incurre en el dislate de incluir la novela Con tu vestido blanco, de Félix Luis Viera, sino que, para más inri, intenta establecer paridades entre esta brillante obra y la muy mediocre La última mujer y el próximo combate, de Manuel Cofiño. Luego, como si no fuera suficiente, coloca la novela de Viera dentro del mismo saco de otros engendros iguales o peores que el de Cofiño: “Como ideología artística –dice–, el realismo socialista tuvo buenos ejemplos no sólo en estas dos obras, sino también en otras como Cuando la sangre se parece al fuego, de 1975, del mismo autor (Cofiño); Los negros ciegos, de 1971, y La brigada y el mutilado, de 1974, ambas de Raúl Valdés Vivó, así como en muchas de las novelas policiales o de espionaje y de ciencia ficción publicadas desde principios de la misma década”.
A fuerza de ser disparatadas, hay no pocas sustentaciones en este docto bodrio que llegan a resultar divertidas. Otro ejemplo: al mancornar nuevamente la novela de Cofiño con la de Viera, se afirma que “en ambas los proyectos sociales colectivos están por encima de las aspiraciones personales de los personajes protagónicos, que sacrifican sus vidas ―para que siga viva la esperanza de un hermoso porvenir‖…”. O cuando se equipara el estilo de Viera, que yo considero singular y ajeno a toda escuela o norma o dogma, con la pobreza del quehacer de Cofiño para concluir que: “En ambos casos, la literatura está cumpliendo una de las funciones ideológicas que le atribuía el gobierno revolucionario: llegar a más personas, no ser elitista o excluyente y sobre todo, dar cuenta de la realidad social cubana”. ¿Error u horror? Deben ser más bien los dos juntos, pero según este concepto por el que Puñales-Alpízar coloca el lenguaje de Con tu vestido blanco “cumpliendo una de las funciones ideológicas que le atribuía el gobierno revolucionario”, podríamos incluir fácilmente en la lista del realismo socialista a una buena porción de las grandes novelas que se han escrito sobre la tierra en todas las épocas.
Uno llega a preguntarse si la respetable académica habrá leído ciertamente la novela de Viera, o si acaso la tragó sin masticarla, postergando la rumia para más adelante, después de sustentar su tesis con algún que otro apurado mordisco. Es algo que lamentamos sinceramente, pero no cabe pensar otra cosa ante aseveraciones tales como que el protagonista de Con tu vestido blanco es la prefiguración del hombre nuevo imaginado por el Che, o que el cambio que opera en su conciencia durante el desarrollo de la trama le permite entender las injusticias sociales y sumarse a los que luchan por combatirlas.
Y ni hablar de la lectura que realiza Puñales-Alpízar en torno a varios de los personajes más logrados de la novela de Viera. Pongamos a Iztinio el Toro, homosexual querido y respetado por todos debido a su ejemplar conducta ética. Pero la analista asume ese respeto como una “posición coherente” del autor de la novela “con la postura que sobre la homosexualidad se adoptó en Cuba desde la Declaración del Primer Congreso de Educación y Cultura, en 1971, y con la filosofía positivista con que era tratado el tema desde principios de la Revolución”. No menos festinada resulta también su lectura acerca del papel de ciertos personajes femeninos, toda vez que aquí, según Puñales-Alpízar: “Como en La última mujer y el próximo combate los personajes femeninos apenas son sombras que cruzan la novela; no tienen voz propia y de ellos sólo sabemos por referencias…”.
Para el remate, aunque dejo en el tintero muchos otros despropósitos con las que esta señora se afana en hallarle la quinta pata al gato, cito su risible afirmación de que la novela de Viera “se inscribe, además, dentro de las características preconizadas en la Declaración del Congreso de 1971: un arte que reflejara la ―moral combativa del pueblo cubano, y que tuviera un valor político como instrumento en la lucha contra el ―enemigo”.
