Nanas para despertar la lucidez

 

Nanas para dormir a los bobos es el cuaderno ganador del premio ‘Reinaldo Arenas’ de narrativa correspondiente al año 2017 (compartido con Armando de Armas y Rolando Ferrer Espinosa), pero además el título de una de las piezas que conforman este libro apasionante desde la profundidad de su simpleza. Un volumen punzante, categórico, donde personajes y situaciones nos asaltan implacablemente nada más comenzar la lectura: una colección de relatos (120 páginas) donde la sagacidad argumentativa de José Hugo Fernández, sin duda uno de los narradores más importantes con que cuenta la actual literatura cubana, vuelve por sus fueros.

Así, Nanas para dormir a los bobos (Neo Club Ediciones), el relato en cuestión, constituye una muestra de la capacidad de José Hugo para atrapar al lector nada más comenzar la narración, atornillándolo en su asiento:

«Los sueños son recuerdos de un futuro ya acontecido», despega el narrador. «No es un descubrimiento propio. Otros lo pensaron antes. Yo sólo acabo de descubrirlo para mí mismo. Noches atrás soñé que me había hecho rico convirtiendo funerarias en casas de putas. Fue así como empezó todo». Y en este tono continúa Nanas para despertar a la lucidez, como prefiero llamarle a esta colección de relatos donde ni una sola de las piezas que lo conforman deja de avivar en nosotros la curiosidad, la avidez de despertar una y otra vez de secuencia en secuencia, de sorpresa en sorpresa, de deslumbramiento en deslumbramiento.

Se trata de 31 relatos cosidos por la constante de lo inesperado. Sí, porque este es un libro inesperado en sus azares y astucias, que sustentan tanto sus piezas más extensas como sus ultracortos, algunos de los cuales resumo a continuación citando a José Hugo Fernández:

El mirón de las cinco («Sólo cuando me aburro siento que estoy instalado cómodamente en el tiempo»); ¿Es usted un demonio? («La mató en Miami, antes de mudarse a Raleigh, Carolina del Norte. Luego tendría que volver a matarla en Raleigh»); Señorita Brígida («Fue el griego Demóstenes quien sostuvo que es propio de un buen ciudadano preferir las palabras que salvan a las palabras que agradan»); Reina («Matar es humano; perdonar, canino»); Gorda-Gordo («El corazón me dio un vuelco cuando la gorda me dijo: corazón, bájate los pantalones»); El fin del egoísmo («Todos podrían verte. Y tú podrías ver a todos. Pero nunca más volverías a verte a ti mismo»); Perro meando el caos («Dice que el infierno es infierno no por ser lo que es sino por ser perpetuo»); Fantomas, genio del mal («Se enlazó el cuello con la otra punta de la cortina, consiguió trepar hasta lo alto de la taza del inodoro, y desde allí, púmbata, a la mecida»); Bomba sobre dos tacones («La familia sabía ya que esa mujer no era su esposa, sino un punto malo, bomba sobre dos tacones»); Remedio santo («Es la circunstancia que Manuel aprovecharía para recordarle a su tío que la peligrosa asesina se llamaba Xiomara de las Mercedes, y para anunciarle de paso que había resuelto casarse con ella»); Hasta aquí llegamos («Me ha dicho que quiero ser tan feliz como todas las personas felices que conozco pero que a ella no le consta que esas personas sean felices»); La vagina de Pedro («Mi buen amigo Pedro asegura que el colon es su vagina. El colon de Pedro, desde luego»); Sombras del lezamiano olvido («Un lagarto y su sombra juegan a la viola sobre los tarros del buey»).

En el salón de espera del aeropuerto usted puede disfrutar este libro, y en la mecedora del portal de su casa, y en su cama poco antes del sueño reparador, pero también mientras come, se afeita o conduce, porque la inmediatez vertiginosa de estas narraciones se acopla a cualquier circunstancia o lugar. Deje de consultar su iPhone mientras cambia la roja del semáforo y léase uno de los ultracortos de Nanas… despertará sin sufrir el pitazo del automóvil contiguo, lista, o listo, para acelerar hacia el futuro.