No sé cómo logra escribir tanto y tan bien: lo cierto es que José Hugo Fernández es un narrador con una producción de inagotable inventiva. Debe ser que para él la vida es sinónimo de escritura, o que “todo lo que tenemos es un trozo de tiempo. Sin tiempo. Con algo que subyace. La infinitud tal vez». O porque nada es ajeno a su lucidez, con la que construye esas atmósferas deslumbradoras, oníricas, alucinantes.
Con Muerto vivo en Silkeborg otra vez estamos invitados a una deliciosa lectura. Son 28 relatos (algunos muy breves) donde el autor consigue llevarnos de la mano gracias a la claridad, el ritmo del lenguaje, el interés que despiertan los temas, el mensaje y la tensión y emoción que provoca la rapidez con que se desarrollan —sin ser superficiales— y logran recrear caracteres y ambientes, además de analizar los sentimientos más íntimos de sus personajes. En este conjunto, el autor no sólo nos muestra una realidad bien particular, sino que participa de ella.
Con la recreación de sus pasiones e impresiones, el autor parece contarnos su propia versión de la vida sin perder esa mirada dramática y dinámica del mundo, pero menos sombría que la que describen sus contemporáneos. Impacta no sólo el argumento y la frescura de su narrativa, sino la forma en que logra comunicar lo que él desea, sin ataduras ni estigmas, y donde sobresale la agudeza y sensibilidad del escritor. Todo esto conjugado con la brillantez estilística y la limpieza de la espontaneidad.
José Hugo Fernández nos tiene acostumbrados a esa prosa ágil, amena, que fluye sin perder la chispa, con relatos que se caracterizan por la jocosidad pero que, más de una vez, nos arrancan serias reflexiones, o nos despiertan intranquilidades. Relatos que juegan con nuestra imaginación y la desbordan: ¿habrá otra vida después de la muerte?, ¿vivir para siempre será solo un anhelo?, ¿la inmortalidad es posible?, ¿y cuánto tiempo es para siempre? Experiencias cotidianas que adquieren trascendencia en argumentos que exteriorizan una realidad interior única, desbocada. Se trata de un estilo que sobresale precisamente por el manejo de ideas complejas y por su capacidad para trasladar las sensaciones más sutiles mediante el uso de un lenguaje sencillo y atrayente, que cautiva al lector.
Estos cuentos constituyen un buen referente de las particularidades del relato moderno. Brevedad, amplitud formal y anecdótica, declinación del aleccionamiento didáctico o moral, depuración estética pero sin esteticismos, estructura sólida y expansiva, con marcado interés en el tratamiento del tiempo, el impacto emocional y la conciencia de estilo. La suya es una prosa renovadora, que busca la liberación y revitalización de la imagen, con preferencia por lo urbano, la presencia de lo onírico y lo fantástico, la ironía como ingrediente básico. Ese equilibrio que consigue entre la realidad y la ficción para crear sus propias verosimilitudes, lo convierten en un referente moderno que no es posible pasar por alto.
Estos relatos diseñan una poética de la ficción literaria, con imágenes que tejen y desbordan los imaginarios, los redimensionan mediante la asistencia de una rica cultura literaria. Algunos son profundamente poéticos, otros brillan por la musicalidad del lenguaje y por la capacidad para transmutar historias que interrogan las certezas de una metáfora de la vida y de la muerte, del amor y de la ausencia. Encontramos ejemplos en Sombras del lezamiano olvido, El viento entre los copos blancos, Muerto vivo en Silkebork o en El señor de los altos. Este último, con atmósfera de un hondo lirismo, está dedicado por el autor a su madre, que ha perdido la razón:
Ella ha sido mi pasión más perdurable. Nunca antes. Ni después. Amé. A nadie. Durante tanto… El gris aturdimiento. Su peculiar manera de ser sin estar. Estar. Sin ser. Vivimos separados largos años. Mediante un muy corto tramo. Pero sin que nos fuera posible dar un paso hacia la confluencia. Tendría que interceder la muerte. ¿La suya? ¿La mía? ¿La de ambos?… Ella dice al niño que le acompaña: saluda al señor de los altos. Busco al señor. Me busco. Inútilmente. Y la miro. Igual que a cierta dama de Chejov. Sin creer demasiado en lo que ven mis ojos. O en lo que no ven. Sospechando que, al amparo de la duda, como bajo las sombras de la noche, cada cual disfruta como puede su propio misterio.
Todas las historias armonizan entre sí, como si un hilo invisible las conectara. La diversidad temática no es obstáculo y en la amalgama de argumentos se entrelazan el paso del tiempo, las costumbres, la memoria, el amor y el desamor, la soledad, la elevación mental y espiritual, el infuso y a la vez absurdo deseo de alcanzar la inmortalidad…
Recomiendo leer este libro y en general a su autor, uno de los escritores más sobresalientes de la actual narrativa cubana, con más de una veintena de obras publicadas. Para mí en particular, es una de las personas más lúcidas e inteligentes que he conocido, y un creador que siempre sorprende y que además logra transmitir alegría con sus textos. El humor, en su caso, más que ser parte de un estilo es una visión de la vida, un resorte que conlleva una actitud comprensiva, sonriente, benévola, paternal (por ser la ternura una de sus divisas), capaz de aliviar el dolor y los ayes que nos acompañan a la vez que nos hace reflexionar acerca de acontecimientos trascendentales de la existencia.