Me disculparán la pereza, pero para no aburrirme ni aburrir rebatiendo una a una tantas barrabasadas (en cuya insustancialidad radican las mejores razones para su descrédito), he preferido entresacar algunos breves fragmentos del capítulo tres del libro La explosión del cometa, dedicado a la brillante obra literaria de Félix Luis Viera. Ojalá sean suficientes. Pero en cualquier caso siempre queda para cada lector la posibilidad de estar de acuerdo o no con lo que argumentan, después de haber leído o releído la novela en cuestión.
Con tu vestido blanco se inicia con una bronca entre dos adolescentes, dos amigos, que se disputan a puñetazos la prioridad por recibir los “favores sexuales” de una burra. Dado que esta escena es la cara con que la novela se presenta ante el lector, tal vez podría ser interpretada como un golpe de efecto gracioso, o escatológico incluso, que estimule el interés por continuar leyendo. Yo la interpreté como una tentativa del autor por mostrar desde las primeras páginas el propulsor de la trama, el cual no es otro que la concatenación entre las causas que rigen el destino de los protagonistas –en la adolescencia y primera juventud– bajo una situación de franca supervivencia, obligados a ir conociéndose a sí mismos y comprendiendo el medio que los circunda a través del instinto, ya que no disponen de otras previsiones. Más que identificar a los personajes por la luz que despiden, en esta obra los conoceremos por las sombras que van dejando atrás.
Básicamente, la novela recrea el cotidiano de vida de cuatro personajes que transitan de la infancia a la edad adulta sin apenas poner un pie más allá de los estrechos límites de El Barrio, y sin desearlo siquiera. No son las únicas presencias con un peso resolutivo en el argumento (ya que esta es una novela de personajes memorables, muy vívidos), pero esos cuatro muchachos marcan justamente el punto donde se concatenan las acciones.
Respecto a las influencias que Viera reconoce en su obra, él mismo ha tenido a bien aclarar: “Nunca me he propuesto algo teórico cuando voy a escribir. Sale como sale y ahí va. Yo toco de oído”. Naturalmente que este autor es un conocedor de la literatura y maneja sus herramientas con pleno conocimiento de causa. No obstante, es comprensible que haga uso de la expresión “Tocar de oído” para explicar cómo escribe y cuáles son sus fuentes inspiradoras, habida cuenta su condición de poeta por sobre todo lo demás, un poeta rotundamente genuino, de los que no tienen que elegir precursores, puesto que parecen haber venido al mundo con la influencia ya incorporada. Sin contar lo que nos advirtió Borges en el sentido de que cada buen escritor crea precursores propios, en tanto su labor modifica nuestra concepción del pasado.
¿Y quién duda a estas alturas que Viera es de los grandes? Justo Con tu vestido blanco, a pesar de ser su primera novela, mostró ya los constituyentes del estilo que hoy lo sostiene como el más brillante entre los novelistas vivos de Cuba, por no ir más lejos. Precisamente el vigor y la avanzada madurez de su estilo sobresalen entre las propiedades por la que tantos elogios recibiera esta obra, junto a una muy puntual aprobación por parte de los lectores cubanos, los que compraron diez mil ejemplares sólo en los primeros días de su publicación. Porque a la agudeza, la precisión, el dominio léxico y la transparente vitalidad que caracterizan -entre otras virtudes permanentes- su trabajo, sumó en esta novela una prosa que se va sola, como suele decirse en cubano, que corre ligera, sin pausas ni circunloquios, sin acrobacias escriturales. Una prosa de muy grata lectura. Narración en cascada, de frases y oraciones breves, sin usar apenas el punto y aparte ni la partición en párrafos. Los hechos o el recuerdo de los hechos contados en primera persona, con la misma dinámica con que van sucediendo, en un lenguaje fluido, desenvuelto, chispeante, cáustico y muy rico en registros del argot popular. En resumen, el eficiente estilo de un gran narrador-poeta.
Precisamente en la estructura y el lenguaje de Con tu vestido blanco radica su fuerza, porque se trata de un libro en el que un adulto narra desde el punto de vista de la pubertad, recreando problemas que ocasionan adultos aunque van a la cuenta de los adolescentes, entonces nada más certero que su hilo argumental y sus códigos de comunicación para otorgarle credibilidad al mayor que se desdobla en la psicología del menor.
