Las Tunas aparenta tranquilidad. Aldea con casas bajas, que en su mayoría no sobrepasan la segunda planta, con una población de alrededor de 100 mil habitantes. Sitio monótono. Su gente, trabajadora, atenta y cariñosa, ahora, en tiempo de pandemia, desanda de cola en cola para poder llevarse algo de comer. También he visto a mendigos que revuelven los latones de la basura y duermen en las paradas de ómnibus. Locos que gritan a sus fantasmas en calles y parques.
Esta es la ciudad de Guillermo Vidal Ortiz, autor de Matarile y de una veintena de libros de cuentos y novelas memorables.
Nadie en la calle se pregunta cuántos nacimientos o muertes hay a diario en esta ciudad, ni sus causas. A nadie más que a los implicados interesan estos acontecimientos terrenales.
Aquí el tedio se aprovecha al máximo. La mayoría de los artistas y escritores no pierden tiempo en las “minucias” de la cotidianidad: lo invierten en engrosar su obra personal.
Con este ostracismo obligatorio, un amigo, cristiano, escritor, pintor, diseñador gráfico (buen vecino, excelente hijo, persona auténtica, honesta e intachable), vive hoy la peor pesadilla de su vida. Cuando permanecía en la calma del hogar junto a sus ancianos padres y su hermano, también artista y débil visual, su cuarentena fue violada.
Procedo a relatar la macabra historia que me fuera contada de primera mano por el propio afectado, Sacramento Acebo, para informar o aclarar a todos sus amigos algunas generalidades sobre los últimos e inconvenientes sucesos acontecidos a él y a su familia:
“El pasado lunes 27 de abril, se presentó a mi puerta un funcionario de Salud Pública alegando la necesidad de pasar a mi vivienda para efectuar la revisión de los tanques de agua, etc.; con respecto a la ya común ‘campaña anti-Aedes’ (mosquito)… Yo le explico que no me es posible darle entrada en esta ocasión, por causa de que, en mi hogar, mis padres ancianos eran vulnerables al Covid-19; sobre todo mi madre, por ser cardiópata extrema y haber estado recientemente con neumonía, además de señalarle el detalle de que él no llevaba ningún medio de protección adecuado (ni siquiera un par de guantes).
El funcionario alegó que tenía que dejarle pasar a inspeccionar, porque en la zona se habían encontrado casos de dengue y era imperiosamente necesario (situación que no confirmó hoy ninguno de mis vecinos). Ante esta obvia contradicción de funciones (su labor y mi deber de protección familiar), le expliqué que, para su tranquilidad, en mi casa no había ni un mosquito, y que los tanques de agua estaban y están debidamente tapados. Que, si mi palabra no bastaba, yo podría filmar con mi móvil para que pudiese verlo por sí mismo, y luego abrir los tanques y filmar y fotografiar dentro, con un bombillo mucho más potente que la linterna o la luz del celular que él pudiese usar en su inspección. De este modo, él cumpliría su trabajo de inspección y yo con la responsabilidad de cuidar a mi familia. A su negativa, le comparto la idea entonces de poder encargarme personalmente de reunirme con el superior que él me indique, para ver si acepta esta sugerencia o me propone alguna solución para mi caso particular.
“Él me da la espalda diciendo que no tiene tiempo para eso, y le dice a uno de sus acompañantes que llame a la policía para que vengan, me lleven y me impongan una multa de 300 pesos.
“A la llegada de la patrulla, explico nuevamente la situación, recordándoles la exhortación presidencial de ser creativos ante cualquier contingencia… pero me dicen que estoy equivocado, que debo hacerlo a su manera, de otro modo, tengo que ir con ellos a la estación de policía. Les explico que no tengo ningún problema con acompañarles… aunque no lo creía necesario y eso iba afectar mi cuarentena, y se podía evitar con una de las soluciones planteadas.
“Ya en la estación policial, el oficial que atiende mi caso, luego de conversar a solas con el funcionario, me manda a pasar y me asegura que estoy acusado de un delito de desobediencia. Le explico que no puede ser posible, puesto que no he desobedecido, sino que, por el contrario, asumo las normas expresadas con respecto al cuidado de los ancianos de la pandemia que azota al país, le describo la situación vulnerable de mi familia, y le explico cómo he ofrecido una solución viable que resuelva ambos problemas y, además, he propuesto someter mi juicio al de un superior que me sea indicado… En fin: permaneció la acusación a pesar de las muchas explicaciones (aunque a mi novia y a una amiga se les informó que además se me acusa nada más y nada menos que de: ¡Propagación de pandemia!)
