San Cristóbal de La Habana, fundada en 1519, emergió en el Caribe colonial hispano como una ciudad luz, pujante, emprendedora. Ello gracias a su excelente puerto de bolsa y a su posición estratégica besando la Corriente del Golfo.
Iniciada como magro asentamiento de chozas, pasó a ser gran ciudad, la principal base naval española en el mundo de entonces. En 1553 devino la capital de la isla. En los S. XVI y comienzos del XVII fue merodeada o sitiada en varias ocasiones por piratas franceses, holandeses, ingleses, lo cual catalizó la construcción de defensas, incluidas masivas murallas. Su ocupación por tropas inglesas en 1762 elevó la valoración del rey y, luego de cambiarla por La Florida, su sistema de fortificaciones fue llevado a máximos niveles.
La Habana pareció al fin ser el puerto mejor protegido de la América española, pero a partir de 1810 Hispanoamérica se desmembró y el puerto dejó de ser sitio de paso obligado del monopólico comercio hispano. La ciudad, como toda Cuba, permaneció como parte de España hasta 1898, tal vez por su riqueza edificada, su tradición de plaza sitiada y por la militarización extrema de Cuba. Luego pareció cambiar su rumbo al ser ocupada por tropas de su vecino del norte, EE.UU.
Tal vez los bandazos sociales sean su destino como cabeza de una isla de extensión semicontinental, ubicada en la frontera anglo-hispana y trópico-subtrópico: debe marchar desfasada o a contrapelo de las tendencias sociopolíticas circundantes. Todo lo anterior aporta sabor, autenticidad y exotismo a la cultura citadina habanera. Su arquitectura atesora edificaciones de gran impacto visual y cultural como el Castillo del Morro, el Palacio del Segundo Cabo, el Palacio de los Capitanes Generales o el Capitolio.
La urbe marinera, el “París del Caribe”, fue fundada con vocación de refugio, creativa, hospitalaria, descentrada y cosmopolita, cuna de cicerones. En la medida que el sudor se ha transformado en piedra y argamasa, surgió un modo de ser local abierto al mundo, esa vocación especial de los Havana people, los habaneros, de ser buenos anfitriones.
En sus mástiles ondearon orondas las banderas española, inglesa, norteamericana y cubana. La cubanidad toda se construyó pivoteando en la habanidad, eso que se prefiguró en una misa en el Templete en 1519. Tal vez más que nacionalidad, es globalidad lo que las viejas piedras de La Habana resuman, lloran, gritan.
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