Esta es la obra con que el autor pretendió redondear el ciclo narrativo sobre su más caro tema: El Barrio, inspirado, o agobiado, según propia expresión, por los recuerdos de su vida en El Condado santaclareño. Y entre los tres libros suyos que tienen este sitio por escenario, es el que más detenidamente traza su cartografía física y anímica. “El Barrio, que también es parte del mundo, aunque la más fea”, tal y como se afirma en Con tu vestido blanco, no será el lugar propicio sino el único que tienen a su alcance los protagonistas de la novela para conocer la amistad, el amor, el miedo, el despertar erótico, la violencia, la muerte, la pobreza, la honradez, la tristeza, el dolor físico y espiritual…El Barrio es su universo. Las muy contadas ocasiones en que traspasan levemente sus fronteras les servirán apenas para corroborar que fuera de allí se sienten desorientados, extraños en un mundo que no saben si es mejor o peor, pero un mundo al que no pertenecen.
En cuanto a los personajes de la novela, destacan dos prostitutas, primorosas criaturas: Sandra el Meteorito y Brígida Ángela. Ellas, junto a otros de impecable factura, debieron ser claves para el éxito del libro, sin la menor duda. Iztinio el Toro, homosexual de cualidades físicas y éticas realmente modélicas; Rafa del Carmen, el poeta de El Barrio; el inefable Roberto el Cantor; El Caña, uno de los cuatro principales, el líder y el de más baja ralea, pero un personaje muy bien acabado; o Sincero Valdés, mezcla de misionero cristiano con agitador proletario que acabará siendo acusado de comunista y, como tal, irá preso antes de que se largue con sus prédicas por otro rumbo. Es de suponer que este personaje le haya resultado particularmente útil a Puñales-Alpízar para proponer la inclusión de Con tu vestido blanco entre las excrecencias del realismo socialista. Otro craso error de su parte, porque justo en la tremenda pericia desarrollada por Viera en el diseño de Sincero Valdés radica una de las claves con las que tan eficientemente fue capaz de trascender las opresivas alambradas del realismo socialista.
Sólo un narrador-poeta de legítima estirpe como él habría podido arrostrar con éxito netamente artístico la concepción de un personaje como Sincero Valdés, y más en un medio como el de la cultura oficial en Cuba, siempre al acecho de oportunidades o pretextos para sacar beneficios ideológicos de la literatura o de cualquier otro tipo de expresión estética. Con este personaje, un humilde y honrado idealista cuyas enunciaciones nos devuelven el hálito de los primeros discursos de 1959, insertado además en un escenario de miserias materiales y morales que por ciertos indicios es fácil ubicar en años anteriores a la revolución fidelista, muchos otros narradores menos talentosos -y más dóciles o acomodaticios- habrían hecho su agosto sumándose a la piñata del realismo socialista. Tenían el camino expedito y la anuencia institucional asegurada de antemano. Viera, en cambio, parece haber preferido salvar el escollo haciendo las cosas como siempre las hizo, con el rigor literario por delante. Ello quizás explique por qué en la novela hallamos frecuentes pasajes que pueden ser tomados como denuncia social, pero sin que dejen traslucir una actitud política por parte del escritor. Otro tanto sucede con la imperturbabilidad digamos flaubertiana con que son delineadas las escenas en las que interviene el personaje. Bordeando ese diámetro apenas perceptible donde confluyen lo común y lo poético, discurre cada aparición de Sincero Valdés, expuesto realmente a ser halado como la sardina para el plato del oficialismo, pero no menos sensible a las apreciaciones de otros credos, pongamos el cristianismo, cuyos seguidores bien podrían interpretar sus esporádicas comparecencias como visitas de un ángel de consuelo que envía Dios a El Barrio. La escrupulosidad con que es moldeado lo tácito en la novela induce al lector a participar activamente en la dinámica de lo que se cuenta, cerniéndole inferencias que el autor deja en el aire. Es ni más ni menos la concreción de aquello que defendía Milan Kundera al anotar que el novelista no tiene por qué ser un historiador ni un profeta sino un explorador de la existencia.