El ensayo La explosión del cometa (que José Hugo Fernández, su autor, califica modestamente de “prontuario”) me estalló, literalmente, en la cara. Es una metáfora, por supuesto, pero no la utilizo en tal sentido. Me refiero a la sensación, y la sensación es literal.
Atrapa desde la primera línea con una pregunta fascinante: “¿Por qué un poeta deja de escribir versos?” De inmediato pensamos en Rimbaud, el prototipo. Pero también en Félix Luis Viera, que después de haber publicado quizá su mejor poemario en 2010, La patria es una naranja, decidió no escribir más versos. Diferencias aparte, la intriga se mantiene intacta. Queremos saber qué nos propone el “lector atento” que es José Hugo.
Por lo demás, el libro posee una cuidadosa, equilibrada y sabia estructura. Consta de cuatro partes. En las tres primeras (y en ese orden) analiza sendas facetas del autor: Poesía, cuento y novela. Y en la cuarta se ocupa del erotismo que recorre todas y cada una de esas facetas. Todo siguiendo un “tempo” bien delimitado que, al terminar, redondea el conjunto como una magnífica sinfonía. Con esa unidad, quiero decir. Cada parte se “demora” lo preciso y la totalidad llega justo a donde debe y cuando debe.
Un estudio así (con esas connotaciones, con esa profundidad, con esa pedagogía) sólo puede hacerlo alguien que conozca en profundidad no sólo la obra del autor objeto de estudio, sino, además, los géneros en los que ese autor se ha movido. Debe conocer, digo, también las técnicas y, en general, las reglas que “organizan” (y/o matizan) de algún modo los géneros en que, más o menos, pueden ubicarse las obras en cuestión. Y José Hugo lo conoce. Lo practica. Además de escribir ensayos y crónicas, es novelista y cuentista.
Y eso es precisamente lo que más me atrae de este libro. El cómo José Hugo toma cada obra de FLV y la desmenuza, desmonta, destripa y, luego (desde su óptica de “lector atento” que, no lo olvidemos, también escribe obras de ficción), dilucida con una meticulosidad que, en ningún momento, resulta farragosa o excesiva. José Hugo, por decirlo de otro modo, se limita a ejercer una función noble: servirnos de guía. A un lector de FLV podría ocurrirle que se sintiese como si se enfrentara al mapa de la “ciudad” que ya él (el lector) ha recorrido por su cuenta y cree conocer, y se encontrara con que, de pronto, José Hugo le está señalando algún detalle de una calle, un parque, una plaza (un poemario, un relato, una novela) en el que no había reparado. Al menos no de ese modo. No desde esa perspectiva. No con esa mirada especialmente atenta que observa desde allí. Un modo, una perspectiva, una mirada, que vienen a enriquecer, no a sustituir ni anular. Un lector que jamás haya leído a Viera, en cambio, encontrará aquí un guía del que fiarse. Alguien que le propiciará una aproximación iluminadora a la obra de Viera, sin que necesariamente lo prejuicie.
Ayuda mucho el hecho de que José Hugo sea un estudioso sin estridencias. Intenta situar la obra de Viera dentro de un canon —lo sitúa de hecho—, pero su reflexión y sus “pruebas” permiten lo más importante: Abrir el debate para la reflexión sobre dicha obra: la de uno de nuestros más grandes escritores vivos. Y digo “nuestros” en el sentido más amplio, que es el de todos los lectores posibles, vínculos toponímicos aparte. No pide que le crean, no apela a la fe. Simplemente razona sobre la maestría del maestro y lo argumenta con sencillez; como él mismo asegura que hizo el propio Viera al escribir Con tu vestido blanco; con:
“..una prosa que se va sola, como suele decirse en cubano, que corre ligera, sin pausas ni circunloquios, sin acrobacias escriturales.” (ps. 69 § 2; 70 § 1)
“Circunloquios”, “acrobacias escriturales”…, pecados que en nuestro mundo literario cubano se suman a los circunloquios y a las acrobacias de índole cultural o de erudición. Lezama, un plato demasiado fuerte que ha sentado mal. Pero José Hugo elude esa trampa y escribe como el erudito que es: con erudición, pero también con la sabiduría (con la sencillez) de quien no necesita demostrarlo.
Un ejemplo que viene a ilustrar esto y, a la vez, a abundar en lo del “cambio de perspectiva”, podemos encontrarlo en la página 125, § 1, refiriéndose al erotismo presente en la obra de FLV. Escribe:
“Los estetas del erotismo, aquellos sesudos conceptualistas, sabios por lo general, dictaron preceptos que servirían durante demasiado tiempo para que escritores y críticos estuviesen de acuerdo en cuanto a lo que era o no literatura erótica. Más tarde, algunos (sólo algunos) cayeron en la cuenta de que habían inventado un género tan fácilmente como se dice que realizan su oficio los sopladores de botellas en Murano. Así que empezaron otra vez a estar de acuerdo en cuanto a que no se trata (nunca se trató) de literatura erótica, sino de libros en los que como parte del proceso de escritura se apela a la recreación del erotismo en tanto recurso técnico igual que otro cualquiera.”
Queda dicho. A esto me refería, insisto, al escribir lo del “cambio de perspectiva” y, de paso, cuando resalté, unas líneas antes, la limpidez de su estilo.
La respuesta a la sugerente pregunta con que abre el libro; el porqué del título; qué valoración queda al final de la obra y, en alguna medida, de la persona que es Viera o cómo podemos ubicarlo en el contexto literario de las últimas décadas; cuáles son los, por así decirlo, planos arquitectónicos de las obras analizadas, valiosos ejemplos de cómo puede trabajarse el aspecto “técnico” de la escritura de ficción tomados de uno de sus mejores maestros… son cuestiones, entre otras, fehacientemente develadas por este hermoso destello. Los invito a presenciarlo (a leerlo). Como toda explosión, es sobrecogedor. Lo prometo.