“Fui encarcelado (por 24-26 horas aproximadamente) en una celda para cuatro personas (en donde terminaron habiendo cinco); luego de más o menos 12 hipotermias y varios eventos de deshidratación, calambres y todos los sucesos comunes (de los que muchos de mis amigos y conocidos saben que padezco luego de haber sido afectado en estos últimos años por la introducción de 2 bacterias en la realización de un TPR en una muela).
“A pesar de haber sido puesto en libertad con una medida cautelar, he sido citado a mi salida de la estación para un juicio (en el que, todos los consultados hasta ahora auguran «todo el peso de la ley» y no descartan la posibilidad de un nuevo encarcelamiento).
“Mis agradecimientos a todos los que, al enterarse, han estado orando o presentando a otros mi necesidad de oración, comunicándose conmigo, mi familia o amigos cercanos, e incluso comunicándose con las autoridades competentes en mi favor… A todos: Dios les bendiga.”
Este jueves 30, el propio Sacramento me informó que el juicio fue pospuesto para el próximo lunes 4 de mayo.
Para poner sal a la herida, me pregunto y me respondo: ¿Cuál es el delito de Sacramento José Acebo? Además de disentir contra lo que sabe incorrecto y ser, junto a los intelectuales cubanos Amir Valle, Alberto Garrido, Yaiset Rodríguez, Yoe Suárez, Carlos Jesús (CJ) y Martínez Antonio Lorenzo, en agosto-octubre de 2019, uno de los firmantes de la Carta Abierta de los siete, que exigía respeto a los Derechos Humanos al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y al Secretario del Partido Comunista, Raúl Castro, y la liberación del pastor Ramón Rigal y su esposa, Ayda Expósito, detenidos en abril de 2019 en la ciudad de Guantánamo (por ejercer el derecho, consagrado en el Artículo 26.3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, de dar a sus hijos una educación acorde a sus principios y valores). Ya en 2017 el matrimonio había enfrentado un juicio y ambos fueron condenados a prisión domiciliaria por practicar la enseñanza en el hogar o homeschooling. Carta esta que comenzara: “Cuba precisa el bien. Con hijos encarcelados y tanta voz segada no hay oportunidad de construir el país de todos…”. Y concluyera: “Cuba precisa el bien, y para eso la libertad de tanta gente y de ella misma”.
La pregunta es: ¿Hasta cuándo se permitirá el gobierno cubano castigar y regular a los ciudadanos que no piensen tal y como manda su política? El de Sacramento Acebo puede convertirse en un caso político, de hecho ya lo es aunque lo quieran hacer ver de otra manera. ¿Será encarcelado? ¿O engrosará la lista del Instituto Patmos que ya supera los 200 “regulados”?
En Cuba, ¿estarán seguros quienes piensen distinto y hagan público su descontento, incluidas sus familias?
Ayer fueron Camilo Cienfuegos, Huber Matos, Oswaldo Payá, Virgilio Piñera, Ángel Cuadra, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, Rafael Alcides, Regina Coyula, Carlos Victoria, María Elena Cruz Varela, Raúl Rivero, Armando de Armas, Carlos Alberto Montaner, Amir Valle, Antonio José Ponte, Orlando Luis Pardo Lazo, Luis Felipe Rojas, Francis Sánchez, Yoaxis Marcheco, Mario Félix Lleonart. Hoy son Ángel Santiesteban, Tania Bruguera, Rafael Almanza, Guillermo Fariñas, José Gabriel Barrenechea, Víctor Manuel Domínguez, Jorge Olivera, Henry Constantín, Yoani Sánchez, Reinaldo Escobar, Antonio Rodiles, Manuel Cuesta Morúa, Roberto Quiñones Haces, Yoe Suárez, Camila Acosta…
Hoy son Sacramento Acebo y otros tantos hijos honestos y valientes de la patria. Mañana puedes ser tú en el asador del infierno de los Jemeres Rojos. Evítalo, súmate, no permitas esta ni ninguna otra injusticia.