“Un caballero británico escribe sus memorias”. Así podría titularse esta reseña a propósito de la espléndida autobiografía de Carlos Alberto Montaner, Sin ir más lejos (Penguin Random House, 2019), si no fuera porque este escritor nacido en La Habana en 1943 es tan cubano como el que más. No obstante, el fino sentido del humor que estructura este libro tiene mucho de esa sarcástica sangre fría atribuida a los ingleses a la hora de afrontar las más escabrosas circunstancias —sobre todo las de índole política— y que tan bien le hubiese venido a los cubanos ante el reto terrible de un régimen como el castrista.
Sin ir más lejos desborda el ámbito de lo autorreferencial para constituirse en un abarcador fresco de las dos identidades que conforman lo cubano en los últimos 60 o 70 años: la del archipiélago enclavado en el Caribe y la del enclave diaspórico, desperdigado, incesante en el éxodo de la nación que quiso ser y no fue.
En esta cuerda, el libro revela una psicología de masas muy particular, esa simbiosis que en Cuba va de un extremo al otro para resumirse: del voluntario guardián de la pureza oficialista —la solemnidad autoritaria— al estudiante de medicina de juerga —el choteo y la fiesta desmitificadora— que Montaner, tal vez involuntariamente, siempre didácticamente, refleja al detalle. Así, resulta tremendamente divertida la zona final de la primera parte del volumen, sobre todo el capítulo “Anecdotario de la embajada”, dedicado a su asilo en 1961 en las sedes primero de España y luego de Venezuela y Honduras. Aquí se suceden episodios despampanantes como el del “arroz con bayoneta”, la dinámica interior de anarquistas, socialdemócratas y democristianos —gremialmente hospedados en diferentes habitaciones de la casona—, la travesura de Edgar Sopo con las anfetaminas, el aborto de Menganita o el “juicio sumario” a Tareco, condenado por los asilados a recibir una descomunal bofetada tras mostrarle el álgido pene a aquellas mujeres que despertaban a hacer sus necesidades en lo más profundo de la madrugada insular.
Sin ir más lejos, dividido en cuatro partes —Cuba, Miami, Puerto Rico y España— y 76 capítulos (alrededor de 400 páginas en total), comienza explorando el árbol genealógico familiar para convertirse poco después en un excitante viaje a través de la historia de Cuba y su exilio, incluida la etapa en prisión política del autor y su fuga con música de fondo de Olga Guillot (escape inmediatamente anterior al asilo ya mencionado). Un periplo conmovedor, sintomático, en ocasiones hilarante, en el que Montaner hace gala de su proverbial destreza expresiva. “Creo que el mejor lenguaje literario es el que dice las cosas directa y claramente, con elegancia, creatividad y economía”, se confiesa. “Por eso mi admiración por Jorge Luis Borges es absoluta. No he leído en español a nadie más directo e imaginativo con el lenguaje”. Figuras como Carlos Lage, Eloy Gutiérrez Menoyo, Jorge Mas Canosa, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez o Norberto Fuentes, por mencionar solo algunas de las que aparecen en la cuarta parte, son retratadas con base en anécdotas concretas, puntualmente esclarecedoras.
Nadie debe perderse este libro imaginando una autobiografía al uso. Se trata, en cambio, de mucho más: un brillante retrato de lo cubano en su complejidad a ratos demencial, a ratos enternecedora, en el que la vida del autor ejerce de escalpelo para sacar a la superficie momentos y situaciones imprescindibles de una época ciertamente desgarradora, pero sin dudas fascinante. No hace falta ir más lejos para mirarnos por dentro.