En Cuba, el número 370 representa una pistola en la sien, un cuchillo en la garganta y también una trompada de Mike Tyson en sus mejores tiempos sobre el cuadrilátero, con la víctima atada a un poste y amordazada.
Esa es la etiqueta del decreto, aplicado a rajatabla por la policía, con el consentimiento de la máxima jerarquía del poder en Cuba.
Postear la foto de una protesta barrial por falta de agua, el video de un pugilato para comprar muslos de pollo congelado en las afueras de una tienda recaudadora de divisas o una breve crítica de los precios astronómicos que mantiene vigentes ETECSA, el monopolio estatal de las comunicaciones, entran en la categoría de delitos contrarrevolucionarios y por tanto sujetos a represalias, en este caso una multa de 3000 pesos (alrededor de 150 USD).
Esa penalidad monetaria en un país donde el salario promedio apenas llega a 30 USD, se convierte en un quebradero de cabeza.
El impago conlleva, en primera instancia, a una duplicación del monto y posteriormente a un proceso judicial rumbo a la cárcel.
No obstante, las consecuencias de terminar en una de las decenas de centros penitenciarios desperdigados a lo largo y ancho del territorio nacional, hay claras señales de rebeldía, de parte de un grupo de personas afectadas con el decreto, que han determinado no desembolsar ni un centavo por considerar que se trata de una medida arbitraria.
Uno de los rostros emblemáticos de este posicionamiento frente al nuevo acto de censura por parte del régimen, es el de la periodista independiente, Camila Acosta, una joven y talentosa periodista, graduada en la universidad de La Habana hace cuatro años y que renunció a su trabajo en uno de los canales televisivos del Estado, tras comprobar la falta de objetividad y la manipulación existente en los medios de prensa bajo el control del Comité Central del partido.
La escalada en la imposición del decreto 370 a miembros de la sociedad civil independiente, opositores y ciudadanos de a pie, responde a la necesidad del gobierno de evitar más grietas en el muro de las conquistas sociales y económicas, levantado y sostenido a golpe de consignas, promesas y escarmientos a tutiplén.
El internet ha roto el hechizo. Es, sin lugar a dudas, la herramienta ideal para el desmontaje de un proceso sobrevalorado en sus logros.
Los méritos de la revolución cubana constituyen pésimas imitaciones de la realidad concreta.
A través de Facebook y Twitter han quedado al desnudo una gran parte de las verdades ocultas tras las coberturas mediáticas diseñadas al gusto de una élite acostumbrada a lucrar con la explotación del pueblo que juran defender y a legitimarse mediante un rigor represivo de pura raíz estalinista.
Frente al desafío que representa el uso del ciberespacio, es obvio que continúen blandiendo el garrote con el rótulo de tres dígitos.
Según cifras oficiales, son más de 3 millones los clientes de datos móviles, o sea con capacidad para navegar en el espacio virtual, y casi 700 000 disponen del servicio con velocidad 4G.
En la Isla, el potencial aumento de internautas es directamente proporcional a la vigilancia y castigo de parte de la policía política.
No hay alternativas dentro de un esquema ultraconservador que lejos de dar indicios esperanzadores de moderación, apuesta por el refuerzo del blindaje totalitario.
Si bien es cierto que la habitual voluntad coercitiva del alto mando del partido y del Ministerio del Interior continuará, también es válido afirmar que habrá un crecimiento de los actos de resistencia.
Las nuevas generaciones tienen a mano un recurso para canalizar sus inquietudes y no van a renunciar fácilmente a tal posibilidad.
La Ley Azote, como la han bautizado sus detractores, no eliminará el deseo de usar el derecho a la libertad de expresión.
Es un impulso natural que las dictaduras se empeñan en coartar a toda costa, pero en tiempos de internet, no lo tienen muy fácil.
No creo que el Decreto 370 generalice el pánico a publicar en las redes.
Quizás, dentro de poco, comiencen los juicios ejemplarizantes por el uso de internet con “fines subversivos”.
Nada debe ser descartado dentro de los límites del socialismo cuartelero con el membrete que anuncia su continuidad.