Los Bee Gees –Barry, Maurice y Robin Gibb– provocaron indirectamente mi primer encontronazo con el totalitarismo. Desataron, probablemente, mi primer acto de disidencia en Cuba. Cursaba yo el séptimo grado y dibujaba como un endemoniado en las libretas de clase, comenzando de atrás hacia delante, ignorando con tozudez la pizarra. Dibujaba sobre todo a los Bee Gees y a Andy Gibb, el hermano menor solista, los perfiles con las largas melenas ondulantes que a finales de los setenta hacían furor. Pelo largo y música «imperialista». La maestra me descubrió e indignada citó a mi madre a la escuela. Con solo 12 ó 13 años, yo ya estaba haciendo “diversionismo ideológico”.
Eran una bocanada de aire fresco. Ritmos irresistibles y el célebre falsetto de Barry Gibb. También Donna Summer, fallecida en 2012, sonaba duro por aquellos días, y el grupo Abba. Pero recuerdo ahora particularmente a los Bee Gees por el episodio del dibujo y la maestra, y porque constituían el plato fuerte en las fiestas y corros juveniles de la época, y porque según todo parece indicar pronto habrá una película sobre ellos. Vuelvo a escuchar “Tragedy”, “Jive Talkin”, “Stayin’ Alive”, “How Deep Is Your Love”, “Night Fever”, “More Than A Woman”. La apoteosis de una música imperecedera que en Cuba a muchos abrió una primera ventana hacia la libertad.
Murieron Robin y Maurice. Los sobrevive el mayor de todos, el hombre del falsetto, Barry Gibb. El único que queda y que probablemente asistirá al productor de la rentable Bohemian Rhapsody, Graham King, durante el rodaje para la Paramount en este 2020.